Ximo Puig: un 'adieu' con París de fondo

Fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Puig ha pasado medio año en la primera fase. Perdió las elecciones del 28-M y el mayor sorprendido por la derrota fue él mismo, a pesar de ser un veterano en la política y de haber conocido la derrota en sucesivas ocasiones. No la esperaba, esta vez. Puig consideró posible continuar al frente del partido, incluso intentar volver a presentarse en 2027 a las elecciones autonómicas. Así pues, ni él ni su entorno vieron incomprensible seguir en Les Corts, continuar como secretario general y ocupar un escaño como senador. Incluso barajó la posibilidad de ser ministro. Se negó a ver pasar los trenes de la política del futuro con la misma convicción que sintió injusta la derrota electoral pasada, sobre la cual apenas admitió una ligera autocrítica al reconocer que debió descender al ruedo político y dar más batalla a Mazón.

Quien huye de la realidad acaba atrapado por ella, escribió el filósofo. Puig, que es de citar múltiples autores, de leer a mansalva y ahora también de escribir (está presentando un libro denominado 'Una idea de esperanza', donde resume su labor al frente del Botánico), se ha visto finalmente alcanzado por una realidad terca como una mula. Ese sustancial presente, al margen de percepciones, le obliga a dar un paso al lado en lo que se refiere al liderazgo del PSPV. Ya hace unos meses que barrunta que su incomodidad en Les Corts, el desacople de su figura política respecto al funcionamiento de los socialistas en el parlamento, sus sucesivas ausencias en los plenos, no eran compatibles con su intención inicial de mantenerse como presidente del grupo del PSPV en Les Corts y ofrecer intervenciones puntuales y estelares en los debates punteros y significativos de la legislatura.

El mes pasado llegó el aterrizaje forzoso en la realidad al comprobar que Sánchez no tenía intención de convertirle en uno de sus ministros. Si la primera fase del duelo le costó pasarla, las siguientes se han acelerado. Con el anuncio de ayer, parece más cercano a la aceptación de su suerte, que quizá no sea del todo mala, si se mira con perspectiva.

Incluso antes de que se supiese que no sería ministro, los socialistas más cercanos a Sánchez sabían que Puig recibiría una oferta internacional, una solución que diese dignidad política al adiós del que ha sido presidente del gobierno autonómico de la región más poblada en manos de un socialista durante los últimos ocho años. En la capital francesa está la sede de la OCDE.

El embajador permanente allí percibe un sueldo importante, (10.000 euros al mes más gastos de representación), uno de los mejores entre los representantes exteriores de España, con una amplia casa parisina (500 metros cuadrados) en un barrio exclusivo y con personal de servicio pagado por el Estado. No está nada mal para que Puig se desagravie de la derrota electoral y de su descarte como ministro. Habrá que ver si además tiene que asumir que la persona que le suceda al frente del PSPV no sea ni afín ni de su agrado.

Puig puede aplicarse una frase de Voltaire: «Al ser incapaz de hacer que la gente sea más razonable, he preferido ser feliz lejos de ellos». Voltaire, por cierto, nació y murió en París.