El final de la carrera política de Mónica Oltra, figura capital del Botánico y de Compromís y referencia de la política valenciana en España, no podía ser pacífico. Oltra se marchó al estilo Oltra. Fiel a su forma de entender la política y, en definitiva, ... la vida. Tampoco nadie esperaba algo diferente. Y eso ya dice algo bueno: no defrauda. Abandonó por sorpresa cuando había anunciado que resistiría pese a la imputación del TSJ por un supuesto encubrimiento de los abusos sexuales de su marido. Deslizó críticas a Ximo Puig por no apoyarla, y sugirió que el socialista amenazaba con cargarse el Botánico si no renunciaba. Aprovechó también para cargar contra la prensa. No se olvidó de citar la supuesta conspiración de la extrema derecha, pilar de su estrategia de defensa. La vicepresidenta, prácticamente sola, contra el mundo. Y así, entre lágrimas, terminó su etapa -no se puede descartar una segunda- en el Gobierno valenciano.
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Todo esto fue en junio. Hace apenas seis meses, pero hay quien apostaría que han pasado años en estos tiempos de vértigo. El futuro de Oltra comenzó a torcerse con el inicio de la investigación judicial a cargos de su Conselleria de Igualdad. El cerco, paulatinamente, se cerraba en torno a la vicepresidenta. Eran unas condiciones magníficas para la tormenta perfecta. Una menor abusada por el exmarido de la vicepresidenta –aún casados en el momento de los hechos–, un sistema de protección que generó una manifiesta indefensión, la falta de denuncia a la Fiscalía, unos protocolos deficientes, la lentitud del sistema, la falta de autocrítica y la orden de un expediente poco claro desde altas instancias para rematar todo este convulso episodio.
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La investigación tendrá complicado demostrar -pero también resulta difícil incluso de creer- un concierto de Oltra con una docena de funcionarios para ocultar deliberadamente los hechos. Pero sí se aprecia una actuación negligente en los niveles inferiores a la consellera y un incomprensible papel final en el encargo de un expediente informativo que se convirtió en una enmienda total a la credibilidad de la víctima. Compromís aún sueña -con la boca pequeña, lo dicen- en que Oltra salga indemne de esto y llegue a tiempo para las elecciones. Una posibilidad remota por los plazos judiciales. Joan Baldoví demostró que la política no tiene tiempos de espera. A los doce días de que Oltra hiciera el paseíllo en los juzgados, anunció que se presentaba a candidato a la Generalitat.
La ambición de la exdirigente, no obstante, se mantiene. Paulatinamente vuelve a reengancharse a la vida social con una entrevista en prime time en La Sexta y mantiene su área de influencia en el Gobierno valenciano con esa labor de consultoría externa que ejerce sobre su sucesora Aitana Mas. Queda, por conocer, el impacto real de su salida en la coalición de Compromís. Su marcha ha generado un vacío de poder incuestionable con una sucesión de luchas internas ante la desaparición de ese hiperliderazgo de la exvicepresidenta.
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Las elecciones dictaminarán el previsible agujero que ha dejado su adiós. Algunas encuestas, como la del CIS, apuntan a un batacazo descomunal. El futuro judicial de Oltra estará condicionado en los próximos años por el desarrollo de su investigación judicial, pero también por la de su exmarido, pendiente todavía del resultado del Tribunal Supremo. En el 99% de los casos, el relato anterior supondría el fin de cualquier carrera política. Pero Oltra pertenece a ese uno por ciento, capaz de revolverse y regresar con más fuerza. Quizá el juego no haya terminado y la partida esté en pausa. Un reset todavía es posible.
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