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Domingos de polvo y percha
La vida (DES)madre de Elena Meléndez ·
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Hay domingos y domingos. Están esos domingos en los que el cuerpo me pide perreo en el sofá, cruasán, prensa, arroz al horno, siesta y cuatro capítulos de la serie del momento. Y están esos domingos en los que me despierto a las ocho y, camino del desayuno, se me ocurre poner una lavadora pero, cuando entro a la cocina cargando el cesto de la ropa, decido que es el momento ideal para asear la nevera. Justo cuando me encuentro aporreando el cajón de la verdura sobre la papelera para que vomite todas las hojitas y restos, siento la necesidad de quitar de las perchas los vestidos cortos de flores y los shorts para hacer hueco a los pantalones largos, las chaquetas de entretiempo y los sueters.
Este periplo, que se conoce como 'cambio de armario', a mí me presenta siempre desafíos. En general me cuesta desprenderme de las cosas, así que atesoro prendas de la época universitaria segura de que algún día volveré a usarlas. Además, no me aclaro con qué va doblado y qué va colgado. Conozco personas que cuelgan las camisetas y otras que doblan las faldas y los vestidos. Yo no tengo un criterio al respecto, así que empiezo colgando y acabo doblando lo que pillo. Cuando ya he sacado toda la ropa del armario y la he dejado sobre la cama formando una montaña, me parece una buena idea limpiar el armario y los cajones por dentro. Así que le doy a la bayeta y al multiusos dejando en las baldas ese indescifrable aroma mitad alcohol- mitad insecticida, doblando la bayeta para conseguir cuadrantes limpios. Logro montar dos columnas paralelas con camisetas y tops, pero, al girarme para doblar nuevas prendas, la torre norte sucumbe y cae a un lado desmontándose.
Suspiro impaciente por el hecho de tener que volver a empezar, y decido aparcar momentáneamente el tema del armario para barrer el suelo del salón, de color negro, sobre el cual llevo viendo desde el día anterior unas motitas blancas que no me dejan descansar. Aquí se da lo que yo llamo 'la paradoja de la pelusa'. Tú barres a conciencia, dando dos pases, incidiendo en los rodapiés para que salga todo. Entonces pasas el mocho pero, a mitad operación, te das cuenta de que en algunas zonas del suelo queda algo de polvo o alguna pelusilla. Te dices que es imposible porque acabas de pasar la escoba. Dejas el mocho y coges la escoba para repasar esa zona, pero el cepillo suelta un polvillo que se pega a la zona del suelo ya fregado. Ahí me bloqueo porque no sé con cuál de las dos herramientas solucionar el desastre.
En ese momento se me pasa por la cabeza enfrentarme a la mancha que dejó en el sofá un yogur líquido derramado. Si alguien nunca ha usado un limpiatapicerías le sugiero que no lo haga. Es como si tiraras un bote de nata montada sobre los cojines y luego esperaras que se seque para retirar los restos con un cepillo. Una guarrada colosal que nunca mejora las cosas.
No hace mucho descubrí que existen productos específicos para limpiar por dentro la lavadora y el lavavajillas. A este bucle de limpiar lo que limpia lo he bautizado como meta limpieza y lo reservo para cuando necesito ordenar mi vida porque actúa como reseteo. Miro el reloj, es casi la hora de comer, el follón que veo a mi alrededor me abruma.
Tiro mano del bálsamo perfecto para estos casos, una entrega de Haegreendal, una influencer coreana con un canal de Youtube en el que publica videos que ilustran sus quehaceres domésticos con una estética sobria, simétrica y cuidada al límite del detalle. Las piezas no tienen música, tan solo los sonidos reales del aspirador, el trapo deslizándose por una mesa o el hervidor de agua.
Observarla proceder con movimientos de gacela ofrece una experiencia mística y relajante que reordena mis neuronas contagiándome de su delicadeza. No soy la única fascinada por estas escenas de costumbrismo oriental. Existen cientos de foros que ensalzan los efectos terapéuticos de estos vídeos que, para algunos seguidores, ya se han convertido en el porno del nuevo siglo.
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