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Carlos Salazar, en la mesa de su despacho en la plaza del Ayuntamiento, donde comparte espacio con sus colaboradores. Damián Torres

Carlos Salazar: «Me despierto a medianoche con la solución a los problemas»

En el mundo creativo de este arquitecto valenciano todo remite a su profesión, una pasión que descubrió de la mano de su pasión por el dibujo. «Un libro, una película, la fotografía, a veces soy un poco obsesivo», explica en un despacho desierto debido al coronavirus

Sábado, 2 de mayo 2020, 17:00

Carlos Salazar se ríe cuando le comento que al 'googlear' su nombre aparecen personajes conocidos de Latinoamérica. «Se ve que a mis antepasados les gustaba lo de conquistar nuevos mundos», bromea el arquitecto valenciano, que se crió en Sueca, estudió en Barcelona y se estableció en un primer piso de la plaza del Ayuntamiento cuando al acabar la carrera le empezaron a salir proyectos de conocidos. La vista desde su mesa es ahora extraña, vacía la calle de gente y de turistas; apenas circulan vehículos y todos sus empleados están teletrabajando. Pero Carlos Salazar analiza la situación con serenidad, racionalizando emociones y poniendo sobre la mesa el debate sobre qué sociedad seremos tras el coronavirus. Como arquitecto, ya ha tenido que sufrir la crisis que a partir de 2008 diezmó una profesión de gran prestigio hasta ese momento, pero él no ha parado de trabajar: sus últimos proyectos son muy interesantes: una parte de la Ciudad de la Gastronomía de Lyon y Todolí Citrus. En los dos ha tenido la oportunidad de unir la gastronomía -que adora- y la arquitectura, trabajando con Javier de Andrés y Ferran Adrià.

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-¿Es una decisión consciente el lugar donde instaló su despacho?

-Recuerdo que mi sobrina me comentó que había un sitio que se vendía en la plaza del Ayuntamiento; entonces Valencia era mucho más económica que Barcelona, donde había estudiado. Mi familia vive por aquí cerca y a mí me gusta mucho vivir en el centro; tener el Mercado Central cerca me parece un lujo, y con algunos comerciantes de la zona vamos a almorzar… disfruto del privilegio de alzar la mirada y ver la Lonja, y la plaza me parece estupenda, salvo un par de edificios que todos sabemos cuáles son. La gente que viene de fuera aprecia muchísimo la ciudad. Aquí somos algo descreídos.

-Dice que los Salazar eran conquistadores. ¿Sabe la historia del apellido?

-El apellido tiene su origen en el Valle de Mena de Burgos. Allí eran unos banderizos -se dedicaban a matar a gente- y hubo una guerra con los Angulo, y como la perdieron se fueron a Andalucía. Se convirtieron en inquisidores, ocupaban puestos en la Administración, y debía de ser un apellido importante porque los gitanos, cuando les obligaron a establecerse, lo usaron para inscribirse y que no los expulsaran.

-¿Cómo llega la familia a Valencia?

-Mi abuelo era un señorito andaluz rico y lo casaron con una beata de Sueca, y allí montó el primer casino, el primer cine, tuvo el primer coche. Antes de la guerra, se iba a Montecarlo a jugarse la pasta. Era un cachondo. Un día llamó un tío de Jaén que estaba haciendo el árbol genealógico de nuestra rama de los Salazar. Mi hermano y yo somos los dos últimos, los únicos que todavía no tenemos fecha de defunción (ríe).

«Un proyecto es como un traje a medida, pero nos tiene que gustar a todos»

-¿Qué le llevó a la Arquitectura?

-La decisión no fue clara; sí que es verdad que siempre me ha gustado mucho todo lo artístico y de pequeño empecé con el dibujo, pero de una manera casi inconsciente. Con el tiempo me decanté por la Arquitectura. Estuve dudando si estudiar Bellas Artes, pero la ciudad es un fenómeno que me ha interesado muchísimo.

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-¿No se ha arrepentido en estos años de la decisión?

-No, y si alguien me pide que le aconseje sobre qué carrera estudiaría le digo que no piense en el trabajo, en las salidas, sino en la formación que te da, en la visión del mundo, y si es tu pasión siempre estarás más a gusto que no en algo que sea un interés puramente económico. Para mí la arquitectura me ha aportado una perspectiva del mundo y de la vida que hace que la disfrute mucho.

-Qué mejor ejemplo que la Arquitectura para ver cómo el prestigio de una profesión puede desvanecerse en poco tiempo… ¿Cómo sorteó usted la crisis?

-Nuestro despacho se concentra mucho en temas de diseño, aquí hay mucha creación. Y cuando alguien viene a buscarnos diciendo que quiere hacerse una casa, necesitamos conocer toda una parte humana, y hacemos un poco de psicólogos del cliente para ofrecerle la vida que él espera tener.

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-¿En qué momento se dio cuenta de que esa vertiente humana era importante?

-En mi caso es un tema de actitud. Yo me he ido dejando llevar por lo que soy; no es tanto marketing como la personalidad de cada uno. A mí siempre me han interesado los temas filosóficos y muchas otras cosas que no tienen que ver con la arquitectura pero que me ayudan a crear conexiones. Y cuando hago algún proyecto me lo tengo que creer; es un traje a medida, sí, pero el traje nos tiene que gustar a todos. Es como bailar juntos.

La firma de Carlos Salazar está detrás de algunos de los proyectos arquitectónicos más interesantes de los últimos años. Damián Torres

-Ahora está muy de moda esa distinción, la marca personal como bandera.

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-Tras la crisis sí utilizo estrategias, siempre tratando de ser honesto y no engañando a nadie. Ofrecer lo que uno es, convertirlo en producto. A los arquitectos nos han enseñado a dibujar, a hacer proyectos, pero el mundo real es sobre todo el de la economía, el de las relaciones sociales… Ahí he entrado un poco más tarde, hasta ahora me había dedicado muchísimo a viajar; siempre he tenido un despacho pequeño y quien trabaja aquí nos tiene que caer bien. Es más, cuando ha habido algún elemento díscolo enseguida se le ha invitado a irse (ríe).

«Quien trabaja aquí nos tiene que caer bien, a los demás les invitamos a irse»

-Usted es también profesor. ¿Se siente bien en la diferencia generacional que hay en las aulas?

-Dice la gente que sé escuchar; lo que sí que intento es detectar cuáles son sus fobias y sus filias, sus habilidades, para potenciarlas. Me entiendo con los jóvenes porque es una conversación, como hablar con cualquier otra persona. Sí es cierto que el salto generacional lo he detectado en la poca capacidad crítica de los alumnos y no sé si es un problema de la enseñanza en su conjunto.

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-¿Los ve perdidos?

-Yo los veo poco implicados. Le ponen escasa energía a lo que hacen y a veces me da la impresión de que estoy en un instituto, que están en las aulas como un mero trámite.

-¿Detecta el talento tras tantos años cerca de ellos?

-Es más de actitud; trabajando se puede llegar más lejos. Aquellos que se dedican con mayor intensidad presentan proyectos más interesantes, investigan más… crear es como ir en bicicleta, a base de pedalear sale, pero hay que empezar, y a algunos les cuesta.

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-Si mira atrás, ¿ha habido mucho trabajo tras este despacho?

-A mí mi trabajo me ocupa las veinticuatro horas, pero no porque me pase el día dibujando, sino porque es una actitud en la que todo me remite a lo mismo. No me olvido cuando salgo, porque creo conexiones en el cine, en el teatro, con amigos. Ideas de un proyecto han salido de una novela o una película donde se puede ver un planteamiento distinto de las cosas. Yo procuro tener un horario de oficina, y disfrutar de otras cosas, porque ese mundo de fuera es el que enriquece el de aquí dentro. Así que me ocupa cada vez que estoy despierto.

-Hay quien dice que incluso dormido.

-Es que cuando te está rondando un tema yo me he despertado a media noche con la solución. No creo que se ciña únicamente a la arquitectura; hay muchas otras profesiones en las que sigues pensando en ello cuando sales por la puerta, porque no es un trabajo mecánico. Diría que no tengo hobbies, que me gusta mucho la fotografía y el arte, me encanta dibujar, pero todo gira alrededor de lo mismo. No me voy a pescar, por ejemplo. Y sí, soy un poco obsesivo a veces.

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-Dicen que la creatividad está en todas partes.

-Yo pienso que la creatividad está en la resolución de problemas de manera no convencional, como en la cocina, con el secreto para la paella. Es una cualidad que nos ha ayudado a crecer como humanidad, porque si todo lo solucionaramos de la misma manera no hubiéramos evolucionado. Además, el hecho de que ese punto de curiosidad forme parte de tu vida pienso que es muy positivo. Y que algo que nunca te ha interesado de repente le eches un ojo enriquece mucho.

-¿Cree que su mejor proyecto está por venir?

-Quizás sí me gustaría hacer algún proyecto más grande, pero necesitaría una mayor infraestructura… Además, no pienso en que los que vengan sean mejores, porque si miro atrás los quiero a todos por igual. Creo que en eso he sido bastante afortunado. He intentado priorizar que sea un despacho con poca gente, bien avenida y que disfruta con lo que hace.

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«Me gusta la soledad y, al mismo tiempo, soy una persona muy sociable»

-Ha comentado que no tiene hijos. ¿Está a gusto con la soledad?

-He tenido pareja durante muchos años pero no tuvimos hijos. A mí me gusta la soledad y me gusta el silencio, me siento cómodo en esa situación. Dicho esto, me considero una persona muy sociable y me interesan muchas cosas: la música, la gastronomía, la cultura, el arte. Además, nunca he sido de círculos cerrados, porque creo que en cada grupo puede haber intereses comunes, por ejemplo, la gastronomía, buscar buenos restaurantes, o hacer visitas culturales. La gente enriquece y si siempre estás en el mismo ámbito es una situación limitante. Los afectos están en todos lados.

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