![Enrique y Arturo Llobell, en una de las pistas del Club de Tenis Valencia.](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202003/04/media/cortadas/1423085581-kkbB-U100391820934J0B-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Nunca había contado Enrique Llobell lo que sufrió mientras fue presidente del Colegio de Odontólogos de Valencia. «Hubo denuncias, querellas e incluso tiros», y enseña una foto de tres agujeros de bala en la ventana de la cocina de su casa. Él lo achaca a su cruzada contra las franquicias dentales que se multiplicaron. Enrique Llobell es un batallador. «No lo había contado hasta ahora pero me gané muchos enemigos», admite, aunque reconoce que volvería a luchar por la dignidad de la profesión. «Por los que vienen detrás», entre ellos su hijo Arturo Llobell, cuarta generación de una reputada saga de dentistas en Valencia. Quedamos -antes del confinamiento por el estado de alarma- en el Club de Tenis Valencia, donde uno y otro saludan aquí y allá, son socios desde hace décadas. Y mucho de su éxito tiene como secreto «la disciplina que nos ha dado el tenis».
-¿Conoce la historia familiar?
-Enrique Llobell. Nuestro apellido viene de Teulada y se expande por la Marina durante el siglo XIX. Mi tatarabuelo era de Benitatxell y en Dénia nace mi bisabuelo, que se casa con una mujer de Ondara y tienen seis hijos. Económicamente las cosas van muy mal y mi abuelo, con siete años de edad, acaba trabajando en una barbería. Él veía ahí cómo se arrancaban muelas, quiere aprender más y llega a ser protésico dental. Conoce a una mujer catalana, se casan y se van a Barcelona, donde monta un laboratorio de prótesis dentales. Tuvieron dos hijos y en un viaje a Valencia, que ya tenía coche en 1926, con mi padre de un año y mi tío de solo unos meses, tienen un accidente en el que se rompe un cristal y mi abuela se hace un corte en el brazo. Deciden ir al pueblo más cercano y el médico le pone una nueva vacuna antitetánica procedente de caballo. La abuela muere en el acto.
-Qué drama.
-E.L. Pues con dos niños pequeños y trabajando estudia la carrera de Odontología y se establece en Valencia, en la calle Cádiz, 54. Allí nací yo, en el mismo piso donde tenía la consulta. Y recuerdo las colas de gente en la calle para que les tratara mi abuelo, que veía pacientes hasta la una de la madrugada, y solo paraba un ratito cuando yo llegaba del colegio.
-¿Y su padre?
-E.L. Mi padre estudió Medicina, quiso ser cirujano maxilofacial y montó una clínica en la avenida Marqués de Sotelo, donde nos fuimos a vivir. Fue el primer jefe de servicio de cirugía maxilofacial de La Fe, se jubiló con setenta años y llegué a estar a sus órdenes.
Enrique llobell
-¿Tenía claro que quería seguir los casos de su padre y su abuelo?
-E.L. Mi padre nunca jamás me nombró la carrera de Medicina; es más, quizás si me la hubiera mencionado hubiera hecho Ingeniería, por estas cosas que tienen los adolescentes de ir a la contra. Porque a mí lo que me gustaba de verdad eran los coches, yo no quería ser odontólogo. Además, entre todas las especialidades, yo hubiera hecho cirugía plástica, pero a mi padre le hubiera dado un serio disgusto, porque en aquella época no había buena relación.
-En su caso, Arturo, ¿tuvo dudas?
-Arturo Llobell. A mí mis padres me dijeron que no estudiara Odontología porque se veía venir la situación actual, con una sobresaturación tremenda. A mí me gustaba mucho la cirugía, creo que eso sí lo he heredado de mi abuelo y de mi padre, y me llamaba la atención el trabajo manual.
-Tenía también una carrera prometedora en las carreras.
-A.L. Sí, fui campeón de España dos veces y quinto en un campeonato internacional, donde estaban algunos de los que luego han corrido en Fórmula 1. Sin embargo, no me gustaba que fuera un mundo que no importa tanto si ganas o pierdes, sino el dinero que eres capaz de reunir el año siguiente. Y como a mí la carrera me gustaba, cuando cursaba tercero tenía que empezar con las prácticas, y lo tuve claro.
-¿Con el paso de los años se arrepintió?
-A.L. Al contrario. Es más, me da una satisfacción extraña pensar que muchos con los que he corrido están ahí arriba; el hecho de pensar que yo lo hacía como ellos.
-En su caso, Enrique, también tuvo una carrera prometedora.
-E.L. Los dos fuimos campeones, y los dos elegimos la odontología. En mi caso, en 1980 gané el campeonato de España y me ofrecieron un contrato de catorce millones de pesetas para correr en Europa. Al mismo tiempo, hice el MIR y me ofrecían un contrato de 25.000 pesetas al mes. Rechacé los catorce millones porque pensé que si me tenía que volver a presentar la siguiente remesa de médicos podía pasarme por encima; y esa fue la razón por la que abandoné los coches.
-Y, en su caso, ¿alguna vez ha pensado: «y si»?
-E.L. Yo pienso que me hubiera ido bien, sabía de mecánica y seguro que me hubiera convertido en ingeniero, pero es cierto que en aquella época fallecían muchos pilotos por accidentes. Y es muy probable que yo hubiera acabado muerto porque era muy agresivo.
-Arturo, estuvo viviendo en Estados Unidos, fue premio extraordinario en la Universidad de Pennsilvania, da conferencias, es profesor allí. ¿Por qué volvió?
-A.L. Me daba rabia, por el historial de la clínica, mandarlo todo por el aire. Era como decepcionar esa parte de mi historia familiar.
-E.L. También le tiraba el Mediterráneo.
-A.L. Tiene razón, y es que aquí se vive mucho mejor. No un poco. Mucho. Aunque trabajes de nueve a nueve. La hierba siempre está más verde al otro lado, pero yo he vivido aquí y allá y lo tengo claro. El día a día en Estados Unidos no es lo que se ve en las películas.
-No es el primero que lo menciona.
-A.L. La rutina, la relación de las personas con su familia, con los amigos, los valores éticos. Allí nada de eso importa. Estás solo. Vale que se organiza alguna barbacoa con los amigos pero son días puntuales, el resto del tiempo la gente va del trabajo a casa y se sienta en el sofá con quinientos programas de televisión. Es así. Los europeos, sin quererlo, nos acabábamos juntando.
ARTURO LlOBELL
-¿La familia se alegró de que volviera?
-E.L. Por supuesto. Y a nivel profesional la clínica continúa, porque a pesar de que mi hermano Andrés también es odontólogo, de los trece nietos que tuvo mi padre solo ha continuado con la profesión mi hijo Arturo. Bueno, el mayor, Quique, también lo es, aunque él hizo la carrera por inercia. Por darme el título, porque se lo aconsejamos mi mujer y yo, porque ella también es médico estomatólogo. Y la estudió al mismo tiempo que cursaba Derecho y Económicas.
-¿La hizo como quien va a jugar a tenis?
-E.L. Él salía de un examen de Odontología, una hora después hacía uno de Economía y al rato otro de Derecho. Quique tiene una capacidad especial, es campeón de España de ajedrez y eso es su vida. Y la estudió como diciendo: «papá, cállate, ahí tienes el título».
-Porque también en estas pistas les iba bien.
-E.L. Quería que mis hijos jugaran al tenis porque ahí sí que gana al mejor. Nos levantábamos a las seis de la mañana y nos veníamos a jugar antes de ir al colegio.
-A.L. Yo jugaba cuatro o cinco horas al día, sábados y domingos incluido.
-E.L. Nosotros nos hemos pasado el verano cruzándonos por la carretera, cada uno con un coche, mi mujer con un niño y yo con el otro porque uno jugaba por la mañana en Castellón y por la tarde en Alicante y el otro al revés.
-¿Qué quería enseñarles?
-E.L. Les enseñé a mis hijos a que hay que ver amanecer. Para mí es muy importante, y aunque yo me fuera de fiesta con mis amigos hasta las cuatro de la mañana a las seis nos levantábamos.
-A.L. De hecho, yo la carrera la he estudiado por las mañanas en vez de por las noches, para mí levantarme pronto es una manera de aprovechar el día. Sí, lo hicimos bien, pero son las ganas lo que te motiva, y así se consiguen las cosas que te propones. También se nos dijo toda la vida que si haces algo, «asegúrate de que lo haces bien; no andes con cien mil cosas que no acabarás ninguna».
-¿Por qué decidió dedicar parte de su tiempo a una ONG?
-E.L. Me lo propusieron hace unos años y me quedaba como algo muy lejano, pero recordé que mi profesión la he entendido como una acción que te permite hacer algo bueno por los demás. Y ya hace tres o cuatro años que me voy al sur de Dakar, donde no hay carreteras pavimentadas, ni luz eléctrica, con un calor asfixiante y una cantidad enorme de mosquitos, trabajando sin aspiración, secando con servilletas de papel. Me siento muy bien allí, es impresionante cómo la gente, aunque espere horas, siempre te recibe con una sonrisa.
ENRIQUE LLOBELL
-Parece la cola de la que hablaba en la época de su abuelo.
-E.L. Yo he llegado a tener a ochenta personas esperando, con casos lamentables de los que somos responsables nosotros, que con nuestras dietas europeas azucaradas han destruido las bocas de esa pobre gente. Allí continuamente te dan las gracias y voy paseando por las noches por el pueblo y escuchas una voz que te dice: «doctor, quiere tomar un poco de pescadito frito con nosotros?». Comparten lo poco que tienen, son gente superamable y tengo que reconocer que Senegal me ha cambiado la mentalidad.
-¿Le ha dado otra perspectiva?
-E.L. Tanto que a mí, que me gusta mucho viajar, que tengo mi refugio en Moraira, ya no disfruto con los destinos turísticos. Me resulta más interesante conocer una tribu del Amazonas, y el próximo destino es la isla de Madagascar.
-¿Y usted, Arturo, qué le ayuda a descansar?
-E.L. En mi caso tengo un kart, y una pareja a la que también le gusta viajar, y con la que comparto profesión.
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