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Javier Mariscal, sentado en una de los asientos preparados para su charla con Mariola Cubells en Convent Carmen, que se abarrotó para escuchar al dibujante valenciano más reconocido.

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Javier Mariscal, sentado en una de los asientos preparados para su charla con Mariola Cubells en Convent Carmen, que se abarrotó para escuchar al dibujante valenciano más reconocido. Juanjo Monzó

Javier Mariscal: «Cuando me arruiné me di cuenta de que era muy frágil; sólo sé hacer dibujitos»

Tuvo que cerrar su empresa, tomó pastillas, fue a un psicólogo... Pero el dibujante, que creció en una familia numerosa, se ha reinventado muchas veces. Con casi setenta años cree que el gran regalo son sus hijos. «He cambiado infinidad de pañales; si tengo un niño cerca yo no me lo pierdo»

María José carchano

Martes, 21 de enero 2020, 01:24

Javier Mariscal aparece bajo la capucha de un plumífero azul eléctrico, un suéter de lana verde oliva y una barba de tres días. No parece preocuparle demasiado su aspecto, de hecho, en Convent Carmen, donde da una charla con la periodista Mariola Cubells, nadie se fija en él porque no lo han reconocido. Recién bajado de un Euromed que le ha traído de Barcelona, al creador de aquel legendario Cobi de los Juegos Olímpicos de Barcelona se le ve medio despistado, aunque quizás sea más una pose porque con sus primeras respuestas emerge una persona lúcida, inteligente, con ese humor ácido de alguien a quien poco le importan las opiniones de los demás. Que está curado de espanto. A punto de cumplir setenta años sigue en plena forma, con sus luces y sombras.

-¿Viene mucho a Valencia?

-Me escapo a veces, aunque no suelo quedarme mucho en Valencia, me voy a Dénia, a Xàbia, a Utiel…

Esta entrevista no ha sido nada fácil. Pocos mensajes contesta Javier Mariscal, que reconoce que no se lleva demasiado bien con la gestión que está detrás de cualquier trabajo, que hace maravillas con un rotulador en la mano y un papel en blanco y, en cambio, lleva fatal las cosas del día a día. Cosas de los genios, lo cotidiano les cuesta horrores. Y le ha pasado factura.

-Sufrió la crisis económica, tuvo que cerrar el estudio, dijo que estaba arruinado…

-Bueno, yo ya nací estropeado, no tengo memoria, para mí es como si me hablaras de cuando tenía seis años…. Sí, recuerdo que tuve que tomar pastillas, ir a un psicólogo, que fue muy duro, pero no por la parte económica, sino porque éramos como una gran familia y, de repente, todos a la calle. Algunos nos vemos todavía, pero se rompió aquella sinergia que había tan chula. Dicho esto, no pasa nada, que yo me he cambiado mil veces de casa.

«A los hijos hay que hacerles creer que son los reyes del mundo hasta los catorce, o los dieciocho»

-¿Es cierto aquello que dijo de que había llegado a ser mantero? ¿Fue una provocación?

-Como 'homo sapiens', nuestra herramienta más potente es el lenguaje simbólico. A mí me gusta mucho trabajar con el lenguaje, y me pareció una manera poética de decir que estaba completamente arruinado. Además, un día antes de esa entrevista había visto a un muchacho así como yo, de mi misma edad, que estaba vendiendo dibujitos muy cerca de mi casa. Le pregunté, le compré uno, y es que en realidad me sentía así, como un mantero. De joven lo hice, a principios de los setenta estuve en París y me puse a vender postalitas que yo dibujaba en Le Pont de les Arts. Lo hice dos días, pero tampoco me parecía tan mal (se queda pensando). Cuando has tenido que cerrar tu estudio, te das cuenta de que eres muy frágil. Tengo amigos que saben cómo funciona la electricidad, las tuberías, pueden hacer otras cosas. (Se dirige al fotógrafo) Es como tú. ¿Qué haces? ¿Fotos? Eso lo hace todo el mundo hoy en día. Es como vender humo.

-Parece el síndrome del impostor.

-No sé lo que es el síndrome del impostor… yo me di cuenta a los cincuenta años de que era disléxico, me costó mucho aprender a leer y a escribir. Fue cuando mi hija estaba en Londres; allí le dijeron que era disléxica y le dieron un ordenador que le corregía lo que escribía mal. Y pensé: «esto es lo que siempre me ha ocurrido a mí». Me paso todo el día buscando las palabras por las esquinas, no las encuentro. Para decirte que eres estupenda me sale otra cosa, me cuestan sobre todo los adjetivos. Y por eso desde niño me agarré al dibujo.

-Antes esas cosas no se tenían en cuenta.

-Y decían de mí: «cuando quiere lo saca». Yo era muy bueno en geografía, o en dibujo, ahí conseguía matrícula de honor, pero en dibujo técnico me suspendían, porque yo intentaba hacerlo todo a mano, sin regla. No pude hacer una línea recta hasta que tuve un ordenador.

Mariscal se agarró al dibujo desde la infancia porque se sentía diferente. Juanjo Monzó

-Si hablamos de su infancia, proviene de una familia valenciana de clase media alta.

-Sí, éramos pijos. Yo nací en lo que es ahora El Corte Inglés. Cuando lo abrieron, recuerdo que entré para calcular donde había estado mi cama, justo en la zona de discos.

-E iba al Pilar, como buen hijo de familia bien. ¿Qué le queda?

-Nos diseñaron para ser presidentes de Telefónica pero yo no pude con eso. Me largué de aquí y pensé: «nunca más me verán en la Hípica o el Tenis». Siempre me he sentido muy poca cosa, era además el único gordo de la familia y estaba convencido de que me habían cogido de debajo de un puente. Pensaba: «soy diferente, porque no sabía escribir y en mi casa todos leían a Salgari». Yo miraba los tebeos, me confundía con las palabras.

-¿Tan mal se sentía?

-Y eso que mi madre, continuamente me decía que me quería mucho, que qué guapo era. A los niños, hasta los diez o los catorce años, y si puede ser hasta los dieciocho, hay que hacerles creer que son los reyes del mundo.

«Me hago tres análisis al año, me tomo pastillas para todo. Moriré con 120 años»

-¿Lo ha practicado con sus hijos?

-Yo podía haber tenido bastantes más hijos pero siempre ha sido decisión de las mujeres. Dicho esto, me parece que es lo que debe ser. Yo tengo tres, y son un regalo. Vosotras no os dais cuenta porque salen de vuestra carne; el día que mi hija sacó vida me sentí una hormiga, un desgraciado. O cuando le da pecho. Esa imagen dando de comer a Selva, mi nieta pequeña, es de una belleza impagable. Y también entiendo que cuando crucen la calle las madres digan: «ai, el meu xiquet». Ser padre no es lo mismo, y eso que les he contado muchos cuentos le he cambiado infinidad de pañales, les he bañado y he ido mucho al supermercado.

-¿Ha ejercido de padre?

-¿Cree que estoy gilipollas? A mí me ponen un niño al lado y no me lo pierdo. La pequeña está a punto de cumplir tres años y la disfruto muchísimo. Los hijos te ponen además delante tus propias miserias. Yo a su edad discutía y sacaba la espada para pelearme con los amigos de mi padre defendiendo a Picasso, y ahora me dicen mis hijos que dibujaba fatal. Es fantástico esto.

Se acerca una mujer y se dan un gran abrazo. Nos presenta. «Ella es Lola, mi primera mujer». Contesta Lola: «Ha sido el primer mejor marido que se puede tener en el mundo». «Ahora tiene un marido que es la bomba», rebate Mariscal.

-Ha viajado mucho, pero siempre ha tenido su base en Barcelona. ¿Necesitaba ese anclaje?

-Nunca he necesitado sentirme anclado a ningún lugar, es más, no acabo de entender a esa gente que dice: «esto es mi tierra». La tierra no es de nadie, aunque la compres, la tierra, en todo caso, es de los árboles, ellos son los únicos que de verdad son de un territorio. El señor Pujol y la señora Ferrusola pueden decir: «som catalans», pero no es verdad.

-Sus hijos nacieron allí. ¿Le ha salido alguno independentista?

-No, pero dentro de las ex, familias, amigos, hay de todo.

«Éramos pijos, crecí en lo que es ahora El Corte Inglés. Mi cama estaba en la zona de discos»

-¿Y cómo es la convivencia?

-Nunca he visto que la convivencia esté mal. Barcelona es una ciudad muy respetuosa, la gente hace las colas, pagan, son todos muy civilizados, aunque a mí no me hayan cedido todavía el asiento a pesar de que voy a cumplir setenta años.

-¿Tiene ganas de dedicarse a la vida contemplativa?

-Ahora mismo tengo a mitad un proyecto es un cómic de la historia de la vida, acabará teniendo trescientas y pico páginas. Y la hago en mis ratos libres. Estoy arrancando otra película con Fernando Trueba y tengo dos más de animación que me gustaría hacer. Y tres libros. Eso sí, me encantaría poder irme a un sitio con olivos, donde poder cuidar unas gallinas, y hacer estas cosas. Porque me quedan tres telediarios, en realidad.

-¿Lo cree?

-Yo moriré a los ciento veinte años, o sea que sí. Me hago tres análisis al año, me tomo pastillas de todo. El hígado, el pancreas, el riñón, la tensión... Y ahora lo de la próstata.

Empieza la charla. Cuenta delante del público sus problemas de salud, con ese tono irónico. «Que acabo de mear y ya estoy pensando en ir de nuevo». Sigue como siempre, provocador, irreverente. «Vivimos en uno de los mejores lugares de la tierra, no entiendo que la gente se queje». Pone voz de quejica: «Y yo ahora de postre quiero el flan con un poco de nata y encima la bandera catalana... Así vamos».

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lasprovincias Javier Mariscal: «Cuando me arruiné me di cuenta de que era muy frágil; sólo sé hacer dibujitos»