Alfonso Rus Terol cumplió 73 años el 16 de octubre. Días después recibió el mejor regalo: absuelto del juicio del 'call center', pieza separada de la macrocausa de Imelsa. En la mochila lleva más de ocho años de calvario, silencio y olvido para ... que se confirmara su máxima: «Yo no he hecho nada». En estos casos, la verdad, al menos la que dicta la Justicia, llega tan tarde que es casi imposible renacer. La sentencia de la Audiencia es demoledora contra la Fiscalía, a la que viene a acusar de reclamar una culpabilidad sin una sola prueba que la sostenga. El «yo no he hecho nada» de Rus se traslada al veredicto, que apunta que no hay ni un solo dato que avale que el expresidente de la Diputación influyó en la adjudicación.
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El PP de Alberto Fabra cortó por lo sano, sin dar ni una oportunidad a la presunción de inocencia. Todos apartados. A la exalcaldesa de Valencia Rita Barberá le costó la vida; al expresidente Paco Camps, su carrera política y a Rus, una jubilación de hiel, aunque vende, como buen empresario, que lo ha sabido llevar pero en el terreno del afecto, cuando el ronquido de su voz baja los decibelios, coge del brazo, mira a los ojos y confiesa: «Ha sido jodido».
El fuego amigo guillotinó al dirigente más singular del PP valenciano, un torbellino de metro y medio: «Un cargo del PSOE me decía: Alfonso, te han matado los tuyos. Los socialistas no hemos sido». Salió de la política medio año antes de cumplir los 65 y ahora ya ha saltado los 73. Está igual –él dice que más gordo por la pandemia, «aunque he perdido ya diez kilos»–, lleva una vida de esposo, padre y abuelo, y en el relato no faltan «ché, crack, fenómeno y fuera de serie». Rus en estado puro.
«¿Alfonso, ahora a qué te dedicas?», y él contesta: «Pues aquí estoy todos los días, doy conferencias sin cobrar. No puedo trabajar, me lo quitaron todo y no tengo ni número de cuenta». La cita es en su despacho, que no es otro que el hall del Alameda, un salón de banquetes donde muchos novios de Xàtiva han celebrado el convite de esas bodas pantagruélicas en comida, bebida e invitados. Hoy está vacío y con polvo pero al cerrar los ojos se puede imaginar una conga de tiempos mejores. «Ves aquellas naves, las del techo verde, son mías. Aún las tengo embargadas», apunta todavía sin entender por qué se lo quitaron todo.
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En su 'despacho' no hay lujos. Una mesa blanca plegable de plástico de Leroy Merlin, varias sillas rescatadas del salón de bodas y los amigos, que no son otros que los que siempre han estado a su lado. «Ellos –y los señala–, siempre han estado conmigo. No me han dejado nunca», destaca con una pizca de emoción. Entre los fieles, varios de los concejales de sus equipos de gobierno –fue alcalde de Xàtiva desde 1995–.
Allí la gente entra y sale. No hay boda pero sí tertulia. Conversan y echan las horas. «Aquí somos quince o veinte todos los días. Además, puedo fumar. Hablamos de política y les hago callar...», relata de esa forma que sólo él sabe hablar. Es pequeño y exagerado. Rus, conforme aparecen, los presenta: «Este fue concejal mío, este otro era el alcalde de...». Habla sin punto final, ríe, cuenta y le pega caladas a un puro al que no para de darle fuego. Enseña la vitola: «Antes fumaba cohibas, ahora estos de 'ja te agarraré'». Sin complejos.
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De vez en cuando, mientras salta de un tema a otro, llama la atención de uno de los suyos para que confirme su versión. «Aquí soy el rey», exclama. La camarera, la del bar del al lado, entra y sale sin descanso. Pido una cocacola. «Ponle también un 'bocadillet d'eixos», apunta Rus. Uno de los miembros del sanedrín del Alameda me anima a pedir un cremaet, que descarto porque hay que conducir. La camarera responde en valenciano de La Costera. «Es polaca pero habla el valenciano perfecto», apunta. La chica vuelve con el refresco, el 'entrepán' de jamón y tortilla, olivas y cacaos. La cuenta la paga Helio, el yerno de Rus, que ha ido con el yorkshire de la casa.
El caso de los colegios de Ciegsa lo archivaron. Y ahora ha salido absuelto del asunto del 'call center', que investigaba un presunto amaño para poner en marcha un equipo de teleoperadores para gestionar el cobro de impuestos desde Imelsa. No sólo ha quedado absuelto, sino que la Audiencia ha despedazado las tesis de la Fiscalía y de la UCO. «No hay ni una sola prueba, ni próxima ni remota», señala la sentencia, y valida la versión que ha mantenido siempre Alfonso Rus: «Yo ni siquiera tenía firma. Nunca he hecho nada que no esté respaldado por el secretario o el interventor».
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Los días malos han sido peores: «Llegué a un pacto con mi mujer: en casa no se hablaba de esto». Y se cumplió. Alguna vela sí que se encendió los días de declaración judicial. Confianza divina. «Mi mujer es una fenómena, un espectáculo», y le pega otra calada al puro.
En la tertulia del Alameda, Marcos Benavent, al que trató como a un hijo, ha pasado a ser «el yonki del dinero». Rus dice que el tiempo le ha ablandado, que lo ha sosegado todo, pero igual que no se olvida del yonki tampoco se desprende del recuerdo del entonces fiscal Vicente Torres y de la exconsellera y exdiputada de Esquerra Unida Rosa Pérez Garijo. Se ha sentido perseguido por ellos. Para Rus, la consigna era cantar contra él y contra Rita Barberá, Zaplana y Camps.
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El momento más duro
El calvario empezó en las Navidades de 2014, cuando la imagen de Marcos Benavent ya era turbia frente al espejo. «Aquella Nochebuena ni cené». Las cosas empezaron a rodar mal y a principios de mayo de 2015 el PP le suspende de militancia. El 16 de enero de 2016, a primera hora, la Guardia Civil lo localizó en Xàtiva y se desarrollan los acontecimientos. En un parking, con discreción. Rus no quería un espectáculo público porque nunca se sintió culpable. «Tengo que agradecerle al juez que en aquel momento no me llevara para dentro, que era donde muchos me querían ver. Me llegaron a decir que iría un mes a la cárcel. Yo, con que me trajeran algún purito (ríe)... Había mucha presión, los partidos, la Fiscalía, los medios de comunicación... Me llevaron al juzgado y yo me decía, pero qué hago aquí si no he hecho nada... Agradecí que no me esposaran», apunta. El gesto lo tiene muy presente.
Las propiedades, las suyas y las de su mujer, quedaron embargadas. Hace muy pocas semanas que han devuelto las de su esposa. Le quitaron hasta un Mercedes que Rus le compró por su cumpleaños. Un coche nuevo que se llevaron a Madrid con 10.000 kilómetros y se lo devolvieron con 97.000. Hasta el coche de su hija requisaron. «Yo les dije, llevaos el Ferrari que no lo uso», comenta, mientras suelta algún taco entre «crack» y «fuera de serie».
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A estos ocho años se han sumado la pandemia y la pérdida de sus padres. Dolor. El mismo que ha sentido por la ausencia de afecto de aquellos a los que trató como hijos y nunca preguntaron. Ni en los pésames. El 'sanpedrismo' de la política. Rus pasa página de voz pero en sus ojos cae a peso la decepción.
«Los sábados voy a ver a mis nietos a jugar al fútbol». Fue presidente del Olímpic de Xàtiva y su sueño hubiera sido ser el del Valencia CF. Tiene dos nietos. Con el mayor, del que ya fardaba por los pasillos de Les Corts, ha tenido que hablar y contarle para ponerlo en situación. Las versiones de la calle siempre son las del teléfono escacharrado.
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La charla, que va de aquí para allá, continúa mientras en el hall del Salón Alameda no para de entrar y salir gente. «Tono, agarra una cadira», ordena Rus. Y allí se sienta Tono con el resto, mientras la camarera polacovalenciana sigue a su marcha. Alfonso, porque allí es Alfonso, continúa con la cháchara mientras en los otros corrillos van a lo suyo. «Los que no me podía ver pues me siguen sin poder ver y les hubiera gustado verme en Picassent. Luego están los que me pueden ver y me quieren mucho, porque aquí soy el rey y luego están los que ni fú ni fa», señala. De vez en cuando mira el móvil, y abre el estuche para sacar y ponerse las gafas, siempre pequeñas, como aquellas desmontables que usaba en Les Corts.
Ahora tiene pendiente el caso de los zombis de Imelsa, que en breve saldrá la sentencia, el asunto del blanqueo y la gestión del Olímpic. Está tranquilo: «Pero si yo no contrataba a nadie, eso era cosa del yonki del dinero».
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En las causas abiertas hablan de un presunto blanqueo en Brasil y se hace cruces: «Ché, pero si solo he estado en Brasil una vez y fui con mi mujer cuando nos casamos a finales de los setenta a un congreso de lavadoras». Rus tenía una negocio de electrodomésticos y se fue Sudamérica a aprender. Y de ahí saltó a las minilavadoras Jata, aquellas azules con la tapadera banca que se pusieron de moda en los ochenta y que él vendió como rosquillas. Todavía recuerda a cuánto las compraba y a cuánto las vendía en pesetas. «Estoy muy tranquilo».
Rus apunta: «Todo mi patrimonio lo hice antes de 1995». Ese año fue elegido alcalde de Xàtiva. Un aviso para aquellos que sospechen que la bonanza llegó en los tiempos de cargo público. Ha tenido negocios de electrodomésticos, de construcción, una empresa de muebles y una de ropa –Stefano Rusini–. «Yo entré en el Ayuntamiento a hacer cosas, no a cobrar», afirmación que secundan los allí presentes, que añaden que Rus no era de poner sueldos altos a sus concejales.
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Estar en los papeles y en las causas judiciales te obliga a cambiar de hábitos. Especialmente si hay embargos y la cuenta del banco suena a hueco. En esos casos se deja de salir a comer y a cenar a la espera de que lleguen tiempos mejores. «No tenía ni uno pero no pasa nada», apunta. El banco cierra el grifo y hay que bajar persianas. «Cogieron todo y pum».
A los 14 años ya estaba trabajando. «Y si tocaba empezar otra vez, pues otra vez. Yo no estoy gilipollas. Si me dices, vamos a vender gafas, empezamos mañana y me los cargo a todos. Soy el número uno en los negocios». En sus planes no está volver a la política. El archivo o la absolución de las causas no son un plan de revancha. «Mi tiempo ha pasado. Tengo 73 años y me queda un 15% de vida. Para qué quiero durar tanto aunque mi padre ha vivido 99 años», advierte. La vida de Alfonso Rus ahora es otra. Amigos, familia y nietos. «Hasta luego Tonet», grita, y vuelve a coger del brazo y susurra: «Soy feliz, estoy en mi mejor momento».
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