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El interiorista Carlos Serra, en su tienda Mercader de Indias, donde se pueden ver objetos de artesanía que se trae de sus viajes. Jesús Signes

Carlos Serra: «Tenía otra vida. El cambio de pareja me perjudicó socialmente»

Hace siete años dio un vuelco a su existencia y cuando ahora mira atrás ve cómo aquella decisión le hizo ver quién estaba de su lado y quién no. Apasionado de su profesión, cree que el secreto es poner mucho amor a todo lo que hace

Jueves, 19 de marzo 2020, 00:48

Todavía anda algo descolocado Carlos Serra porque hace una semana murió su madre, Claudia Peris de Dodici, una de las personas que más le ha inspirado en su vida, que desde pequeño le abrió las puertas de la creatividad a través del mundo de la moda, de esos desfiles en las ciudades de Milán y París que contemplaba maravillado cuando era tan sólo un niño. Va encajando como puede esa sensación de orfandad que deja el hecho de quedarse sin los progenitores, aunque sean siete hermanos y él el pequeño. Eso sí, le queda la tranquilidad de que sus padres pudieron ver el éxito profesional que alcanzó su hijo menor, que empezó con el diseño gráfico y se ha convertido en uno de los grandes nombres del interiorismo en toda España; ha firmado casas, hoteles, tiendas y restaurantes que han sido portada en las más prestigiosas revistas de decoración. Entrar en su 'showroom' del más opulento Ensanche valenciano es como trasladarse a un lugar mágico de luces y sombras, de piezas únicas y lujo exquisito y sereno, como han definido el estilo que idea en el piso superior, en su 'sancta santorum'.

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-¿Cómo influyó en usted el ambiente en el que se crió?

-De casta le viene al galgo; mi padre era arquitecto, y si podía diseñaba hasta la manivela de la puerta en cada proyecto que le encargaban. Era un genio, una persona muy callada que escuchaba ópera, leyendo, pintando..., en casa olía a óleo. Mi madre, al contrario, era una mujer muy trabajadora, se dedicó al mundo de la moda y crió a sus siete hijos sin parar de moverse; para mí era una persona fuera de lo normal. Pobrecilla, murió hace una semana. Todo eso lo hemos mamado, y en mi caso siempre destacaron que era una persona muy creativa.

-¿Cómo se vive en una casa con una familia tan numerosa?

-Somos supervivientes, comemos rápido y nos duchamos más rápido todavía. Te educas de otra forma. La verdad es que yo tengo recuerdos maravillosos de mi infancia; vivíamos en Poeta Querol y Valencia entonces era como un pueblo, que te conocía todo el mundo.

«Mi padre era arquitecto, un genio que escuchaba ópera, leía sin parar, pintaba»

-No le llamó ni la arquitectura ni la moda.

-Estudié Diseño Industrial en la primera promoción que salió del CEU San Pablo de Valencia. Cuando acabé me decanté por el diseño gráfico; es más, creé una empresa con unos compañeros durante tres o cuatro años, pero empecé a montar stands de ferias a las empresas que les hacíamos la parte creativa. Y a partir de ahí me lancé al mundo de la decoración, aunque tengo que decir que durante doce años llevé Emporio Armani en Valencia. Siempre me gustó la moda.

-¿Cuál es la percepción de su trayectoria al mirar atrás?

-Como en todo sector, es muy difícil entrar y mucho más colocarse. Yo empecé en una tienda pequeñita de muebles en la calle En Sala, y al principio salía algún proyecto aislado; luego solo eran segundas viviendas. Hubo una época en que trabajé un montón en Xàbia y pensaba: «a ver qué día me dan su casa, el lugar en el que viven». Ese día llegó. Luego aparecieron otro tipo de proyectos, hoteles, restaurantes, locales comerciales.

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-¿Cuál cree que es el secreto?

-Yo creo que ponerle mucho amor a todo lo que haces. El 99,9% de los clientes que he tenido a lo largo de estos años se transforman en amigos, muchos de ellos repiten. Me da rabia devolver las llaves de cada casa que termino, hay clientes que ni me las piden, por si acaso. En cada una de ellas me quedaría a vivir. Yo creo que el éxito, además del amor al trabajo, es la constancia, y saber que soy un privilegiado porque hago lo que me gusta. Esto es mi vida. Estoy siempre ideando, creando. Mi vicio es viajar, y me fijo en todo, en cada restaurante que estoy, en cada hotel al que voy. Me inspira hasta la salida del aire acondicionado. Eso sí, cuando eres jefe, cuando tienes una empresa, las alegrías te las comes y las penas también.

-¿Hay que tener mucha mano izquierda?

-Hay clientes que ya me dicen al empezar: «no sabes lo que vas a tener que aguantar», pero yo lo aguanto todo. Es importante saber escuchar a uno y a otro, y muchas veces dejarles ver el punto medio, siempre con mano izquierda.

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-Este fue un sector que sufrió como ninguna la crisis. En su caso, fueron de los pocos supervivientes. ¿Cómo lo lograron?

-Encauzando el negocio. Aquellos años del boom fueron un destarifo, prácticamente todo el mundo se compraba una casa y pedía para el coche y para los muebles. Hablábamos al final del día porque no dábamos abasto, y uno decía: «yo he vendido un salón»; otro: «yo cuatro habitaciones». Esos momentos ya no volverán. Nunca he dejado de trabajar los proyectos, pero hoy en día la venta en tienda es casi inexistente, y eso que tengo casi 900 metros cuadrados.

Carlos serra se ha convertido en uno de los nombres más prestigiosos en el mundo del interiorismo. Jesús Signes

-¿Por qué la conserva?

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-Como mi madre, a mí me gusta mucho la cacharrería, soy muy tendero, me encanta tener regalos para la casa, cosas que ya no se encuentran en ningún otro lugar porque ahora está todo plagado de franquicias.

-¿Se fija en el trabajo de otros interioristas?

-Soy lo peor, no miro nada. No me gusta mucho relacionarme, me invitan a actos y me cuesta ir, y tampoco suelo ver lo que hacen otros, a pesar de que con Instagram la información es continua.

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-¿Es difícil encontrar un momento en el que no piense en el trabajo?

-Es que para mí mi trabajo es un hobby, y cuando te gusta tanto lo que haces es muy difícil desconectar. Evidentemente, en el momento en el que salgo de aquí, a las ocho de la tarde, lo intento. Mi marido, Víctor, que trabaja conmigo, continúa, pero yo le digo que no. Sea bueno, sea malo, mañana será otro día.

«Mi vicio es viajar y me fijo en todo, incluso en la salida del aire acondicionado»

-¿Lo necesita?

-Sí, necesito parar. Y no tengo grandes gustos, simplemente lo que hace todo el mundo: quedar con amigos, tomar una cerveza, viajar. Y ver destinos, hoteles. Creo que conocer otros lugares te da unos conocimientos que me parece superenriquecedor.

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-Qué lugares le han abierto la mente?

-Recuerdo con mucho cariño Perú, que fue un destino que en principio no me atraía demasiado. La cocina, la naturaleza, la gente... todo me pareció brutal. Sri Lanka también. Los viajes me sirven, además, para traerme piezas únicas. Es ya una deformación, que cuando volvemos parece que nos traslademos de país; compro cosas en los viajes pensando en la tienda, en clientes determinados. Me encanta la artesanía, un sector que en España está prácticamente perdido.

Valenciano de buena cuna, recuerda con cariño la impronta en su trayectoria de una madre que murió hace apenas una semana. Jesús Signes

-¿Cómo es trabajar en pareja?

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-Es fácil, porque cada uno tiene su función y trabajamos separados. A mí nunca me verá en la tienda, yo siempre estoy por ahí o arriba en mi estudio. Es fácil por eso, porque además soy muy de trabajar solo. Para el desarrollo del proyecto, pasa todo por mis manos, y es complicado porque no sé delegar.

-¿Es uno de sus defectos?

-Muchas veces me dijeron, durante el boom, que franquiciara Mercader de Indias. Pero siempre dije que no porque esto es un trabajo muy personal, y no puedo estar en todas partes. Aquí llega género y le buscan un lugar pero al mismo tiempo dicen: «da igual, cuando llegue Carlos lo va a cambiar todo». Me encantaría saber delegar, pero no sé hacerlo. Y es una pena, porque si fuera una persona hipercomercial y me dedicara solo al negocio podría tener un equipo arriba y firmar.

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-¿Cuántas veces ha cambiado su casa?

-Muy pocas. En casa del herrero, cuchillo de palo. Pero es que, además, yo tenía otra vida. Estaba casado, tengo dos hijas maravillosas y hace siete años hice un cambio.

-Cuando alguien hace un cambio tan radical, ¿tiene miedo?

-Claro, uno tiene miedo. Además, es de esos momentos de la vida en los que te das cuenta de quién es tu amigo y quién no lo es. Quién, laboralmente, está de tu lado y quién no. El cambio me afectó social y laboralmente, noté un rechazo porque la gente se posiciona. Y luego noté un apoyo de otras personas que no podía ni imaginar.

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-¿Sus hijas han seguido su mismo camino?

-Una todavía es muy joven, tiene diecisiete años; la otra está en Londres estudiando Dirección de Arte.

-¿Le gustaría?

-Sí le gusta, es una profesión que supone un acto de amor, una vocación muy bonita, con sus problemas, claro. Piense que los clientes nos buscan en momentos alegres, emocionantes. Cambiarse de casa es un acontecimiento positivo.

«Sería incapaz de irme a vivir a Madrid, necesito estar cerca del mar, de Xàbia»

-Ha firmado algunos proyectos en Madrid. ¿Nunca se planteó instalarse allí?

-Yo sería incapaz de irme a Madrid. Mis hermanas viven allí y cuando voy a verlas no puedo soportarlo. Esa forma de vivir… Es que aquí tenemos una calidad de vida que no se puede comparar; yo tardo de mi casa a la tienda, andando, diez minutos. Necesito estar cerca del mar, de Xàbia, que es mi desconexión, aunque vaya el sábado por la noche y vuelva el domingo. Además, nuestra casa allí reúne piezas de seis años de viajes, de una vida en común. Me encanta Madrid, es una ciudad muy divertida, muy dinámica, donde pasan muchas cosas a diario. Pero, en definitiva, aquí se vive mucho mejor.

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-¿Piensa mucho en el futuro?

-Me preocupa el futuro y pienso en la jubilación; me encantaría llegar a una posición en la que pudiera coger solo los trabajos que me gustaran. Imagine qué maravilla.

-Y ahora quédese con un proyecto.

-Qué complicado. Yo siempre digo que el último proyecto es al que más quieres. Hannover, por ejemplo, o el hotel Ferrero en Bocairent. Encargos como el Trinquet de Pelayo, que fue muy gratificante por tener la posibilidad de trabajar con una persona como José Luis, del que aprendí muchísimo. En realidad no paro de aprender.

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