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Isabel Bonig ha dicho adiós a la política valenciana desde la emotividad con la que se manejó en ella. Sus ojos permanecieron brillantes toda la mañana. Las lágrimas se conciben como una señal de debilidad. Una convención antigua que desmienten personas como Bonig, ... política dura y correosa, pero emotiva. La pasión y la contención son casi incompatibles, y la exlíder del PP fue dejando atrás espacios políticos sin contener su apasionado modo de entender la política y la vida.
Lloró en la sede del PP, cuando anunció su dimisión, un discurso quebrado en varias ocasiones. Cuando recordó sus años de alcaldesa («es el cargo político en el que me he sentido más identificada»), cuando aseguró haberse equivocado en la reprobacíón de Rita Barberá (un peso del que luego se volvió a descargar en Les Corts: «Me equivoqué, pido perdón») y al recordar la muerte de su padre, hace apenas cuatro meses, la persona quien le transmitió la pasión por la política, si bien el señor Bonig era un socialista tan incondicional como lo era ella del PP (rememoró que esas divergencias le costaron algún encontronazo político en casa). Su equipo de comunicación también iba escondiendo lágrimas por la sede del partido. Al fondo de la sala de prensa, su mano derecha, Eva Ortiz, y la exportavoz popular en la Diputación de Valencia, Mari Carmen Contelles. Ellas y nadie más.
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En el corrillo, tras anunciar su adiós, Bonig reconoció que necesita desconectar (viajar en la medida de lo posible, leer y, sobre todo, escuchar música, su gran pasión). Serán unos días de liberación. ¿Y después? La dirigente popular aseguró no haber «pedido nada» a Génova. Admitió que tal vez se vincule a alguna fundación liberal en la órbita del partido. Bromeó con saltar a Compromís o al PSPV tras el buen trato recibido durante los últimos días, y ella misma se rectificó: «No, yo soy y seré siempre del PP».
Y lloró, y no precisamente ella sola, cuando al final del pleno de Les Corts tomó la palabra. Acudió a la Cámara expresamente para eso. Pidió un minuto y el presidente del parlamento, Enric Morera, se lo dio. Antes de su intervención, hasta su escaño se acercó la vicepresidenta Mónica Oltra. La relación entre la líder de Compromís y la que ha sido hasta ahora del PP daría para una sesión de psicoanálisis. Tienen puntos en común y en ocasiones se ha podido vislumbrar cierta comprensión mutua por el modo en que reaccionaron ante las intervenciones de su rival, especialmente frente a las más emotivas. Durante sus intervenciones, la consellera de Sanidad, Ana Barceló, o el vicepresidente segundo, Rubén Martínez Dalmau, le desearon suerte y reconocieron con elegancia su labor como líder de la oposición. En la tribuna, agradeció «eternamente» el trabajo a su grupo y a los trabajadores de Les Corts, pidió perdón de nuevo por la reprobación a Barberá y por la veces que en su vehemencia (reconocida por ella: «A veces me he pasado») haya errado con las palabras o con sus acciones. Aplaudió el hemiciclo, hasta personajes políticos antagónicos, como Josep Nadal, nacionalista de Compromís. El excantante de La Gossa Sorda puntualizó luego en las redes sociales: «Hay una diferencia abismal entre la despedida que le ha hecho la derecha madrileña a Pablo Iglesias y la que le hemos hecho la izquierda valenciana a Isabel Bonig. No sabría decir cuáles son los motivos, pero tengo claro que salimos ganando en la comparación».
Aguantó como pudo Bonig durante los cinco minutos cortos que empleó para despedirse en Les Corts, igual que Ortiz, una mujer de talante fuerte («Vengo de Afganistan, no me afecta la presión», ha bromeado en alguna ocasión la número dos del PPCV, que inició su carrera en Orihuela, plaza ciertamente complicada para salir vivo políticamente), pero que en su escaño se quebró escondiendo el rostro, consolada por Elena Bastidas, también con los ojos rojos, e igual acabaron otras diputadas. Bonig generó siempre una corriente de camaradería con muchas de sus rivales en la bancada Botánica, indignadas ayer por el modo en que Génova la ha facturado. Entre esos afectos propiciados por una acérrima defensora del liberalismo, también se evidenció el de Fran Ferri, sindic nacionalista, al que dio las gracias con emoción («nunca pensé que tendría tanta afinidad en lo personal con alguien de Compromís«), y especialmente a Mata («gracias Manolo»), portavoz del PSPV, con el que se dio el primer abrazo tras bajar de la tribuna mientras el hemiciclo se puso en pie para despedirla.
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