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El plantel principal que actuaba en la famosa serie de televisión 'Perdidos'.

Cuarenta y dos

Crítica de televisión ·

Fue aquella vez, hace veinte años, cuando nos estrellamos en una isla habitada por osos polares y escotillas musicales

Domingo, 1 de diciembre 2024, 02:10

Hoy me siento ciertamente perdido. Perdido. Las letras de la palabra dibujan instantáneamente una imagen en mi cabeza, un flash, una ristra de números que ... aprendí de memoria no sé por qué. Cuatro, ocho, quince, dieciséis, veintitrés, cuarenta y dos. Bueno, sí lo sé. Los aprendí porque me gustaba sentirme perdido. Fue aquella vez, hace veinte años, cuando nos estrellamos en una isla habitada por osos polares y escotillas musicales. Por aquel entonces yo tenía 22 años. Tuve suerte porque yo, a diferencia de la mayoría, sobreviví al accidente. El final en aquella iglesia me conmovió y, sobre todo, no me arrepentí del viaje. El viaje valía un principio y un final.

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El día que volé en el 815 de Oceanic Airlines no tenía ni idea de nada. Ya les dije que contaba 22, los dos patitos. Con esa edad uno sabe que es inmortal y que ningún avión en llamas, ninguna enfermedad, ningún llanto a deshoras podría quitarle la vida. Nada, en definitiva, puede vencerte con 22. Aquellos números escritos con puntitos verdes –4, 8, 15, 16, 23, 42– tendrían muchos significados. O ninguno. Lo único que sabíamos es que había que escribirlos en la estación del Cisne cada 108 minutos. ¿Por qué? Por lo mismo que ponemos el despertador cada mañana. Porque así es la vida. Porque sí.

Sobrevivir con 22 años, decía, es fácil. Muy fácil. El fuselaje se había partido por la mitad, John Locke comía naranjas y el médico, Jack Shephard, corría de un lado a otro para salvar alguna vida. Luego aprendimos que Locke y Shephard estaban haciendo exactamente lo mismo aquel día, pero de otra manera. Con 22 me sentía por encima del 4, del 8, del 15 y del 16. Cerca del 23, sí, pero muy lejos de ese 42 imposible. Acabo de cumplir 42 y, por lo que sea, me siento felizmente perdido porque sigo vivo, que no es poco. ¿Qué hay después del 42?

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