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Las movilizaciones de protesta de los agricultores concitan aprobaciones y también la perplejidad en algunos ámbitos. Se asombran políticos que, como el presidente del Gobierno, ... no entienden tantas quejas y cortes de carreteras, a pesar de las subvenciones para el campo. Y, de igual modo, se sorprenden quienes creen que el agricultor es culpable directo de que suban los precios de la comida, está muy subsidiado y encima sale del terruño para fastidiar el tráfico con el tractor. No atinan a comprender que, a diferencia de ellos, una mayoría de ciudadanos, aplaude a los huelguistas, ve justas sus acciones.
Si el presidente del Gobierno se conforma con esgrimir partidas presupuestarias para indicar que se cuida al sector, es que hace falta un esfuerzo adicional para abarcar lo que sucede. Las ayudas no son más que compensaciones parciales por lo que dejan de percibir los productores, para intentar que sigan cultivando. Los poderes públicos procuran asegurar, ante todo, que la población coma barato. Como mínimo, que los precios no se desmanden, porque entonces se desbarata la inflación y arrecian otras críticas. La mejor vía de escape es abrir las puertas, que entren producciones de fuera, más baratas. Pero eso complica la vida a los productores de dentro, que no pueden competir con quienes tienen menores costes. Las ayudas tratan de compensar algo ese desequilibrio. Pero como la espiral sigue creciendo, la inestabilidad se acentúa: los productores locales se ven apartados por las importaciones y por la acumulación de nuevas exigencias, recortes e innumerables trabas medioambientales que no se piden a quienes vienen de fuera, siempre más baratos.
Prueben a plantear la ecuación al revés: ¿qué estará pasando para qué, pese a las ayudas, la gente huya del campo, crezca la despoblación rural y los que aún persisten se rebelan porque no pueden más? A ver si hay otros problemas.
Hasta el ministro de Agricultura, Luis Planas, de habitual tan alineado con lo que viene de Bruselas, comprende ahora las razones de quienes protestan y está de acuerdo con Von del Leyen al retirar la proyectada reducción a la mitad de los plaguicidas aún permitidos.
Si desde ámbitos del poder se ve el asunto con perplejidad, pensando que las ayudas resuelven, el problema no parará de crecer. El vicio crónico de la falta de rentabilidad se está agudizando a marchas forzadas por la prohibición de elementos de cultivo y la demonización del regadío y de la actividad agraria en general, hasta sembrar un amplio hartazgo. Si no se asume la cuestión y se afronta a fondo, habrá más eriales y comeremos lo que pueda llegar caro desde bien lejos.
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