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La forma más evidente de este concepto, cuyo nombre he averiguado gracias a 'El silencio', la hemos visto en muchas películas y series. Un preso que se ha convertido en famoso, condenado a decenas de años por crímenes horrendos, recibe un buen puñado de cartas ... de admiradoras que lo desean de forma casi enfermiza y solo ven en él la 'parte buena'. Este trastorno se denomina hibristofilia y es el aspecto más interesante de la última serie española estrenada por Netflix y que se ha convertido en el producto más visto del fin de semana aunque hace agua por todas partes.

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Para disfrutar de 'El silencio' hay que hacer varios saltos de fe, como el del título de la serie que protagonizan Arón Piper y Almudena Amor. Se supone que Sergio, el personaje de Piper, lleva seis años sin hablar desde que asesinó a sus padres tirándoles por un balcón. En apenas unos minutos del primer capítulo, descubrimos que no dice ninguna palabra a alguien de la Administración. Pero hablar, habla.

También hay que creerse que un juez va a permitir que el protagonista, cuando sale del centro de menores en el que ha cumplido su pena, pueda ser sometido a una vigilancia las 24 horas para un estudio. Y hay que tener fe, nunca mejor dicho, en ese predicador que parece un mafioso más que un pastor que conduce almas perdidas en un invernadero de reinserción.

La serie quiere ser un 'thriller', pero toca demasiados palos a la vez que no aclara qué camino debe tomar el inexpresivo Sergio. Se habla de psicología, aparecen relaciones amorosas entre jóvenes, se roza la pedofilia y entran en juego fármacos sospechosos. Una macedonia de historias con demasiadas revueltas de la que se salva, más o menos, el sexto y último capítulo.

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