Nacido en 1943, despacha desde su casa sobre temas como el Consejo de Estado mientras encima de una mesa del salón despliega periódicos. Repleto ... de ironía y con la capacidad de curiosidad intacta, Aguilar contesta mucho, pero aún pregunta más.
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-Puede usted lucir la vitola de haber sido despedido de numerosos medios de comunicación. ¿Se arrepiente o tiene la sensación de que en alguna ocasión se extralimitó?
-Bueno, no. Vamos a ver. Primero, antes de despedirme, siempre, primero me nombraron. A mí, cada vez que me han nombrado que he sido varias veces seleccionado para puestos de responsabilidad (fui redactor jefe del diario Madrid, corresponsal de Cambio 16, director de Diario 16, de la Agencia Efe, del periódico El Sor durante su muy corta vida...), pues he estado en posiciones jerárquicas relevantes, y luego las perdí. Cierto es que, cuando me nombraban, a veces me preguntaba el porqué. Sin embargo, cuando me han echado siempre tenía bastante claro qué había hecho para que me echaran. Y no me arrepiento de esos méritos. Es decir, yo creo en la independencia. Me considero muy afortunado porque, quizá por inconsciencia, no he pasado momentos de angustia ni me he preguntado cómo iba a llegar a fin de mes. Cuando he terminado una cosa, pues ha surgido otra. Al final, creo que la independencia no se demuestra por la hostilidad hacia el partido del Gobierno o de la oposición, sino respecto al medio en el que trabajas. Es decir, tu capacidad de preservar tu mirada sin entregarla de modo servil al medio que te paga.
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-Desde 1966 ha visitado muy regularmente el Congreso. Así pues, tendrá memoria de lo mejor que ha visto por allí como parlamentario.
-Yo creo que Felipe González ha sido muy buen parlamentario. E incluso ha habido algún magnífico parlamentario con unas intervenciones muy brillante con las que ha podido derribar a su propio gobierno. Por ejemplo, Miguel Herrero de Miñón en un debate con Alfonso Guerra, que casi le cuesta la caída al Gobierno de la UCD. También fue muy buen parlamentario, con un estilo propio muy definido, muy contundente y muy escueto, normalmente sin adornos, Leopoldo Calvo Sotelo. O Gregorio Peces Barba...
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-¿Y ahora quién le llama la atención?
-Pues ahora me llama la atención un poquito el descaro, por ejemplo, de Patxi López, o la gestualidad ardorosa de María Jesús Montero. El portavoz del PP (Miguel Tellado) lo intenta, pero todavía no ha conseguido conmover a la Cámara.
-Pues es un problema no tener capacidad de conmover.
-Pues sí. También le diré que tengo la impresión de que Alberto Núñez Feijóo ha mejorado sus condiciones oratorias y dialécticas, aunque no acaba de despegar. O sea, practica un estilo claramente diferenciado del estilo de los socialistas, pero se deja llevar muchas veces. Pierde muchas veces lo mejor de su discurso porque se envuelve en la dialéctica esa de que hay que situarse siempre a la contra. Yo creo que desde la oposición, y en general como diputado en el Congreso, hay que buscar lo inesperado, romper el esquema del rival. Es muy penoso ver en el Congreso cómo traen los papeles preparados de casa. Es una cosa angustiosa. Pero es que, además, no solo la intervención inicial. Tienen preparadas las réplicas que no se han producido.
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-Y las contrarreplicas. En Les Corts también pasa.
-Sí. Vivimos una degradación de la política y del parlamentarismo. Es muy lamentable. No tiene sentido. Es que incluso existe en los reglamentos vigentes, como en el del Senado, la prohibición de leer lo que uno sale a decir. Artículo 84. «Los discursos no podrán, en ningún caso, ser leídos, aunque será admisible la utilización de notas auxiliares». ¿Cómo hubiera sido, por ejemplo, el estreno de Feijóo, que empezó como jefe de la oposición en el Senado, precisamente? Salió Sánchez y se puso a leer. Si Feijóo hubiera apelado al artículo 84, se acabó la lectura del presidente. El problema es que alguien se tendría que revisar el Reglamento del Senado. Que no digo que fuera el propio Feijóo, al que tampoco le vendría mal ni le haría ningún daño, pero bueno, quizá lo pudo hacer algún miembro de su equipo para saber qué margen de juego tiene. ¿Sabe qué pasa? Que no se trabaja. Ni se trabaja lo que se va a decir ni se escucha lo que dice el rival. Esa es la conclusión a la que llego.
-De hecho, al menos en Les Corts, ni siquiera todos leen bien.
-Es que leer también tiene su dificultad. Hay que leérselo todo antes de leerlo en público y levantar la cabeza para ver qué reacción genera lo leído. Mucho trabajo, claro (sonríe levemente).
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-Usted que lleva muchos discursos escuchados, ¿tiene la sensación de que se repiten?
-Y tanto. Casi diría que cada miércoles estamos hablando de lo mismo o, incluso, vamos hacia atrás, o sea, vamos retrocediendo y nos atornillamos. El PSOE no sale de la foto de aquel gallego que en la cubierta de un barco se hizo una foto con un narco. Hombre, eso llevan diciendo ustedes desde hace tres años, ¿no? Ojalá Feijóo hiciera una copia de la foto y antes de empezar una sesión pasara por el escaño de Sánchez y dijera, señor presidente, la foto, por si se le ha olvidado, y hasta se la dedico.
-¿Qué le parece la idea de que vivimos en una especie de dictadura, la dictadura sanchista?
-Cuando la gente habla así, habla de lo que no sabe. Es que esto no es como antes. Antes, a mí, el 25 de noviembre de 1971, me cerraron un periódico, y punto. Listo, cerrado. Y ya veníamos amenazados de antes.
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-Eso fue en el diario Madrid, ¿por qué se le cerró?
-Era un escarmiento. Para que los demás pusiesen las barbas a remojar, porque eso le podía pasar a cualquiera al día siguiente. O sea, que no es como ahora. Yo he estado procesado por tribunales de orden público, por tribunales militares. Hasta me hicieron un consejo de guerra, ya en el año 1980, 25 de enero, por una portada del Diario 16 titulada «Intentona Militar Abortada en Madrid». Si me hubieran hecho caso, no se hubiera dado el 23 de febrero al año siguiente. En lugar de ir a por los que nosotros denunciábamos como golpistas, vinieron a por mí. Lo de ahora no es aquello. Naturalmente que no. En la Transición se establecieron las libertades. Lo que pasa es que las libertades no se consiguen de una vez para siempre. Las libertades están sometidas a un proceso de erosión y hay que estar permanentemente vigilando. El poder es expansivo e invasivo, aspira a la sumisión. Eso es lo que piensa, no este gobierno, sino todos los gobiernos.
-¿Para ser periodista es mejor tener un poco de excéntrico, un punto de locura?
-No es bueno nunca el ensimismamiento, pero a mí me parece que la propia perspectiva, sin separarse de la realidad, es importante. Lo dijo Heisenberg cuando anunció el principio de incertidumbre, que solo conocemos de la realidad nuestro modo de interrogarla. Eso distingue al periodista, la manera de preguntar por la realidad.
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-¿Los aplaudidores siempre aplauden lo peor?
-Siempre. O sea, eso sí que está verificado. Por sus aplausos los conoceréis. Y los líderes tienen la virtud nefasta de saber dónde hay que golpear, hasta qué vileza hay que llegar para suscitar el aplauso de sus adeptos.
-¿La gente, por tanto, siempre se queda con lo peor?
-Sí, sí. Y tirar de la gente, de la sociedad, hacia lo mejor, ese es el ejercicio del verdadero liderazgo, pero que muy pocos intentan.
-A usted le ofrecieron ser jefe de prensa del Banco de España.
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-Sí, señor. ¿Cómo lo sabe? Ah, porque yo lo contaba en alguna parte. Fue cuando me echaron de Diario 16 de manera brusca, a partir de que publiqué aquello de la insurrección militar en Madrid. Al poco tiempo me llamó Abril Martorell y fuimos a un restaurante muy distinguido y muy de moda en Madrid. Así que, además de la comida, había una pasarela de gente entrando y saliendo. O sea, que no se me citó en un reservado ni en un lugar discreto. Y allí me ofreció ser jefe de prensa del Banco de España. Lo agradecí mucho, pero yo quería seguir en la profesión en la que estaba. También, en otra ocasión, se me ofreció dirigir al equipo de portavocía del Gobierno cuando al frente estaba Javier Solana. O ser secretario de Estado junto a Rosa Conde. Y José Borrell me quiso al frente de la comunicación de un ministerio… pero continué pedaleando fuera del lado oscuro.
-¿Es cierto que le despiden de un informativo de televisión porque Miguel Ángel Rodríguez pide su cabeza?
-Sí.
-¿El Miguel Ángel Rodríguez genuino, el de Aznar y ahora el de Ayuso?
-Sí, ese, el auténtico. Sí, sí. Tampoco lo desmentirá él. Es decir, en un momento en que yo presentaba un programa, con un cara y cruz, había una noticia y dos personas, y ya se sabía que iban a opinar lo contrario, y yo coincidía con Jiménez Losantos o Luis Herrero, y se produjo una noticia sobre Baltasar Garzón, al que yo llamaba siempre 'el juez campeador'. Entonces, pues, comentando esa noticia, dije, bueno, cité a un juez del Supremo norteamericano, que aseguró en su momento que la causa de la libertad avanza a veces a lomos de hijos de puta. Un poco fuerte, pero bueno, que tampoco desvelé ningún nombre. El PP todavía no había ganado las elecciones, pero estaba en vísperas de ganarlas, y este caballero, llamó, y dijo, quiero la cabeza de Miguel Ángel Aguilar esta tarde. Al día siguiente fui y me dijeron, ya no.
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-También ha comentado alguna vez que de Efe salió al día siguiente de que el mismísimo Felipe González le dijera que usted era muy necesario al frente de la agencia.
-Exactamente. Cosas que pasan.
-¿Cómo han incidido las redes sociales en el modo de hacer periodismo?
-Pues han sustituido la manera de informarse. La gente ya no se informa a través de los medios, que tenían una cierta responsabilidad y una cierta especialización, y que pugnaban por ofrecer garantías, verificación de la realidad. Todo eso ha sido sustituido por la instantaneidad. Todo está sacrificado a la velocidad. Y además, ahora todo está lleno de pseudoperiodistas que relatan hechos puntuales. Pero Tabuki recomienda desconfiar del pequeño fragmento. O sea, hay que abrir el plano, ofrecer contexto para no engañar. Sin embargo, la gente está seducida por el engaño. Está encantada de que les engañen. Es como en esa viñeta de El Roto, donde había una manifestación con una pancarta en la cabecera donde se leía 'Queremos mentiras nuevas'. Lo novedoso es primordial.
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-¿Feijóo llegará a gobernar?
-Esas cuestiones tienen que ver con la personalidad y con el momento político. Feijóo, estamos todos de acuerdo en que hoy no tiene carisma, pero sucede con el carisma como con el apetito. El apetito viene comiendo, el carisma viene gobernando. ¿Qué carisma tenía Leopoldo Calvo Sotero? Ninguno. ¿Qué carisma tenía José María Aznar? Ninguno. ¿Qué carisma tenía Mariano Rajoy? Ninguno. Pero luego ya se rodean de un aura y entonces hablan, y entonces lo mismo que han dicho en la oposición, que no tuvo ninguna importancia, lo repiten desde el Gobierno y parece que han descubierto la pólvora. Eso pasa así. El carisma en gran parte llega gobernando. No puedo saber si Feijóo llegará a gobernar, pero estoy convencido de que, si llega, todo el mundo lo encontrará carismático a los cuatro días.
-¿Para alguien que vivió la Transición en primera fila, qué le parecen las críticas hacia lo que ocurrió en aquellos años?
-Ha habido un intento de desprestigiar, de degradar, de invalidar la Transición. Y como ha dicho algún colega, las libertades no fueron un regalo, no nos tocaron en una tómbola, tuvimos que luchar por ellas. Ahora se está conmemorando 50 años de libertad, ¿no? Pero la libertad no amanece al día siguiente de la muerte de Franco. La libertad se plasma en la constitución de 1978. Pasan tres años desde que muere Franco. Igual pasó en 1939, que acabó la guerra, pero no empezó la paz, sino años de cartillas de racionamiento, y se mantuvo el antagonismo entre las dos Españas, el muro que nos dividió. Por un lado la España de la Cruzada, la eterna, grande y libre. Y del otro lado, la anti-España, los contubernios, la resistencia judeo-masónico-bolchevique... Y eso se mantiene hasta la Constitución, que no acepta que haya un muro que separe a los españoles. Lo malo, lo peligroso, lo dañino, lo venenoso, es que ahora estemos otra vez con el muro. De un lado los buenos españoles y de otro lado los malos españoles. La guerra civil no la ganaron unos españoles contra unos senegaleses. La ganaron unos españoles a otros españoles. Por eso, después de la muerte de Franco, no se podía pasar a un nuevo desfile de la victoria, porque el desfile de la victoria de unos era inevitablemente el desfile de la derrota de otros. No podemos volver a andar el camino en dirección contraria y volver al antagonismo.
-Nace usted en Madrid, vive usted en Madrid. Su mirada, obviamente, es capitalina. Me interesa saber, desde esta perspectiva, qué le parece a usted la Comunitat como territorio político.
–Pues la verdad es que no tengo un concepto de la Comunitat Valenciana en ese aspecto. Lo que llega, como casi siempre, son las anomalías. Hubo una temporada de Camps. Camps, o el caso de Rita Barberá... pero no tengo catalogada a la Comunitat por una idea, un plan, un proyecto político propio. En realidad, para los madrileños, su sintonía con la Comunitat es por tratarse del sitio natural donde muchos pasan el verano. Hay otras regiones a las que, desde aquí, se les ha visto una intención, por ejemplo en Andalucía, con ciudades como Málaga, donde se ha pretendido ser una capital cultural a través de sus museos, lo cual ahora empieza a pagar en parte.
–¿Cómo se ve desde aquí ahora, por ejemplo, a Mazón, que es el actual presidente?
–Pues no se entiende. O sea, no se entiende cómo continúa ahí. Es decir, la gente piensa... la gente es muy... no presta atención, que es una carencia muy común, y el problema a veces es llamar la atención, pero para mal. Mazón no estaba donde tiene que estar, cuando tenía que estar, y luego, pues, ya, las explicaciones al maestro armero. Que si estaba merendando, que si no sé qué... Usted no estaba donde tenía que estar. El asunto es muy grave. Y lo que la gente piensa es que este señor tendría que haberse quitado el medio, de la manera más elegante posible, pero haberse ido.
–¿Todo se resume en eso, en estar donde tienes que estar?
–Hay momentos en que esa es la cuestión. De la misma manera que el rey dio un ejemplo que no dio el presidente del Gobierno. Cuando hay un fuego, la gente sale corriendo y huye. Todos huyen al exterior, pero hay otros que corren hacia el fuego, hacia dentro, y esos son los bomberos.. Van al fuego. El rey se comportó como un bombero. Fue al fuego. El presidente del Gobierno no se comportó como un bombero. Se abrió, se fue. Y eso... fue muy visible. El público lo vio. Eso no se lo tienen que contar a nadie. Eso se ha visto. Claro, luego viene que si la seguridad. Los presidentes no deben fiarlo todo a los servicios de seguridad, que a veces son muy proclives a dar espectáculos con perros olisqueándolo todo, o cogiendo en volandas a las autoridades, y en ese caso, el presidente debía haber sabido dónde tenía que estar, que era al lado del Rey. Y si hay que aguantar la insolencia y no sé qué, pues se aguanta. Eso va en el sueldo.
–Los socialistas sitúan frente a Mazón a Diana Morant, que usted algo conocerá por ser ella ministra de Ciencia y usted también físico de formación. ¿Tiene opinión de Diana Morant?
–No.
–Vaya, pues eso es preocupante.
–Ni de ella ni de una gran parte del Gobierno. Como los cambian tanto y cada vez son más...
–En el caso de Morant lleva de ministra desde 2021.
–Sí, sí, pero ha conseguido durar a base de esconderse, porque no es que se sepa gran cosa de ella. Claro que es mejor que se esconda y que no participe en espectáculos como el que se dio hace unos días en el Congreso, ese abrazo realmente carnal entre la vicepresidenta primera (Montero) y la vicepresidenta segunda (Díaz) del Gobierno.
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