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A Cristóbal Soler los ojos se le empañan cuando habla de la pasión que le conquistó el corazón cuando apenas levantaba tres palmos del suelo, allá en Alcàsser. Se le nota aunque mientras hablamos nos separen varios kilómetros de distancia y haya una pantalla de por medio. Nos comunicamos por videoconferencia y, entre las dos imágenes, la suya y la mía, hay una diferencia importante: tras él se puede ver una impresionante colección de cedés que ha ido acumulando a lo largo de una vida entregada a la música. Pero es que Cristóbal Soler despuntó desde el principio; tras obtener las máximas calificaciones, este director de orquesta ha vivido, se ha formado y ha trabajado en Múnich, en Viena y en Madrid, y durante una trayectoria de veinte años se ha consolidado como uno de los profesionales más destacados a nivel internacional. Ahora disfruta muchísimo de su labor de pedagogo, convertido en mentor de grandes músicos que buscan la excelencia profesional, lo cual habla de una generosidad que no es tan común en una profesión muy estelar.
-La primera decisión relacionada con la música fue, supongo, tomada de niño.
-Yo tuve la suerte de que mi madre era conserje del Ayuntamiento de Alcàsser y vivíamos en una vivienda municipal, donde la pared de mi habitación era medianera con la sociedad musical. De bien pequeño escuchaba cada tarde las clases de instrumento. Es obvio pensar que podría haberlo odiado, pero yo lo que hice fue pedirles a mis padres que me apuntaran.
-¿Cuándo llegó la elección de convertir una afición en su meta profesional?
-Yo iba muy bien en el colegio y cuando algunos profesores se enteraron de que estudiaba música animaron a mis padres a que me lo dejara y me centrara. Llegué incluso a empezar la carrera de Física, pero tenía que elegir y la verdad es que la música me transformaba. En ese sentido, tuve la suerte de que mis padres me apoyaron por completo. Ellos pertenecían a una generación que había vivido circunstancias muy duras y su vida fue un sacrificio tras otro para darles a sus hijos una carrera. A mí me compraron un piano, una flauta, me traían, me llevaban...
-Estudiaba en el instituto y en el conservatorio, creó una banda y, además, destacaba. ¿Siente que se ha perdido algo por el camino?
-Cuando más tiempo tenía para estudiar era los fines de semana, y tengo la sensación de que, al igual que yo, fuimos muchos los que dedicamos el tiempo libre al estudio. No crea, teníamos conciertos, festivales, giras... y me moví en un ambiente muy feliz. Es cierto que no salí mucho, pero es que alguna vez fui a la discoteca y, si le soy sincero, no entendía cómo la gente se lo podía pasar bien emborrachándose. Yo disfrutaba con Mozart.
-Uno quiere para sus hijos lo mismo que ha tenido para sí mismo, sobre todo si le ha dado tanta felicidad.
-Mi hija estudia piano, violín y hace deporte. Ahora tiene trece años; cuando cumpla los dieciocho, como me pasó a mí, tendrá que decidir qué camino toma. Lo importante es que conserve ese entrenamiento y disciplina que da la música y el deporte, ese esfuerzo que tan necesario es para cualquier cosa que encare en la vida.
-Ha vivido en media Europa, ahora se ha instalado en Valencia. ¿Por qué?
-Desde hace cuatro años vivimos en la Canyada, porque cuando nos hicimos 'freelance' -o autónomos, que viene a ser lo mismo- vimos que Valencia, de donde somos Lorena y yo, nos ofrecía todas las ventajas: la familia cerca, comunicaciones fáciles con Madrid y Europa y una estabilidad para nuestra hija. Creo que es importante encontrar ese equilibrio entre la profesión y la parte personal. Porque, además, tiene una gran facilidad de movimiento.
La ilusión hecha realidad. Desde el primer momento, Cristóbal Soler tiene claro que su sueño se cumplió el día en que se pudo dedicar profesionalmente a la música. En este tiempo no ha hecho más que confirmar que es un privilegiado por dedicarse a lo que más le gusta. «Yo lo que quería no era ni siquiera ser director de orquesta, sino la música, de la forma que fuera», explica Cristóbal Soler, que ha actuado en los más prestigiosos escenarios del panorama internacional.
-Parecía claro que su vida personal iba a estar conectada con la música, también.
-Sí, Lorena (Valero) es mezzosoprano y hemos entendido la vida de la misma forma; además, tenemos la misma pasión por la música.
-¿Ve el talento en las personas que forma?
-No es fácil alcanzar la excelencia profesional, porque detrás hay mucho trabajo diario y, además, talento. Cuando sale al escenario una estrella que conjuga las dos cosas brilla muchísimo. Se puede detectar en apenas cinco o diez segundos.
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