burguera
Martes, 1 de diciembre 2020, 00:31
El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, tenía previsto salir ayer tarde desde Valencia rumbo a Barcelona. En coche. Por eso viaja allí, entre otras razones. Porque hacerlo en tren era y es una odisea. Lo seguirá siendo durante una temporada. Da igual que el Gobierno central esté en manos del PP que del PSOE, que el ministro del ramo sea afín o ajeno a las necesidades del arco mediterráneo. El corredor sigue pendiente. Esa dificultad en las comunicaciones terrestres es una metáfora de lo que ocurre también con las relaciones políticas. Esos caminos, ese ir y venir, ha quedado un poco abandonado durante una buena temporada. Las circunstancias mandan, y también cambian, y mucho. Desde Presidencia se explica como «normal» la presencia de Puig en Barcelona hoy, para ofrecer la conferencia inaugural en el Cercle d'Economia del ciclo 'España en el contexto geopolítico de la pospandemia'. Que sea «normal» no quiere decir que sea casual. Lo hace en plena arremetida de ERC contra la política fiscal de Madrid, el baluarte del PP («es un modelo de éxito», aseguró ayer Pablo Casado). La armonización de los impuestos que reclaman los independentistas es bien vista por el Gobierno central. Y por Puig, que de nuevo mira feliz hacia el norte. Después de acudir al Cercle, el presidente de la Generalitat se reúne con el vicepresidente del Gobierno catalán y conseller de Economía y Hacienda, Pere Aragonès en la sede del Distrito Administrativo de la Generalitat de Catalunya. Olvidado queda, o quiere quedar gracias a la reunión con Aragonès (presidente interino), cuando Puig convocó a la prensa para criticar sin disimulo contra Quim Torra, entonces presidente del Govern. Eran otros tiempos, otros marcos políticos, otros amigos y enemigos. Sólo así se explica las idas y venidas constante del Consell del Botánico con Cataluña: cumbres, convenios y coordinación de políticas que aparecen y desaparecen.
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En 2016, el presidente de la Generalitat y el del Govern catalán, Carles Puigdemont, protagonizaron dos cumbres institucionales. La primera fue el 16 de mayo en el Palau de la Generalitat de Catalunya; la segunda, el 19 de septiembre en Valencia, para hacer un frente común a favor de Corredor Mediterráneo. Mano a mano, hombro con hombro, banderas al fondo, interpelaban al Gobierno central, entonces presidido por un Mariano Rajoy muy debilitado tras las elecciones de diciembre de 2015, que el PP ganó pero sin escaños suficientes para formar un Gobierno estable. Había un frente común y un rival común. Aquel año finalizó de una manera rocambolesca para los socialistas, con Puig participando activamente en el adiós de Pedro Sánchez como secretario general. Tres semanas después, a finales de octubre, el PSOE se abstuvo y permitió que Rajoy fuese investido.
Nuevo año y nueva era. En 2017 las cosas se torcieron entre el Consell y el Govern. Ya no hubo más cumbres. Del boato institucional al café de media hora.El 19 de abril, Puig se reunió en Barcelona con Puigdemont. El jefe del Consell asistió al homenaje a la exministra socialista Carme Chacón, fallecida hacía muy poco tiempo. Puigdemont ya estaba en otras cosas. Pretendía pactar un referéndum que el 9 de junio fue finalmente presentado sin acuerdo con el Gobierno central. En el Consell empezaron a silbar y disimular. Precisamente, ese mes de junio fue la última vez que la Generalitat y el Govern firmaron un convenio de colaboración... hasta hace dos semanas. Pero no abandonemos 2017. El 22 de septiembre, a diez días del referéndum, Mónica Oltra, como portavoz del Consell, consideró que era mejor no celebrar aquel acto: «todo el mundo debe dar dos pasos atrás en Cataluña». Nadie lo hizo, así que los dio el Consell.
«La ultima vez que nos vimos éramos primos/ la próxima vez tal vez seamos extraños/ según pasan los años puede ser que llegue a ser/ un viejo desconocido», canta Andrés Calamaro en 'El novio del olvido'. Durante dos años, una gran amnesia afectó a la Generalitat y el Govern.
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En septiembre de 2018, en Barcelona se celebró un nuevo acto a favor del corredor. «Desde hace unos años nosotros lo hemos intentado y ahora el que no quiere es el gobierno de Cataluña. Ahora parece ser Cataluña quien no quiera tener una relación normalizada con la Comunitat«, señaló Puig, que fue a la ciudad condal pero no vio a Quim Torra ni para un cafelito. Un sábado de octubre del año pasado, Puig convocó a los periodistas muy soliviantado e instó a Torra a que, «cuando hable de sus ansias soberanistas -las calificó de »ensoñación«–, no nombre a la Comunitat». Sánchez ya estaba en la Moncloa entonces. Y ahora. Y si hay alguien malvado, ya no es el Gobierno ni el independentismo. Las iras catalana y valenciana se dirigen en estos momentos hacia la política fiscal de Madrid, comunidad y capital gobernadas por el PP, su gran baluarte. Generalitat y Govern vuelven a firmar convenios de colaboración, como el del 20 de noviembre, sobre la memoria histórica. Cinco días más tarde, el vicepresidente de la Generalitat, Rubén Martínez Dalmau, convocaba a los medios para hablarles de su deseos de colaboración con la líder de los comuns en el Parlament, Jéssica Albiach. Puig vuelve a verse hoy con un presidente del Govern catalán, aunque sea interino... En realidad, todo es interino. Todo vuelve... hasta que se va de nuevo.
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