Burguera
Domingo, 26 de mayo 2024, 01:12
Si en un segundo te puede cambiar la vida, no digamos en un año. La política siempre es personal, y las personas que protagonizaron y protagonizan la política aquel 28 de mayo y ahora no son los mismos. El vuelco electoral propició un cambio de ... caras en los gobiernos de la Generalitat y los ayuntamientos. Y no sólo eso. Caras, cargos, pesos y contrapesos han variado notablemente en ese año en que la vida de muchos ha cambiado tanto.
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De presidir la Generalitat y formar parte del gobierno municipal en el Ayuntamiento de Valencia a desaparecer de la primera línea política. Ximo Puig y Sandra Gómez, las dos caras visibles del PSPV en el Consell y en el consistorio del cap i casal hace ahora un año, han puesto ya rumbo fuera de la Comunitat. El primero, nombrado embajador de España ante la OCDE en París. La segunda, en el número 14 de la candidatura de los socialistas al Parlamento Europeo. En ambos casos, derrotados en las urnas. Con matices, claro. Matices relacionados con el punto de partida. Ximo Puig fue derrotado en las urnas por el PPCV de Mazón tras dos legislaturas presidiendo la Generalitat. Puig y su entorno más cercano estaba convencido hace un año de que la izquierda retendría la mayoría en Les Corts. Pero eran los únicos. No confiaba Podemos, que se veía fuera del Parlamento, y tampoco tenía mucha más confianza Compromís, sacudido por el terremoto que supuso la dimisión de Oltra.
En el PSPV hubo quien quiso detectar factores positivos en el desgaste de uno y otro socio. Una campaña como 'el president', escasamente colaborativa con el resto de partidos de la izquierda, como si se buscara más aprovechar ese desgaste. Como si se pensara que el votante del PSPV y el de Compromís pudiera ser intercambiable. Ni lo era, ni se midió el impacto de la salida de Oltra.
Puig no compensó ocho años de desgaste. Y Sandra Gómez tampoco logró, pese a sus intentos en la recta final de la legislatura municipal, desmarcarse de la visibilidad del alcalde Joan Ribó. Como si estuviera cómoda en su condición de vicealcaldesa, arrastrando además el eterno déficit de voto socialista en el cap i casal. Incurriendo además en algun patinazo sonoro, como al animar a su partido a abrir el debate sobre la monarquía o su no menos innecesario «hasta Dios nació del coño de una mujer».
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Un año después, con Gómez y Puig fuera de la primera línea política valenciana, el protagonismo lo ha asumido Diana Morant. Hace un año, ministra de Ciencia e Innovación en el Gobierno de Sánchez, pero sin una consideración específica de outsider en el caso de batacazo electoral. Ahora, en cambio, investida secretaria general gracias a la presión de Ferraz para que los otros dos aspirantes, Alejandro Soler y Carlos Fernández Bielsa, dejaran paso. Morant lidera el partido desde marzo, rodeada del núcleo duro que ya acompañó a Puig, con una de esas ejecutivas kilométricas (56 miembros). Apoyada en el impagable trabajo de la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, y en el marcaje a Mazón del portavoz en Les Corts, José Muñoz. La ministra simboliza la apuesta de Ferraz por la fórmula Illa. Eso sí, sin contar con los mismos mimbres.
El PP valenciano puso fin hace un año a las dos legislaturas de travesía del desierto, entre 2015 y 2023, con el Gobierno de Ximo Puig en la Generalitat, Joan Ribó en la alcaldía de Valencia y Toni Gaspar en la Diputación de Valencia. El mismo PP despojado de la mayoría electoral tras dos décadas de gobierno en la Generalitat encontró finalmente en Carlos Mazón y María José Catalá las dos referencias que necesitaba para recuperar el Consell y la alcaldía. Sólo unas semanas después, Vicent Mompó lograba gracias al acuerdo alcanzado con el partido de Jorge Rodríguez la presidencia de la corporación provincial.
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Mazón, como Catalá, llegaba a esos comicios con el viento a favor de los sondeos, con una ambiciosa reforma fiscal bajo el brazo y con un discurso fresco, liberal, alejado de adoctrinamientos y que aprovechó el agotamiento del Botánico, lastrado por la salida de Oltra, las crecientes discrepancias en el tripartito y las fugas que en el último tramo de legislatura se produjeron de altos cargos del Consell ya anticipaban el cambio. El dirigente alicantino, como la candidata a la alcaldía, supieron movilizar al electorado valenciano de centro derecha, cansado de discrepancias entre los partidos de izquierda, desconcertado por los ataques de Podemos a algunos empresarios y la falta de respuesta del PSOE ante esas situaciones. Muy crítico con la falta de respuesta del Gobierno de Pedro Sánchez a las reivindicaciones de la agenda valenciana.
Doce meses después, los populares gobiernan la Generalitat y la alcaldía gracias a sendos acuerdos con Vox. Mazón, Catalá y Mompó se han consolidado como referentes de un partido que ha recuperado el poder y que viene encontrando discurso político en iniciativas como la bajada de impuestos, la desideologización de la gestión, la colaboración con la iniciativa privada cuando es necesario, la defensa de las infraestructuras y la reivindicación ante el Gobierno.
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Con alguna dificultad más en la relación con Vox en el caso del consistorio, pero sin tropiezos en la gestión. Con los problemas financieros conocidos, en el caso de la Generalitat, pero con la defensa nítida de la agenda valenciana en Madrid.
Con un acuerdo con el partido de Jorge Rodríguez en la Diputación y el apoyo de Vox desde fuera del equipo de gobierno provincial. Mazón es ya un barón más del PP, con una relación fluida con dirigentes como Díaz Ayuso, Juanma Moreno o López Miras. Catalá gestiona con oficio la alcaldía y exhibe modelo de ciudad, sin que su salida de la secretaría general del partido le haya restado protagonismo político. Y Mompó pisa el acelerador en los comités comarcales y en la renovación de liderazgo locales, a la búsqueda de reforzar la estructura provincial del partido en Valencia.
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Compromís llegó a las autonómicas con la herida de la dimisión de Oltra sin cerrar. Ni interna, ni externamente. Y así sigue. Joan Baldoví se convirtió en la solución de urgencia y, a la vez, la baza de los nacionalistas. Més, el antiguo Bloc, mayoritario en Compromís, que logró por fin situar a uno de los suyos como cabeza de lista electoral. El ticket era Baldoví-Ribó. Pasado un año, el exalcalde ya ha dejado también de ser concejal y el exdiputado nacional ha perdido la púrpura que le permitió erigirse en el sustituto de Oltra sin apenas oposición de Iniciativa, el partido de la exvicepresidenta. Baldoví es el portavoz en Les Corts, pero no se ha sentido demasiado acompañado, quizá porque el grupo parlamentario está todavía en proceso de acoplamiento a la oposición. La estrella mediática de Baldoví en términos madrileños no ha tenido un traslado a Les Corts.
¿Y Oltra? Gran pregunta. No participó en la campaña del 28-M. Compromís dijo haber dejado abierta la puerta a «que venga». No fue. No apareció. Su dimisión generó una brecha entre ella y la cúpula de Compromís. No se ha cerrado. Este mes ha aparecido en un evento de Iniciativa, su primer acto político en dos años.
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La situación jurídica de Oltra ha virado. Su ausencia hace un año en Compromís se explicaba por su situación como imputada. El archivo de la causa podría ser definitivo el 16 de julio, lo que abre un escenario nuevo. Y raro. En todo este tiempo no se ha restablecido ni normalizado la relación entre Oltra y la cúpula de Compromís. La exvicepresidenta podría convertirse inmediatamente en un activo electoral que la coalición necesita. O no. La ausencia de Oltra hace un año en Compromís se explicaba, pero ahora es inexplicable y genera una tremenda incertidumbre en Compromís, donde lo que sí se sabe es quién se aparta de toda esta situación, que era precisamente el que parecía hace un año con más ganas de ganar protagonismo: Vicent Marzà.
El exconseller se dejó el Gobierno del Botánico alegando que pretendía realizar una labor de «reforzar» la coalición en clave interna. Marzà fue el cabeza de lista el 28-M en Castellón, donde los resultados de Compromís fueron discretos. Se situó a la sombra de Baldoví a la espera de ver si el el nuevo síndic tendría una estancia corta, pero no. Ante lo cual, Marzà se imaginó lejos. A partir de enero ya era un hecho que el exconseller pretendía alistarse en la lista de Sumar para las europeas, lo que ha condicionado la posición de Compromís, dudoso desde hace meses del futuro de la plataforma que lidera Yolanda Díaz. La coalición ha aguantado, Marzá ha logrado un buen puesto para las europeas, el 3, lo que prácticamente garantiza cinco años en Bruselas y, desde allí, verlas venir en un Compromís que deberá abordar una importante renovación y reconfiguración.
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Todo lo que parecía que iba a ser de un modo en Vox es justo de otro un año después, tras un desorden importante a pesar de que, paradójicamente, logró el objetivo de formar parte del Gobierno de la Generalitat así como del Ayuntamiento de Valencia. Los voxistas se han ido adaptando a las circunstancias generadas por cierto desacople con el mundo exterior.
Carlos Flores Juberías se convirtió en el candidato de Vox a la Generalitat a principios de 2023. El catedrático no manifestaba duda alguna de que sería vicepresidente del Consell. Sin embargo, surgió un asunto, descrito hace unas semanas por Vicente Barrera como «unos hechos que todos conocemos». La condena por maltrato psíquico a su exmujer propició que Flores Juberías no fuese, finalmente, el vicepresidente en un Consell presidido por Carlos Mazón, que se libró de tener que lidiar con la misma migraña que aqueja a la también popular María José Catalá, en su caso con Badenas, en el Ayuntamiento de Valencia.
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Flores fue derivado hacia la lista de las generales, elecciones convocadas inmediatamente después de las autonómicas. Iba al choque antes de poder ser el número dos del Consell y va al choque después de no serlo. Su papel en el Congreso, en cualquier caso, es bien distinto al que iba a tener en el Consell, un papel que finalmente ejerce Vicente Barrera. El exmatador de toros no quería ser vicepresidente. No se postuló para el puesto y le tuvieron que convencer tras los «hechos que todos conocemos» y la reacción mediática, social y política. Barrera asumió un papel en el que transita con cierta comodidad. Su relación con Mazón es buena en lo personal, muy cordial. Se instaló en la vicepresidencia sin conocer los engranajes presupuestarios ni del día a día de la política o de la gestión pública. Se le presumía una vida corta en la Generalitat y, sin embargo, cada vez se le ve más encajado, algo que facilita un PP que no le tenía en el radar de posible miembro del Consell. Quien sí estaba detectado y registrado era José María Llanos.
El actual síndic de Vox aparecía en las quinielas como posible conseller de Justicia. Sin embargo, como a Flores Juberías, le atropelló la realidad. Llanos realizó unas declaraciones a RTVE que se convirtieron en virales. Comentó sus reservas frente a la existencia de la violencia de género como tal. El revuelo organizado, el malestar en las filas de sus posibles socios, fue de tal calibre que pasó a ser diputado raso. En diciembre, se convirtió en síndic de Vox en Les Corts parlamento tras una decisión fulminante de la dirección nacional, que sacó del puesto a Ana Vega, cercana a Ortega Smith, también en horas bajas después de subir muy alto en la montaña rusa de Vox.
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