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Bisila Bokoko, nacida en Valencia de padres inmigrantes guineanos. víctor cucart

Bisila Bokoko: «De niña decía: 'Dios, ¿por qué negra?' Yo sólo quería ser como los demás»

Hija de inmigrantes guineanos, rechazaba sus orígenes y, al mismo tiempo, una Valencia en la que no podía ser anónima, y con la que se reconcilió viviendo en Nueva York. Ahora regresa cuando puede a la ciudad donde se siente querida

Domingo, 4 de septiembre 2022, 00:34

Bisila Bokoko lleva un tiempo en la Toscana, donde está escribiendo su primer libro. «Estoy contenta porque he trascendido uno de mis miedos más grandes», ... dice en una conversación por teléfono, y quizás es el reto que le quedaba por cumplir a esta valenciana de raíces guineanas que lleva ya más de veinte años viviendo en Nueva York. Definirla profesionalmente en una sola palabra parece complicado: es empresaria, filántropa, conferenciante, asesora. Actualmente, alternando sus días frente al ordenador, está inmersa en un proyecto que tiene como objetivo «concienciar a los CEOs de las empresas para que sean mejores personas». Pero por encima de todo es una mujer fascinante que ha conseguido superar enormes obstáculos y ha roto todos los techos de cristal que parecían inalcanzables: en realidad, aquella niña nacida en la Valencia de la década de los setenta sólo quería sentirse aceptada.

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-No debió ser fácil crecer en una ciudad donde hace cincuenta años no vivían muchas personas negras...

-Mi padre dice que cuando iba con el carrito la gente le paraba porque no habían visto un bebé negro en su vida. En aquellos años éramos un espectáculo.

-Aunque Valencia ya es distinta, ¿sigue existiendo mucho contraste con Nueva York, donde vive?

-Yo creo que necesitaba irme para amar Valencia porque en mi ciudad nunca he podido ser anónima. En Nueva York no le importas un pimiento a nadie y hay gente de todos los sitios, colores y razas.

víctor cucart

-Y al mismo tiempo una ciudad difícil por eso mismo, ¿no? Por el hecho de no importarle un pimiento a nadie.

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-Exacto. Una amiga mía, que tiene una niña pequeña, se puso enferma en mitad de la noche y le pidió a su vecina que por favor se quedara con ella mientras iba al hospital. Le dijo que no. Eso en Valencia es imposible porque hay un grado de humanidad mucho mayor incluso entre desconocidos. Yo conservo las mismas amigas del colegio, tengo esa sensación de pertenencia, de que en Valencia está mi familia y la gente que le importo, y eso en Nueva York es más difícil.

-¿Alguna vez rechazó sus orígenes?

-Cuando estaba en el colegio me preguntaban qué comíamos en mi casa, si éramos caníbales. Yo quería ser como todos los niños, y pensaba: «Dios, ¿a mí por qué me haces negra y me complicas la vida así?» Todo cambió cuando mi abuela vino a vivir a España; tenía entonces once años y ella me inculcó ese orgullo y ese amor por África. Empecé a invitar a mis amigos a probar comida africana, y les contaba: «¿véis? no comemos gente, pero esto está riquísimo».

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«Me he sentido víctima y ese papel de buscar la pena en los demás genera adicción»

-Es conferenciante, vive en Nueva York, viaja constantemente… ¿Era esa vida la que soñaba?

-¿Sabe qué pasa? Que a mí me daba hasta miedo soñarlo, porque esa vida no la podía ni imaginar. Sí que sabía que no quería estar sujeta a un lugar determinado, y por el hecho de ser multicultural tampoco atada a una cultura. Y supe que tenía que construirme esa vida yo misma, que nadie lo iba a hacer por mí.

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-¿Se ha encontrado muchos obstáculos?

-Yo me considero una saltadora de vallas, pero creo que todas las mujeres lo somos, y en mi caso se ha sumado el haber crecido en un entorno donde yo era la única negra. Pero, sobre todo, con lo que me ha costado más lidiar ha sido con mis propias creencias limitantes y mi falta de autoestima. No ser como el resto te hace sentir aislado de los demás y por ello he pasado muchas crisis de identidad y existenciales. El cambio se produce a raíz de un gran trabajo personal y de saber que tengo dos opciones: o vivo como una víctima o como una creadora. Y he decidido crear.

-¿Vivió como una víctima?

-Totalmente, y es que no deja de ser una adicción, en la que buscas la pena de los demás, en el que llega un momento en que integras esa historia y piensas: «todo me pasa a mí, a los demás les va todo genial y a mí fíjate…». Pero cuando dejas el victimismo, porque todos vamos a tener problemas, nuestra mente está preparada de serie para solucionarlos, y ser creativo es eso. ¿Que es fácil? Para nada. Requiere mucho tiempo, esfuerzo, compromiso y disciplina, pero al final te da muchas satisfacciones, y miras atrás y dices: «ha valido la pena todo».

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«No podemos vivir nuestros sueños a través de nuestros hijos»

-Se ha convertido en una persona muy inspiradora. ¿Se reconoce en esa palabra?

-Sí, con humildad, porque me considero una persona que desde que era muy pequeña he estado al servicio de los demás; y eso sí que me lo han inculcado mis padres, que siempre fueron muy generosos.

-En sus conferencias habla de liderazgo humanista, de que se puede ser líder y buena persona.

-Cuando yo empecé a trabajar, un líder era alguien que tenía que cumplir objetivos y hacer lo necesario para llegar adonde quería. Pero después de unos cambios en mi vida, me di cuenta de que el liderazgo comienza por liderarse uno mismo y seguir un camino de autoconocimiento para saber realmente qué misión quieres lograr en la empresa. La gente tiene que estar alineada con esa visión, y para eso hay que escucharles, entenderles y quererles. Nos cuesta mucho hablar del amor en las empresas, pero yo no puedo trabajar con nadie a quien no quiera. Y aunque todavía pueden tildarte de loca hablando de estos conceptos, a mí no me importa estar loca.

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-Como mujer, ¿es posible liderar desde lo femenino?

-Nivelar las energías masculina y femenina es muy bueno, porque necesitas la cabeza, pero al mismo tiempo es imprescindible la intuición. Creo que las mujeres estamos preparadísimas para liderar, pero desde lo femenino, y cuando los hombres utilicen esas capacidades que también tienen, el mundo estará más equilibrado.

víctor cucart

-Llena auditorios que quieren escucharla pero, sinceramente, ¿consigue que sus hijos lo hagan?

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-(Ríe) No me hacen ni caso, me dicen que soy una pesada, que ya saben lo de que hay que ser positivo y todo eso… Pero de lo que me he dado cuenta es que no podemos vivir nuestros sueños a través de nuestros hijos. En mi caso, mis padres sí que tenían muchas expectativas, fueron muy estrictos y manejaron algunas de mis decisiones, así que yo he querido criar hijos libres y felices.

-¿Qué hace cuando vuelve a Valencia, además de ver a su gente?

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-(Contesta rápidamente) Comerme una paella -no como paella fuera de Valencia por principios- y una horchata con fartons. Paseo por la ciudad, y vuelvo a reencontrarme con esa luz tan especial, con el olor a Mediterráneo... Y, por supuesto, visito a la Virgen de los Desamparados.

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