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Pocos cineastas españoles son tan libres como Jaime Rosales (Barcelona, 1970), que ha rodado 'Morlaix' en un pueblo de la Bretaña francesa que le encandiló, ... con actores del país vecino y en la lengua en que se educó. El ganador del Goya por 'La soledad' estrena este 14 de marzo en salas una cinta a contracorriente, que enfrenta a un grupo de chavales a conceptos trascendentes como el amor y la muerte. Un experimento con ecos de la Nouvelle Vague que huye del algoritmo y de la política que todo lo impregna, y que su autor presentó en Bilbao invitado por el Museo de Bellas Artes.
–Descubrió Morlaix durante la promoción de 'Petra' por Francia y pensó que tenía que rodar allí una película.
–Sí. No es el pueblo más conocido ni más visitado de la zona. Me llamó la atención su curiosa geografía, que remite a la costa de Maine en Estados Unidos. Pensé que sería bonito hacer una película allí algún día, justamente porque no tengo ningún vínculo biográfico ni emocional.
–Usted estudió en el Liceo francés.
–Sí, la cultura francesa siempre me ha sido cercana, pero de ahí a rodar una película en Francia hay un trecho. La financiación fue complicada, una cosa es que los franceses ayuden a cinematografías extranjeras y otra que un extranjero vaya a hacer una película en Francia. Hay que ir con cuidado, porque los matices culturales se te van a escapar necesariamente. 'Morlaix' es una ficción colocada en un lugar de ficción toda ella, no está subordinada a la realidad.
–Esos jóvenes protagonistas no pueden ser españoles.
–Es verdad, son muy franceses. Yo creo que los cineastas tenemos dos cinematografías míticas: la hollywoodiense y la francesa. También me gustaría rodar en Estados Unidos agún día y someterme al rigor y las reglas que ellos imponen. Aquí ha sido lo contrario, Francia te da una increíble libertad, hasta el punto de que se me ocurrían cosas y nadie me paraba los pies. 'Voy a hacer una cámara rápida, nerviosa, que no sé muy bien lo que significa'. 'Perfecto, perfecto, vamos a buscar una cámara que tenga velocidad variable'. He forzado mucho la experimentación y la libertad porque me las daban.
–Se ha alejado del costumbrismo incluso francés; estos chavales no miran el móvil y en cambio leen, hacen música, van al cine... Parecen escapados de una cinta de Eric Rohmer.
–No hay una mirada sociológica como la que tuve en 'Hermosa juventud', una película que hablaba de un problema social, político y sociológico. Aquí me interesaban los temas universales y reflexionar sobre lo que es una película, un personaje, una ficción. Solté todo el lastre sociológico. No tenía ningún tipo de necesidad ni de retratar cuestiones costumbristas ni de introducir ideas dominantes. El otro día me reprochaban que era una película de amores entre blancos. Bueno, sí, pero es que como no tengo una derivada sociológica ni ideológica no he querido meter diversidad.
–Se desmarca por completo de la política.
–Sí. La política lo coloniza todo. Es algo muy marcado en las noticias de cultura, pero es que incluso está llegando al deporte. El caso de Jenni Hermoso y Rubiales, que no tiene nada de deportivo, ocupa todos los días los periódicos. Hasta los museos han dejado de interesarse por los autores y son los temas sociológicos los que ocupan el centro de las exposiciones. Vivimos en comunidad y tenemos que reflexionar sobre cuál es la mejor manera en la que queremos vivir juntos. Pero esa no es la única dimensión del ser humano, ni mucho menos. Lo político no va a resolver en última instancia nuestros problemas profundos.
–¿No le parece que ahora las películas se analizan según el tema que abordan?
–Sí, sí. La política se inyecta en la lectura crítica del cine. Las películas buenas vendrían a ser aquellas que defienden bien determinados temas, y las malas serían las que defienden los temas que a uno no le gustan. Por otro lado, la política se ha convertido en una 'soap opera', en una telenovela. Cuando leo el periódico voy a ver qué pasa con los personajes: Pedro Sánchez, Trump, Zelenski... A mí me parecen personajes de una comedia. Se habla muy poco de las ideas políticas: de Estado, Justicia, Libertad... Así veo este tiempo que estamos viviendo. Yo procuro desmarcarme, y eso me da problemas, claro.
–Usted prefiere hablar en 'Morlaix' de la muerte.
–Sí, un tema universal, el gran tabú. Yo creo que el individuo actual está dominado por dos fuerzas: el mercado y el Estado. Y, curiosamente, a ambos les molesta mucho la muerte. Es incómoda porque al mercado le interesa mucho el consumo, y entonces la muerte te podría dar una visión trascendente y te darías cuenta de que consumir no es la respuesta. Al Estado la muerte también le importa, porque ha asumido un papel muy extraño, como de bombero o padre de todos. Si se muere alguien, claro, el Estado siente mucha presión porque no ha conseguido evitar esa muerte.
–¿Crees que esa mirada moral al arte pasará? Ya se habla del fin de lo woke...
–Yo creo que la historia de la humanidad es una historia de conflictos. Lo que pasa es que esos conflictos cambian pero nunca desaparece la conflictividad. Lo que no va a desaparecer son los temas universales: el amor y la muerte. Precisamente porque morimos la única salida a la vida es amar, ¿no? Porque no vamos a estar jugando a las canicas o viendo vídeos de Tik-Tok. ¿Qué es lo único que tiene sentido en esta vida? Dar y recibir amor, hacer cosas por los demás, pero también recibir cosas a cambio. Intentar aprovechar las cosas gozosas sabiendo que también hay tristezas.
–Ha hecho una película contra el algoritmo de las plataformas.
–Bueno, la semana pasada mi mujer y yo empezamos a ver diez películas y no pasamos del minuto 20 en ninguna de ellas. Luego fuimos al cine, porque me habían pedido un artículo sobre los Oscar, y ¡qué gusto volver a ver películas en el cine! Las series no me interesan lo más mínimo, son un chicle estirado. Ninguna serie. A mí me gustaban las 'sitcoms' como 'Frasier' o 'Friends', que eran muy buenas, pero ese formato de repente ha desaparecido. Me encantaban las risas enlatadas, te dicen dónde está el chiste y te tienes que reír. Cuando una 'sitcom' era mala y metían las risas era catastrófico, hacían más evidente el fracaso del chiste.
–No me creo que no haya visto 'Los Soprano', 'The Wire'...
–Nunca, no me han interesado nada. Me han parecido aburridísimas, no tienen gran cosa que decir. Al final, 'Los Soprano', ¿de qué va? Vaya de lo que vaya no necesita un metraje infinito. Otra cosa es 'El padrino', que gira en torno a la problemática del poder y la violencia. Tres horas de una película donde todo es extraordinario.
–¿Las salas desaparecerán?
–No sé, supongo que cuando nos implanten los chips en la cabeza caminaremos como zombis por las ciudades, escuchando y mirando cosas en nuestro cerebro, ya no necesitaremos ni siquiera el móvil. El cine tal y como yo lo he vivido no tiene sentido que desaparezca, porque es una experiencia insustituible.
–¿Cómo se ve a sí mismo en el cine español?
–Creo que he tenido mucha suerte por poder elegir esta profesión. Hacer películas y poder exhibirlas ante un público es una experiencia única. Por otro lado, me siento muy solo, aunque a veces también extrañamente acompañado. Me siento un poco raro, como si estuviera en una fiesta con gente simpática, pero sintiera que no soy del todo como ellos. Sí, me siento un poco intruso en el cine español, un poco impostor.
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