elena meléndez
Martes, 18 de mayo 2021, 01:37
Estamos todos muy nerviosos, muy nerviosos. Lo dice la mujer de mediana edad que va delante de mí para pagar en la gasolinera. El cajero le ha soltado un «señora, detrás de la raya» un par de veces en tono seco. Ella no se ... ha enterado y él ha abandonado su puesto con aire marcial para llamar a su supervisor. Que ha venido y nos ha pedido a todos que nos colocásemos detrás de unas franjas rojas pegadas en el suelo creando una fila ordenada. Yo he seguido repitiéndome en voz baja: treinta euros de diésel. Mantengo mi mente focalizada en pedir el carburante que toca. Hace unos años me equivoqué al escoger el surtidor porque iba enganchada al móvil. El precio del despiste fueron 110 euros de reparación, 60 de grúa y soportar la mirada del resto de presentes cargada de una mezcla de entre compasión y alivio, pues lo de colarse con el fuel es lo más parecido a que te explote una olla exprés; todos sabemos que puede pasar, pero rara vez ocurre.
Publicidad
Noticia Relacionada
Al salir de la gasolinera con el depósito lleno, un señor le increpa a una chica joven que circula por la acera a lomos de una bici con unos auriculares puestos en las orejas: «¡No hay bastante carril que nos tienes que atropellar a los que paseamos!». La ciclista desaparece acera arriba, ajena a los comentarios, un coche me adelanta tocando el claxon y yo me digo que sí, que estamos todos de los nervios, que la ciudad parece dormida, que nos hemos enterado de que ha llegado la primavera por el anuncio de El Corte Inglés y que conozco por lo menos a diez personas que conviven con problemas derivados del estrés y la ansiedad. Una nueva epidemia más silenciosa y menos sencilla de identificar que la anterior, pero con efectos difíciles de calcular sobre la salud.
Con el fin de saltar de pensamiento y ponerme en modo sábado, decido observar el volante con extrañeza, es decir, mirarlo con ojos nuevos, una técnica que aprendí en el curso que hice de 'mindfulness' poco después del percance con el gasoil. Me apunté porque una buena amiga que sabe de estas cosas me dijo que eso me ocurrió por ir con el piloto automático. «Te pierdes la chispa de la vida, el momento, porque estás en mil cosas a la vez y en ninguna», aseguró. El primer día de clase nos hicieron coger una uva pasa, colocárnosla en la palma de la mano y observarla como si fuera la primera vez que veíamos una en nuestra vida. Tras el cachondeo inicial, al cabo de unos diez minutos, parecía que nos habíamos tomado un ácido. «Es como el ámbar, puedo ver a través de ella», «¿no es elástica?» o «está entre un mini cerebro y un asteroide», fueron algunos de los comentarios. Yo la última vez que había tenido sensaciones de aquí y ahora fue montando una cajonera de Ikea.
Playa de la Patacona. «El final de la Patacona es un espacio silencioso. Al volver me tomo un zumo de zanahoria en La Más Bonita».
Cauce del río. «Antes de llegar al Palau de la Música hay una zona de árboles. Me acomodo en la hierba y conecto con la tierra».
Centro del Carmen. «Entre semana por la mañana se respira en el claustro una energía muy tranquila. Me encanta recostarme en una columna».
Jardín Botánico. «Es lo más parecido a estar en plena naturaleza. La atmósfera en el invernadero te transporta».
Nos enviaron como tarea para casa hacer cada día una meditación guiada siguiendo las pautas de unas grabaciones. Nunca las pude hacer sentada porque no me concentraba, así que me tumbaba en una postura cómoda y, pese a las advertencias de mantenerme alerta, me quedaba sumergida en un sueño profundo.
Publicidad
En esta ocasión la determinación es clara: quiero meditar de verdad, conseguir hacer una pausa en el loco mundo de trabajo-niños-casa-familia-compromisos sociales-aficiones y cuidado personal externo y conectar con el presente pues, según me contará luego Natalia Restrepo, mi guía, «prácticamente todo el tiempo estamos en el pasado o en el futuro, recordando o proyectando, de manera que el presente no tiene lugar para nosotros». Escalofriante. Natalia Restrepo, profesora de yoga y experta en macrobiótica, me cuenta que ella hace 'vipassana', la meditación más pura que enseñó Buda. «Lo que te enseña no es a conectar con otras realidades, sino a focalizarte en el presente observando cada detalle de tu cuerpo», me explica. El punto álgido de este envejecer en vivo y en directo se llama 'banga': una especie de clímax meditativo durante el cual flipas y sientes la vibración en activo de todas las partículas de tu cuerpo. Para los que quieran meterse de lleno en esta práctica, se imparten cursos que van desde los diez a cuarenta y cinco días en los que no se habla, no se come desde el mediodía ni se mira a los ojos a los compañeros. Telita.
Qué es. El término Vipassana significa ver las cosas claramente o tal y como son. Es una de las formas de meditación más antiguas y se trabaja a través de la autoobservación.
Práctica. La persona se sienta en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda recta. Al inicio toda la atención se pone en un punto muy pequeño y concreto del cuerpo.
Fluir. La clave es observar los pensamientos y emociones sin juzgarlos, como si fueran nubes que transitan por el cielo sin afectarnos.
Covid. Durante y tras la pandemia se ha disparado la práctica de meditación, especialmente en su versión online. Su beneficio principal es el equilibrio emocional y una mejora general de la salud.
Yo le propongo a Natalia empezar por algo suave, una meditación conjunta en el cauce del río que nos lleva a sentarnos una frente a la otra con los ojos cerrados. Me pide que vaya con ropa cómoda y, como me muevo mal fuera del negro, me pongo un dos piezas con sospechosa pinta de pijama. Ella me guía, me pide que conecte con la respiración, que me centre en la coronilla. Tras un par de minutos en la misma postura, me llega amplificado el sonido de los pajarillos, de un autobús, de personas corriendo, de un grupo de escolares…
Publicidad
Más de Revista de Valencia
begoña clérigues
elena meléndez
María José Carchano
Como soy ambiciosa espero la llegaba del 'banga', pero en cambio me duele el tobillo, se me solidifica el gemelo, me viene a la mente que no queda gel de baño ni aguacates, la reunión que tengo por la tarde y una ristra de veinte cosas pendientes. En algunos momentos sí que tengo la sensación de desconectar aunque sea por unos segundos de mi torrente mental. Al terminar todo me parece de un color más vivo pero es el sol que me deslumbra. Me siento ligera. Aunque todavía meditar para mí es solo un concepto, me seduce la idea de tener un comodín secreto que me permita viajar en el tiempo hasta el presente en tiempo real. EL AHORA.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.