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Parque nacional de Ordesa.

Parques nacionales: esto es vida

Picos de Europa y Ordesa cumplen cien años. Un siglo después, son ya 15 los miembros de un selecto club que se enfrenta a nuevos retos y oportunidades

Irma cuesta

Martes, 3 de julio 2018

Aseguran que Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós, marqués de Villaviciosa, era un hombre enormemente apasionado. Tanto como para desenfundar la pistola y encañonar al Gobierno, plácidamente sentado en la bancada azul, durante un encendido debate parlamentario del mes de junio de 1923. El mismo entusiasmo con el que 19 años antes, calzando unas alpargatas de esparto, se convirtió en el primer hombre en coronar el Naranjo de Bulnes. Decidido a no permitir que algún osado extranjero izara allí su bandera, el marqués se armó de valor y escaló el Uriellu demostrando la misma perseverancia que le llevaría, poco después, a lograr que España alumbrara la primera ley sobre parques nacionales.

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Los expertos coinciden en que nada de todo eso habría sido posible si Pedro Pidal no se hubiera contagiado del espíritu conservacionista de la época y no hubiera padecido de esas fiebres regeneracionistas que entonces buscaban nuevos asideros al ideal patriótico; también, que tanto entusiasmo no habría servido de mucho si el aristócrata no hubiera contado con el apoyo de su amigo Alfonso XIII, otro personaje clave en esta historia. El caso es que los astros se alinearon para que, en 1916, el Gobierno se decidiera a aprobar la Ley de Parques Nacionales que dos años más tarde haría posible la creación del Parque Nacional de Covadonga, hoy Picos de Europa, y de Ordesa, el lugar de las grandes rocas, nieves eternas y bosques frondosos.

Cien años después, España cuenta con 15 parques nacionales. 385.000 hectáreas por cuya conservación velan cientos de personas –entre ellos los agentes del Seprona que este año cumplen su treinta aniversario– con el mismo afán de aquel marqués que hoy descansa en el Mirador de Ordiales, una terraza natural colgada del vacío a 1.750 metros de altura al oeste del macizo occidental de los Picos de Europa.

Un siglo en el que se ha ido ampliando el número de miembros de este selecto club en el que espera su admisión la Sierra de las Nieves de Málaga –el Consejo de Ministros ya ha aprobado la propuesta inicial para declarar a este espacio con la máxima figura de protección medioambiental del país– y en el que, superados algunos retos, aguardan a la puerta otros nuevos, como el de luchar para que no terminen convirtiéndose en una suerte de parques temáticos atestados de gente.

Linces en Doñana. Afp

Para Ángel Serdio, codirector de Picos de Europa, funcionar con objetivos comunes garantizará la buena salud de los parques durante muchos años. Lugares que, por otro lado, poco tienen que ver unos con otros. «Quizá, lo que hace tan especial a Picos de Europa es que es el único en el que viven personas. Ayuntamientos enteros, como en el caso de Treviso, que tienen obligaciones, pero también derechos», explica. Serdio lamenta que la ley por la que se regulan estas áreas se haya hecho de espaldas a esa circunstancia. «Hablamos de gente que lleva 15.000 años viviendo allí, que desayuna, se ducha y trabaja dentro del parque, y que necesita una depuradora o tener acceso a internet y cobertura en el teléfono móvil. Por eso hay que funcionar como hasta ahora, como una auténtica red con objetivos comunes, pero sin perder de vista las peculiaridades de cada uno».

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También Javier Martínez Vega, científico del Instituto de Economía, Geografía y Demografía dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cree que uno de los grandes debates abiertos en torno a los parques nacionales es el relativo a los cambios de uso del suelo. «Tradicionalmente, los habitantes del entorno de un parque opinan que las áreas protegidas están muy bien, pero que son muy limitantes», afirma, asegurando que la solución debe encontrarse en la buena comunicación entre los responsables de la gestión de los parques y del territorio que está en su entorno. Al fin y al cabo, dice el profesor, en la cooperación está la clave si queremos que nuestros parques no dejen de ser un lugar que merece ser conservado. «Hay que tener en cuenta que hay muchos velando por esas áreas. Las comunidades autónomas, los ayuntamientos incluidos en los parques o su entorno inmediato, y el Estado a través del Organismo Autónomo de Parques Nacionales. Y cada uno puede defender una idea».

Puestos a analizar la situación, el experto reconoce que el tiempo ha tratado de manera muy diversa nuestros parques. «En algunos los cambios han sido favorables, como ha ocurrido en Ordesa, pero en otros, como el Teide o Doñana, ha ocurrido lo contrario. En un caso por el problema de la sobrexplotación de acuíferos, y en el canario por los cambios urbanísticos. Sin embargo, creo que, en líneas generales, el diagnóstico es bueno».

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Ángel Rodríguez, director del Parque Nacional de Monfragüe (Cáceres) desde su creación en 2007, derrocha tanto o más optimismo que el científico. Con un padre pastor, y habiendo vivido hasta los catorce años en un chozo (una construcción de roca y madera con tejado de escobas en la Sierra), a Rodríguez el amor a la naturaleza le viene de serie. Por eso asegura que le resulta imposible pensar en dedicarse a cualquier otra cosa y no disimula el orgullo que le produce saber que Monfragüe es cada día un lugar mejor. «Aquí no olvidamos que en 1979 sobre la zona se cernía la amenaza de repoblación de eucaliptos. Costó, pero finalmente logramos pararlo y hoy la vegetación autóctona se ha hecho con este sitio sobre el que vuelan cigüeñas negras y buitres y al que sabemos que no tardarán en volver los linces».

Timanfaya, en Lanzarote.

También él cree que las cosas no han hecho más que mejorar en las últimas décadas y que la nueva ley de 2014, y el plan director aprobado en 2016, han alumbrado una gestión más coherente. «Hay que tener en cuenta que son 15 parques en manos de comunidades autónomas, algunos incluso de varias, y cada uno con sus características. Por eso es importante tener claro que tenemos que remar todos en la misma dirección». Rodríguez rechaza la idea de que existen parques de primera y de segunda, y se alegra de que la creación del parque, además de preservar un lugar único en fauna y flora, diera la vuelta a la economía de la zona, uno de los lugares más deprimidos de Extremadura, que hoy recibe 300.000 visitas anuales.

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Precisamente, controlar y dosificar las visitas a los parques es otro de los asuntos que hoy está sobre la mesa de sus responsables por más que haya quien opine que las extremas medidas de protección apenas dejan margen a algunos para ganarse la vida.

Los casi 15 millones de personas que, según los últimos recuentos oficiales, han visitado los parques nacionales españoles el año pasado, no han generado, en opinión de Aneta, la asociación que representa a las empresas de turismo activo, toda la riqueza que debería. «Está claro que hay áreas en los entornos de los parques en los que la apertura de hoteles, restaurantes o tiendas asientan a la población y generan desarrollo, pero las empresas de turismo activo debemos luchar contra una visión demasiado proteccionista», asegura Pedro Carrasco Jiménez, gerente de la asociación. «Nuestra principal demanda es que se regulen adecuadamente las limitaciones. ¿Por qué a un determinado lugar pueden acceder cinco y no cien personas?, ¿en base a qué informe? Hay actividades que claramente se han estigmatizado. En todo Ordesa, que es muy grande, no se puede practicar parapente. No se entiende la prohibición absoluta», dice, recordando la polémica surgida hace unos meses en Huesca, que a punto estuvo de vetar el barranquismo y cargarse la mitad de las empresas de la zona. «Se planteó que era dañino para determinadas especies y finalmente se reconoció el error. Otra pregunta es por qué, en ocasiones, se discrimina a las empresas respecto a clubes, federaciones, e incluso a aquellos que van por libre. La solución, está claro, está en hablar, intercambiar opiniones y buscar ese camino que nos permita mantener nuestros negocios y, al mismo tiempo, conservar los espacios en los que trabajamos porque somos los primeros interesados».

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Picos de Europa. Efe

También desde Europarc, la organización en la que participan las instituciones implicadas en la planificación y gestión de los espacios protegidos en España, opinan que hablar de parque nacional es hablar de espacios complejos y frágiles cuya gestión requiere de equipos de personas comprometidas, cualificadas profesionalmente e integradas en la realidad local. «No se debe olvidar que el mundo rural, ni que las áreas protegidas sufren un grave problema de despoblación con sus negativos efectos económicos, laborales, socioculturales y ambientales. Por eso hay que impulsar modelos innovadores de desarrollo territorial en equilibrio con el entorno; modelos que dinamicen la actividad económica y favorezcan la cohesión social», afirma Rafael Mata, presidente de la organización, recordando que buena parte de su trabajo está dirigido a seguir tejiendo alianzas para implicar a colectivos e instituciones comprometidos con el futuro de esos espacios.

Algo que suena tan bien como complicado. No solo porque cada uno tiene sus propios problemas, sino porque esa buena salud de la que se habla cuando no se entra en detalle, no es cosa de todos. Tablas de Daimiel y Doñana son lugares a los que miran con preocupación los conservacionistas demandando un plan hidrológico nacional que preserve los humedales que los alimentan. Ellos también ponen el foco en algo tan prosaico como imprescindible: el dinero, que no llega a todos ellos con la misma alegría. Ese sería el lado malo, el bueno es que cualquiera de los actores con algún papel en esta historia hacen gala del mismo entusiasmo que movió al señor Pidal, hace ahora cien años.

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