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El último pescador de Benidorm

José Miguel Martínez heredó la pasión por el oficio de su padre y de su tío: hoy, tripula la única barca de pesca atracada en el puerto, rodeada de turistas y embarcaciones de recreo como un auténtico superviviente, un Robinson del mar

Jorge Alacid

Valencia

Martes, 25 de marzo 2025, 01:09

Esta historia casi se explica sola. Es suficiente ver en el puerto de Benidorm el barquito donde pesca nuestro protagonista, José Miguel Martínez, y reparar en que es el único de su estirpe: rodeado de fuerabordas, yates y motos acuáticas, ejerce como una especie de robinson que recuerda los tiempos en que este destino turístico era sólo un pequeño pueblo de pescadores. También José Miguel es un superviviente: el último pescador de Benidorm, que cuenta su peculiar vida y su singular oficio mientras camina por su barco, bautizado como Cayetano Francisco Dos, que está atracado en una esquina del puerto, justo al lado de donde otros barcos, turísticos, suben a bordo al pasaje que recorrerá el frente marítimo de Benidorm y conocerá por lo tanto desde el agua la inconfundible estampa de la localidad.

Es un Benidorm muy distinto al que conoció de crío José Miguel, como nos cuenta mientras arregla los aparejos, limpia el pescado que acaba de capturar, charla con un par de veteranos pescadores, los nonagenarios Vicent y Batiste, que le hacen compañía, y enhebra su historia sin dejar de atender la faena de cada día. Es un luminoso mediodía de otoño. Recoge las redes, atiende el teléfono, se ocupa de asear su barco y poco a poco nota, como notamos nosotros, que un punto de nostalgia domina sus palabras. Mira hacia la orilla del mar, esa playa de Levante desbordante de turistas desde primera hora de la mañana, y de nuevo viaja en el tiempo al Benidorm de su juventud.

Tercera generación de una familia dedicada con fe insobornable a este duro oficio, en su discurso palpita una emoción latente que pronto compartirá con nosotros. Mientras escuchamos sus palabras, nos sentimos algo así como unos intrusos en el paisaje que nos rodea. Sólo hay turistas, legiones de turistas, que pasean, toman posesión de las terrazas vecinas o van y vienen en sus embarcaciones de recreo. El barullo empieza a ser el tono dominante en este rincón donde José Miguel ya ha dejado de recoger sus bártulos. Pone pie a tierra y se dirige hacia la caseta donde guarda sus cosas; entre ellas, unos relucientes peces que hace poco dormían en el mar. Alguno formará parte de su almuerzo, aunque la mayoría irá a parar a otro destino: la cesta de la compra.

Se trata de las rutinas propias de su oficio, compartidas con seguridad por otros pescadores de nuestras costas, que son sin embargo muy singulares en su caso. Superviviente de aquel Benidorm desaparecido, condenado a practicar una profesión que casi nadie quiere ya hacer suya, José Miguel reflexiona en voz alta sobre sus curiosas peripecias profesionales, mientras afloran la emoción en sus recuerdos. La mención a su familia, la honda reflexión sobre el sentido de su oficio, la comparación entre sus condiciones de trabajo y el asueto al que se entregan los ociosos turistas que nos rodean hacen que José Miguel dirija a su alrededor otra mirada. Dice que tiene dos hijos, chico y chica, pero que ve complicado que quieran seguir su ejemplo.

¿A él le gustaría? Duda antes de responder. Luego abre un poco su corazón, porque este negocio que no es un negocio cualquiera. Se trata de un oficio que impone sus propias condiciones y exige sus particulares rutinas, no aptas para todo el mundo. Sobre todo, para quien busque comodidad, horarios fijos, seguridad laboral y también salarial. Y así, día tras día. Levantarse de noche, faenar de madrugada, someterse luego a los caprichos del mar, que una mañana se muestra generoso y derrama sus frutos sobre el barquito de José Miguel en forma de kilos y más kilos de pescado, pero otras veces racanea. Hoy, por ejemplo, ni fu ni fa. Dice que se habrá llevado del Mediterráneo unos 50 kilos de pescado, un nivel de capturas regular. Tirando a flojo, apostilla.

Pero ya se sabe: este trabajo tiene sus propias reglas. Sus propias reglas… y también su propio calendario. La burocracia no va con la profesión de pescador. Son jornadas de faena durante las cuales José Miguel siente siempre la presencia cercana de su base, ese puerto de Benidorm que no pierde de vista a bordo de su Cayetano Francisco Dos. Un paisaje que desata en él un sentimiento contradictorio: por un lado, es su puesto de trabajo. Pero es también un hermoso escenario, una conmovedora geografía a cuyos efectos no es inmune. Su corazón se acelera en esos momentos en que repara que su oficio es también en cierto sentido un privilegio, enmarcado por unas vistas envidiables que activan en José Miguel una catarata de sentimentalidad que acaba por irrumpir en sus palabras, mientras se ve a sí mismo en el incierto punto de la costa desde donde divisa no sólo Benidorm, sino también su propio presente robinsoniano, como último pescador del municipio. El recodo de su vida donde le visita su antiguo yo.

José Miguel se abandona a la melancolía mientras repasa su vida, su vínculo emocional con la pesca y con este puerto donde duerme su barquito que le acompaña desde hace casi 30 años convertido como nos dice en parte de su vida. Un testigo del floreciente tiempo de aquel otro Benidorm, superado hoy por el paso del tiempo, que es también como el propio José Miguel se siente: como una parte más de este mundo que ya declina. Un oficio de otra época. Pero un oficio que es el suyo. Y al que no renuncia, aunque mientras relata su historia hay un momento en que le vemos ensimismado, como abismado en sus pensamientos. Sus palabras han llegado a ese territorio donde prevalece lo emocional, cuando nota la ausencia de quienes ya no están. El peso de la pérdida, las sombras de su tío y de su padre, que falleció hace dos años. Mira hacia el mar y resume sus impresiones con la voz entrecortada y el llanto a punto de estallar.

Las emociones ya desbordan a José Miguel. En sus palabras palpitan sentimientos paradójicos, porque paradójica es la vida también y lo es igualmente su oficio, oscilante siempre, a merced de los vientos. En su caso, esta frase hecha no es una metáfora. Es más bien el resumen de su vida y también de su figura: una paradoja andante. El último pescador de Benidorm, el testimonio de las múltiples vidas que habitan entre nosotros. Un orgulloso trabajador que presume de encarnar cada día el legado de sus antepasados, tal vez el auténtico depositario de la genuina identidad de esta ciudad tan extraña.

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