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No hay como un batacazo electoral para darse de bruces con la realidad. El 14F ha abierto los ojos del centro derecha. El debate sobre la confluencia entre PP y Cs se ha hecho sitio en la política española. Perder entre ambos partidos más de un millón de votos en las catalanas ha abierto el camino para un proceso de confluencia que, en realidad, parecía cantado desde el monumental fiasco de los de Albert Rivera en las últimas generales.
La Comunitat Valenciana no es excepción a un horizonte que recuerda en buena medida al que, a principios de los años 90, permitió a Eduardo Zaplana sumar los restos de AP con los de UCD. Una operación dirigida a ampliar bases, a sumar en una única formación política a liberales y democristianos.
El nacimiento de Cs en la Comunitat no dio lugar a un partido de carácter socialdemócrata como el encabezado por Rivera en Cataluña. Aquí, la formación naranja dispuso de un perfil mucho más liberal gracias a la presencia de expopulares -muchos de ellos cercanos al expresidente popular-, que dejaron así a los democristianos con el control del PPCV. Sin su principal referente, el ya fallecido Juan Cotino, y obligados por la presión de unos lastimosos resultados en las urnas, la creación de la casa común del centro derecha valenciano vuelve a estar en la hoja de ruta.
El líder del PP de la provincia de Alicante, Carlos Mazón, ha sido el primero en mover ficha públicamente a favor de esa confluencia de PP y Cs. Las direcciones regionales de ambos partidos guardan silencio, aunque ambas contemplan con buenos ojos un proceso que tiene muchas opciones de convertirse en realidad. Será por la fórmula de la fusión o de la absorción, pero el resultado acabará siendo el mismo.
El final de ese proceso debería contribuir -ese es el objetivo marcado- a recuperar un nivel de respaldo electoral equiparable al de la anterior etapa de hegemonía política del centro derecha con un único partido. En las autonómicas de 2019 -con un momento político poco o nada parecido al actual- los populares valencianos se fueron hasta los 508.000 votos, mientras que el partido de Cantó superó los 470.000 sufragios. La realidad actual de la formación naranja parece muy lejana de aquellas cifras. El objetivo consiste en impedir que la mayor parte de ese casi medio millón de votos se vaya a la abstención. Y para lograrlo se requiere no sólo iniciar un proceso de confluencia. También que ese proyecto genere la suficiente movilización como para no dejarse votos por el camino, y al mismo tiempo, recuperar parte de los apoyos que se fueron a la abstención en las últimas citas electorales. La suma de PP y CS de 2019 rozaba el millón de votos. La operación de confluencia debería poner ese objetivo sobre la mesa. Un gran partido de centro derecha, que dejaría a Vox como opción mucho más radical y escorada a la derecha, y que contribuiría a situar al PSPV lejos del espacio de centro. La hoja de ruta está definida. La necesidad de prudencia para llevar a cabo la operación, también. Una 'suma' que, al mismo tiempo, aproveche el desgaste del Botánico en su segunda legislatura.
La realidad de Cs en muchas localidades valencianas es la de una formación cuyos miembros, en muchos casos, abandonaron las filas del PPCV para integrarse en la formación naranja. Quienes no lo hicieron, los que permanecieron a pesar del empuje del partido de Rivera, observan con recelo la posibilidad de que este escenario de integración entre los dos partidos acabe convirtiendo de nuevo en compañeros de partido a quienes primero optaron por abandonar el barco. «¿Me tengo que sumar con quien se fue del partido?», se preguntaba esta semana un cargo local del PPCV.
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