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No hay día en el que no aparezca alguna declaración oficial -muchas veces más de una- que desgrana las mejores intenciones sobre el futuro del campo. Prueba de que es cuestión bien cruda, cuando florece tanta inquietud.
Y en consonancia, repetición de ideas parecidas, los ... mejores propósitos; de forma incansable, agotadora. Porque después todo se estrella en el muro de lo improbable, a la vista de que no cambia de rumbo la espiral de caída; pero eso no desanima a los declarantes, que siguen a lo suyo, con sus siembras de aparentes esperanzas.
El ministro Planas ha insistido de nuevo en todo ello. Una vez más. En el último Consejo de Ministros de Agricultura de la UE, donde «se ha debatido sobre la viabilidad de las zonas rurales», según nota oficial -a estas alturas deshojando margaritas-, el ministro español recalcó que «es necesario apostar por la innovación y la incorporación de jóvenes como herramientas claves para asegurar la competitividad y la sostenibilidad de la producción agraria...», porque «un sector agroalimentario moderno, rentable y eficiente es la mejor garantía para la cohesión social y el futuro de las zonas rurales...»
Y en esas estamos. Una y otra vez. Y la realidad, la que es, tozuda, hacia atrás. Que si los jóvenes y la falta de relevo generacional, que si la viabilidad, la rentabilidad, los precios...
Pero ¿por qué será que la gente huye del campo y de las zonas rurales? ¿Por qué los jóvenes se largan a otras cosas? La evidencia señala la falta de rentabilidad. Claro, eso desde luego. Pero ¿qué empuja hacia la derrota? ¿Bajos precios, altos costes, falta de mano de obra, dificultades comerciales, competencia desleal de fuera, plagas sin plaguicidas, impuestos, exigencias medioambientales hasta lo absurdo...?
¿Cuál es, en definitiva, la última gota que colma el vaso y determina que un agricultor o ganadero lo deje, o que su hijo decida desde bien joven que se dedicará a otras cosas? Pues hay muchos motivos, y no siempre figuran todos en la lista habitual de agravios más conocidos. A lo peor la última gota que desborda el vaso de la paciencia pueden traerla los ataques reiterados de jabalíes que destrozan todas las noches plantaciones y los dueños se ven impotentes para atajar un problema para el que no tiene manos. ¿Qué hacer si los animales te arrancan las plantas un día y otro, o roen los troncos de los árboles, o se comen la mitad de la cosecha... ? ¿Cómo no dejarlo si encima no valen quejas, ni denuncias?
La última gota que colma el vaso puede estar en la incomprensión global de quienes tienen que hacer frente pero no ponen soluciones de verdad, se llenan de palabras solemnes pero no se ponen a la faena y dejan que los laberintos burocráticos se encarguen de agotar. La última gota que lleva a dejarlo puede estar en el conglomerado de decepciones y promesas incumplidas, en la impotencia general, en la falta de agua para asegurar cosechas, mientras en otros sitios no dejan de crecer los regadíos.
Luego lamentan mucho que no haya jóvenes, pero ¿se hace algo serio para atraerlos, aparte de anunciar ayudas limitadas que al final se agotan?
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