La izquierda valenciana se juega en poco más de dos meses su hegemonía electoral en la Comunitat. El 28 de mayo se celebran elecciones ... municipales y autonómicas. Y Ximo Puig, en su doble condición de secretario general del PSPV y president de la Generalitat, se presenta a la reelección con la expectativa de mejorar resultados y alcanzar un tercer mandato al frente del Botánico. Si lo logra, igualará los tres mandatos de Joan Lerma. Si no lo consigue, podría abrirse el último capítulo de su liderazgo al frente del partido.
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Es el todo o nada, hacer historia o estrellarse. Puig aspira a un tercer botánico tras dos legislaturas de claros y oscuros. Con Puig en el Consell, la Comunitat Valenciana se ha bajado de ese Dragon khan de euforia al que la subieron los gobiernos del PP. Una especie de frenesí permanente, de grandes proyectos y liderazgos absolutos, más construidos sobre la base del recurso a la deuda en tiempos de bonanza financiera que sobre realidades económicas sostenidas por el PIB regional. La idea del poder valenciano, el liderazgo como Comunitat, albergar el parque Ferrari, el Museo Fifa, la Fórmula 1 y hasta los Oscar de Hollywood si se hubiera podido. Una desmesura que la crisis económica y la subida de los tipos de interés devolvieron a su realidad. No había recursos suficientes para sostener todo aquello. El círculo virtuoso saltó por los aires.
Puig no ha protagonizado un cambio radical de la Comunitat, pero la ha devuelto a una situación de normalidad. Sin el estrés de tener que ser el ombligo del mundo, a la búsqueda del bienestar de los ciudadanos, compatible con el crecimiento económico en un territorio amable para las inversiones empresariales. Lo ha conseguido en buena media, por más que el capítulo de frentes abiertos no sea menor.
Puig (Morella, 1959), amable como pocos, de trato cercano y perfil moderado, trata de imponer esa buena valoración suya y de su gestión sobre la imagen agrietada y mal valorada de Pedro Sánchez. Es el gran objetivo de la próxima campaña electoral. La victoria pasa por centrar el debate en la Comunitat y alejarlo al máximo de los grandes debates de la política nacional. «En estas elecciones se eligen alcaldes y se elige presidente de la Generalitat», se señala desde las filas socialistas.
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Pero obviar a Sánchez es más un eje de campaña que una realidad. Puig esquiva todo lo que puede los debates nacionales, la discusión sobre la lamentable ley del 'sólo sí es sí' o el traje a medida que el presidente del Gobierno le ha hecho a sus socios independentistas con la reforma de los delitos de sedición y malversación. Y trata de centrar el pulso en la Comunitat, en el día a día de los valencianos, en las políticas sociales y en las decisiones de grandes multinacionales como Volkswagen y la gigafactoria de Sagunto. Con todo, Puig no puede disimular el ninguneo al que le ha sometido Sánchez en multitud de reivindicaciones. La reforma de la financiación autonómica, enarbolada como gran bandera reivindicativa frente a Rajoy, y que lleva más de ocho años prorrogada. Las escasas inversiones en la Comunitat, y en Alicante en particular. Las ayudas a la dependencia, lejos de los porcentajes exigidos. El retraso eterno del corredor mediterráneo… Y el Tajo-Segura. Un hachazo al futuro de la provincia de Alicante. Una demostración práctica de la incapacidad de Puig para influir en el Gobierno de Sánchez.
Las relaciones con los socios de Gobierno, Compromís y Podemos, con fricciones sonadas y discrepancias en proyectos clave como la llegada de algunas grandes inversiones o la ampliación del puerto, la dimisión de Mónica Oltra –empujada por Puig- por la gestión de su departamento en el caso de los abusos sexuales a una menor tutelada por la Generalitat y la sombra de la corrupción y las investigaciones judiciales, con el caso Azud y las controvertidas anotaciones en la agenda de Pepe Cataluña, el extesorero del PSPV, y su 'X. Puig'. Síntomas de final de etapa, que deben ratificar o no las urnas, asumidos incluso por algunos cargos de su propio partido, que ya afilan cuchillos por lo que pueda venir. El todo o nada, pendiente de unos pocos miles de votos.
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