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María Lozano
De copas a la europea

De copas a la europea

la vida (DES)madre de elena meléndez ·

Elena Meléndez

Valencia

Domingo, 21 de noviembre 2021, 00:44

A todos aquellos que todavía no han salido de copas tras la sequía pandémica les aviso: el tema está que arde. Me recuerda a la época postmaternidad, cuando después de meses metida en una burbuja sales por primera vez y te sientes como un extraterrestre acabado de aterrizar en el planeta Tierra. También advierto de que ciertos códigos han cambiado, que lo que antes dábamos por hecho ahora no se sabe, porque el tiempo vuela, el virus acecha y estamos, dicen, al borde de un colapso energético. A algunos les da por comprar hornillos de gas y linternas, otros se niegan a prescindir de la mascarilla al aire libre y otros, los que hoy centran atención de este texto, se encomiendan al «para lo que me queda de estar en el convento me cago dentro» y se ponen en modo 'carpe diem' de barra. Como una madre que tiene que aprovechar cada minuto antes de volver a dar el biberón, mientras apura la copa le llega el recordatorio del pediatra del día siguiente y se pone gel hidroalcohólico de dibujos animados y olor a frutas del bosque.

Me citan unas amigas hace un par de viernes en un local de tapas próximo al Parterre, el nuevo Cánovas para los nacidos antes de los ochenta. Lo primero que me llama la atención es que el encuentro es a las ocho de la tarde, un horario muy europeo instaurado durante el toque de queda, que parece haberse instalado definitivamente y alberga el encanto de lo adolescente y esa sensación loca de las noches de Fallas.

Acudo algo más tarde de lo acordado. En la mesa conviven cervezas, vermús, vino y cava, una orgía embriagadora que deja mi refresco de cola al nivel de parvulario (otra vez esa sensación de que ser madre lo domina todo). Pese a que solo me he perdido quince minutos, tengo que esforzarme para meterme en harina. «Resulta que el tío que le está tirando los trastos por WhastApp lleva unos meses quedando con una compañera de trabajo de la hermana de Teresa», «quedamos, nos reímos, hablamos un montón, bailamos, me acompañó a casa, nos magreamos en el coche y… no he vuelto a saber de él», «el del suéter verde salió con Rosa y ahora se ha liado con la ex de Tomás…». Me concentro y al final pillo el hilo, aunque en ese momento me viene a la memoria el problema de Matemáticas de mi hijo que no he sabido resolver.

En la calle varios grupitos beben y charlan en corrillos en modo verbena. De momento no se cena, se pica. Ensalada de tomate, mejillones, papas y una croqueta por barba. Entre medias llega otra ronda de bebidas. Yo me pido un vino tinto para no desentonar. Se eleva el nivel de las voces a nivel barullo. Entra un chico de edad indefinida que se parece a Micky Rourke ya tuneado, lleva un sombreo de cowboy. Le acompaña una chica de larga melena y pies descalzos. A nadie parece extrañarle porque en la nueva normalidad, aquellos que antes ostentaban la etiqueta de colgados, hoy son modernos. ¿Qué ha pasado?

Me hablan de un salón de masajes eróticos del centro donde no se tienen relaciones completas, pero en el que te hacen gozar. «Pero, ¿cómo? o sea, ¿qué hacen?, ¿hasta donde está permitido?», me intereso. Mi interlocutora ríe y hace un gesto de mímica con las manos que lo aclara todo.

Nos sacan la cuenta sin que la pidamos. El motivo es que hay personas que sí que vienen a cenar, la resistencia 'vintage' que aún queda a las nueve y media y a los que los presentes miran haciéndoles notar que son unos pringados. Nos desplazamos hasta otro garito que tiene vinilos colgados de las paredes y una mesa de billar sobre la que sirven cortezas de cerdo y vino peleón. Pierdo mis esperanzas de cenar sentada.

Un grupito de conocidos que ha asistido a la inauguración de una exposición bebe y baila en una esquina. Cuando al final consigo una banqueta deciden que nos vamos a un pub de Ruzafa. Aún no son las once, pero para mí ya llevamos mucha noche. Cosas de ser madre. «Oye, que nos invitan a una copa en casa del nuevo ligue de Sandra en el Carmen», anuncia una. Tengo hambre y frío. El grupo cambia de dirección. Yo cojo un taxi rumbo a casa anhelando la normalidad del pasado.

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