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En el jardín de su casa Nicolás Merle conserva calesas y carros que se usaban antiguamente en la familia.

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En el jardín de su casa Nicolás Merle conserva calesas y carros que se usaban antiguamente en la familia. Tino Calvo

Nicolás Merle Suay: «Me encomendaron salvar a una familia que no era dueña de su destino»

A su padre, sordomudo de nacimiento, le casaron para que tuviera descendencia y su abuela, en el lecho de muerte, le pidió que luchara por el apellido. «Auguraban que los hermanos nos pelearíamos por el patrimonio, pero se equivocaron: estamos muy unidos»

MARíA JOSÉ Carchano

Sábado, 23 de noviembre 2019, 01:21

Nicolás Merle Suay ha aprovechado este fin de semana para celebrar, a lo grande, su cumpleaños. Ha invitado, entre el sábado y el domingo, a 140 personas, en una casa que ha diseñado especialmente para este tipo de eventos. Son 72 años, y en esta ocasión tiene, además, un motivo más para alzar la copa de vino -Marqués de Cáceres, por supuesto, que por algo está sentado a la mesa quien ostenta el título-: acaba de publicar un libro, 'El mut de Morand, la crueldad de su destino', con el que pretende rendir homenaje a sus padres y bucear a través de tres siglos de apellidos.

Sin querer, o sin prestar atención a opiniones ajenas, lo dejamos ahí, puede que levante alguna ampolla; no en vano, este abogado, perteneciente a una de las familias más importantes de Valencia, está emparentado con casas nobiliarias como el Marquesado de Dos Aguas, Valero de Palma o los Noguera. A pesar de los privilegios, o por culpa de ellos, sus inicios no fueron nada fáciles. Nicolás Merle no tiene ningún problema en contar cada detalle, llegado a un punto en que poco le importa el qué dirán; habla con su fuerte acento valenciano, raro entre la burguesía de la capital, normalizado en la Marina, donde se instaló hace ya casi cincuenta años.

-¿Por qué escribió el libro?

-El libro quería ser, ante todo, un homenaje a mis padres, que no decidieron cómo debía ser su vida. Mi abuela había sufrido dos abortos y la última esperanza era mi padre. Cuando nació fue una gran alegría; era además un niño guapísimo, rubio, con los ojos azules… pero a los ocho meses se dan cuenta de que es sordomudo de nacimiento. Le ponen preceptores, maestros, personas de compañía, le dan la mejor educación. Mi abuelo muere muy pronto y se queda mi abuela sola. Había administradores de sus propiedades en Valencia, Cullera, Gandia, Dénia, Sueca, Pego…

-¿Cómo habían hecho la fortuna?

-Los apellidos Morand y Merle vienen de Francia y se hicieron ricos gracias al negocio de las pasas, tenían barcos, comerciaban. Aprovecharon la desamortización de Mendizábal para comprarle muchos bienes a la Iglesia e incluso crearon bancas: la Morand, o la Merle. Esta última la absorbió el Banco de Bilbao en 1946; todavía tengo el documento.

«Mi madre me dice todos los días con la mirada que está orgullosa de mí»

Nicolás Merle alberga en su cerebro una biblioteca de fechas y nombres, y mientras habla nos enseña algunas de sus propiedades, acompañados de Concha Pastor, delegada de LAS PROVINCIAS en la Marina, y quien le conoce muy bien. Primero, su despacho, en la avenida Marqués de Campo, donde todavía conserva un despacho lleno de papeles y legajos; su casa, un impresionante chalé con obras de arte incluso en el jardín, y otra vivienda dedicada a celebraciones, diseñada para albergar una mesa para un centenar de personas y con unas dimensiones que permitieran instalar unas antiguas prensas de vino de varios metros de altura.

-Su padre se casó.

-Mi madre reconoce que el objetivo por el cual la habían casado con mi padre era para tener hijos. Ella no encajaba, venía de una familia normal, y unirse al heredero de los Morand, que tenía una fortuna impresionante, era una oportunidad. Pero nunca fueron dueños de su destino. Cumplieron con lo que se les pedía, eso sí, y en cinco años nacemos los cuatro hermanos. Teníamos catorce personas de servicio, una señorita de compañía, nos mandaron a los mejores colegios.

Nicolás Merle Suay pertenece a uno de los apellidos de la aristocracia valenciana. Tino Calvo

-¿Cómo vivió usted esa infancia?

-No sabíamos muy bien qué pasaba, con un padre sordomudo, que hablaba fuerte, que llegó a pesar ciento cincuenta kilos, que en la última época se quedó, además, ciego. Me acuerdo de que nos enviaban quince días en septiembre a la finca de mi tía en Vall d'Ebo porque de ella teníamos que heredar, en competencia con los Gómez-Torres Gómez-Trénor, y nos educaban para portarnos bien, acabarlo todo en la mesa, ser niños perfectos... tampoco podíamos decidir nuestro futuro.

-¿En qué sentido?

-Yo creo que nos tenían lástima, porque con ese entorno nos veían desasistidos, casi no teníamos ni padre ni madre porque no había demasiada comunicación con ellos. Recuerdo escribirle en la mano a mi padre para que me entendiera. Cuando murió, auguraban que nos pelearíamos por el patrimonio. Imagínese. En el lecho de muerte de mi abuela, me coge aparte y me dice: «me voy a morir, a ver cómo salvas a la familia». Y me convertí en abogado.

-¿Qué pasaba para que le dijera eso?

-A mi padre lo incapacitaron y mi madre, pobre... Había un consejo de familia del que formaban parte el marqués de Dos Aguas, el marqués de Cáceres y algunos más, y los administradores tenían que rendir cuentas. Ellos lo que hacían era vender patrimonio porque se llevaban un porcentaje. En poco tiempo nos hubiéramos quedado sin nada. Así que me vine a Dénia, donde estaba el administrador general, me fui interesando por todos los asuntos familiares y me convertí en especialista en arrendamientos urbanos.

«Hay que aprovechar las adversidades para convertirse en mejor persona»

-Le salió bien.

-Llegué a ser amigo de las personas que llevaban las propiedades, porque lo peor del mundo es tener manías y venganzas. Siempre he practicado esa filosofía, y es a mi padre a quien tengo que agradecerle la capacidad de escuchar. Tengo grabadas las situaciones en las que me tenía que adelantar a lo que quería decir, ayudarle. Y en mis inicios como abogado llegué a recibir catorce o quince personas cada mañana, como si fuera un médico del seguro (ríe). Procuraba siempre buscar la solución amistosa, la oportunidad de arreglar los problemas.

-¿Murió joven?

-Mi madre se quedó viuda con cuarenta y un años. Durante mucho tiempo estuvo rodeada de gente que le tiraba los trastos, que intentaba 'cazarla'. Y eso que a ella poco menos que le dejaron el usufructo de la herencia. Yo siempre estaba vigilante, pero nunca me lo tuvo en cuenta. Y a los setenta años se casó.

-¿Treinta años después?

-Nos convocó en el hotel Inglés para presentarnos a su futuro marido, un argentino que no tenía dónde caerse muerto. Le hicimos un interrogatorio y al final le dije: «mírame a los ojos. Si haces feliz a mi madre, me tendrás a tu lado, si no...». Era ella la que quería casarse, por una cuestión machista. Es así. A mis hermanas las quiere mucho, pero siempre dice: «lo que diga Nicolás». Menos mal que no se lo tienen en cuenta.

-Hábleme de su vida. Se casó, tuvo hijos. Se separó.

-Llevo treinta y cinco años separado, en unas circunstancias singulares. Y en este sentido puedo decir dos palabras: respeto y cariño por la madre de mis hijos y su familia. Durante todos estos años estuve yendo cada Nochebuena a casa de mis suegros. Su padre, a pesar de que ella se volvió a casar con otro abogado, me hacía sentarme a su lado. «Tú sigues siendo mi hijo», me decía. Mi ex aún viene a todas las celebraciones familiares porque, para el equilibrio mental de mis hijos, ¿no será mejor que se lleven bien con su madre? Todo lo demás sobra. La unión es fundamental y la familia y los amigos es lo más importante que hay en la vida. ¿Quién no se equivoca? A mí me gustaría que me dieran una segunda oportunidad.

Está felizmente retirado en la Dénia que le acogió hace ya cincuenta años. Tino Calvo

-Repitió familia numerosa.

-A veces pienso en mi abuela, con la obsesión que tenía por la descendencia... Mi madre, con 96 años, tiene diecisiete nietos y diecinueve biznietos. «Creced, multiplicaos y poblad la tierra», esa es mi frase (ríe).

-¿Qué le viene a la cabeza cuando ve a sus hijos?

-El mayor orgullo que siento es haber intentado darles la mejor educación. Vivieron conmigo, once años tenía la mayor, tres el pequeño, cuando nos separamos. Estudiaron en el colegio Paidos y después los envié a todos a la Escuela Internacional de Ginebra, al que han ido los hijos de Urdangarín. ¿Sabe lo que es tener cinco hijos en Suiza? Dediqué una de las fincas para pagar el colegio. Luego les di la oportunidad de que eligieran. Dos estudiaron en Londres, en el Bussiness School. El resto, aquí. Ahora dos son abogados y tres economistas, y se llevan de cine entre sí y con sus primos, así que no se ha cumplido nada de aquello que nos auguraban.

-¿Cuál es el mensaje del libro?

-Que a pesar de las circunstancias, puedes sobrevivir a todas las adversidades. No sólo hacerles frente sino incluso aprovecharlas para ser mejor persona.

-¿Por qué ahora?

-Yo siempre he sido muy trabajador, y una de mis pasiones, desde pequeño, la escritura. Recuerdo que en el colegio del Pilar nos pidieron hacer una redacción. La mejor fue la mía y el director, José María Salaverri, al leerla, me acusó de que alguien me la había escrito, que no podía ser yo, que entonces tenía unos doce años. Me castigó a quedarme tres tardes en el colegio a escribir 'he mentido' cien veces. Pensé que era una injusticia, pero por otro lado me alegraba de que considerara que era algo que no podía haber escrito yo. Yo era entonces un niño que no se comunicaba demasiado, así que tenía mucha imaginación y mucho mundo interior que trasladaba al papel.

«Mi exsuegro, años después de separarme, me decía: 'tú sigues siendo mi hijo'»

-Ya entonces apuntaba maneras. Era inteligente.

-Mi hermano en realidad era más listo que yo, pero él fue siempre más tímido. A mí nunca nada me dio miedo ni vergüenza.

-¿Qué va a hacer ahora que ha terminado el libro?

-Puedo escribir más libros, pero es que, además, yo tengo mil actividades, con la fundación, la mesa portuaria, los escultores, viajo mucho, a Francia, a Italia... Además, tengo dos hijos viviendo en Shanghai y Miami y voy de vez en cuando a visitarlos. Juego a tenis, esquío, y eso que me pusieron dos prótesis en las caderas. Tengo la genética de mi madre, que a su edad le salen los análisis mejor que a mis hermanas. Además, ayudo en el ejercicio de la profesión; el despacho lo llevan ahora dos hijos míos y un sobrino.

-¿Le ha dicho alguna vez su madre que está orgullosa de usted?

-Me lo dice todos los días, con la mirada. Vive sola, siempre le ha gustado ser independiente, y tres mujeres se turnan para cuidarla, porque va en silla de ruedas. Yo me siento con ella y me habla de la época en que fue más feliz, la infancia. Creció en una rota humilde, la rota Suay, y me cuenta cómo iban a bailar, a bañarse. Siempre le pido que me cante una canción de aquella época... La he incluido en el libro.

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