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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Martes, 26 de febrero 2019, 19:58
Nos sentamos en una mesa larga que perteneció a un notario ilustre. En una pared, una estantería repleta de libros; a un lado, la Senyera, guardada como oro en paño en una vitrina; enfrente, los retratos de quienes ocuparon el puesto que acaba de estrenar quien se acomoda a mi lado: José Luis Manglano. Nació en el cuarenta, así que este año cumplirá 79 años, una edad que no le ha impedido aceptar tamaño empeño: el de ser presidente de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana en unos tiempos que él mismo define como complicados. «Intenté convencer a alguien más joven y que hablara mejor el valenciano». No lo logró. Y ahí sentado mantiene la misma claridad de pensamiento que cuando se convirtió en el primer rector de la Universidad Cardenal Herrera CEU, o mientras fue un profesor universitario de la Escuela de Ingenieros Industriales. Y la misma energía de siempre cuando habla del atropello que sufre el valenciano. «La lengua es del pueblo, no de los invasores, estoy harto de insidias», dice.
-¿Hacemos la entrevista en valenciano o en castellano?
-Como quiera. Incluso en francés o en inglés, puede elegir.
-Yo no podría.
-El bachiller lo hice en francés, pero es que, además, la ascendencia por parte de mi madre es francesa, que mi segundo apellido es en realidad De Mas-Latrie, con antepasados nobles. Mi bisabuelo, ingeniero de caminos, vino a Valencia para construir el ferrocarril Valencia-Madrid por Cuenca. Aquí se casó con mi bisabuela.
-Se quedó.
-El pobre no duró mucho, que mi bisabuela era de armas tomar. El día que cumplió noventa años recuerdo que mi madre se empeñó en ir a felicitarla a Madrid. No crea que queríamos ir, que no era muy simpática, la verdad, pero mi madre se esforzaba. Cuando llegamos se quejaba: «tengo un dolor en esta pierna… menuda vejez se me prepara» (ríe). Era muy inteligente.
-¿Y el inglés?
-Estuve trabajando un tiempo en Estados Unidos, incluso me planteé quedarme. Sin embargo, problemas de salud familiares me trajeron de vuelta, quizás también porque la familia me tira mucho. Influyó además que, aunque la vida profesional y de investigación es muy interesante en Estados Unidos, en el pueblecito donde yo vivía, en Carolina del Norte, el día a día era tremendamente aburrido.
-América profunda, ¿no?
-Imagínese que todavía imperaba la ley seca. La gente conducía sus grandes coches hasta Carolina del Sur, los cargaba con cajas de whisky y se montaban unas tremendas bacanales en sus casas. Esa es la hipocresía norteamericana.
-Ha sido político, ingeniero en Estados Unidos, catedrático de universidad, rector, ahora llega a la RACV. Ha vivido mucho.
-Tengo muchos años.
-También porque no los ha desperdiciado.
-Claro, yo no me quejo. Quejarse no sirve para nada bueno. Te amargas tú y amargas a los que tienes a tu alrededor.
-Hablaba antes de antepasados. Usted los tiene muy ilustres.
-Mi otro bisabuelo por parte de madre fue un prohombre muy poco conocido en Valencia, Luis Ferreres Soler, arquitecto, el mejor urbanista que ha tenido la ciudad en su historia. Guardo muchas cosas suyas. En la familia de mi padre fueron casi todos militares.
-Manglano es un apellido muy importante en la historia de Valencia. ¿Siente orgullo o responsabilidad?
-Las dos cosas, sobre todo por mi padre. Siempre he estado muy orgulloso de él, de cómo afrontó una vida durísima, antes, durante y después de la Guerra Civil, y lo hizo siempre de acuerdo con sus convicciones y en unas situaciones tremendas. Fue el tercer alcalde de Valencia acabada la contienda, y todo lo que vivió le costó la vida. Murió con cincuenta años.
-¿Por qué dice que le costó la vida?
-Fue alférez provisional durante la guerra y estuvo siempre en primera línea. Casi no comía porque no podía, después de todos los horrores, la sangre y los desmanes que vivió durante la batalla; además, fumaba mucho, y estar separado de mi madre y de mi hermana mayor, que pasaron tres años sin saber nada de él, le marcó. Conservo su diario de guerra. Siempre me ha interesado mucho la historia, no sólo la familiar.
-Pero en realidad su profesión, ingeniero industrial, no tiene mucho que ver con esa pasión.
-No, pero eso no tiene nada que ver, que también me gusta jugar al bridge y no soy jugador profesional (ríe). Además, me encanta el deporte; tres días a la semana juego a tenis.
-¿No ha podido estar parado?
-No, ni puedo, y si Dios me mantiene con esta vitalidad seguiré así. Desde pequeñito siempre me han dicho que no paraba, que era muy revoltoso.
-¿Por qué no quiso ser militar?
-No quise porque era una época muy especial. He tenido muy viva la Guerra Civil, aunque naciera después de acabarse. Por eso quizás, cuando se restauró la democracia, me afilié a UCD y luché por darnos un abrazo con quienes fueron enemigos, olvidarnos y hacer algo nuevo donde todos pudiéramos vivir en paz. Para mí fue algo fundamental. Recuerdo que un año me encontré en una falla a Santiago Carrillo. Nos dimos un abrazo. Es una pena que ese espíritu de concordia no se haya mantenido. En democracia es fundamental guardar las formas.
-¿Qué son para usted las formas?
-Cumplir las reglas y respetar al contrario, que no sea un enemigo sino un adversario. No se puede insultar. Sin educación difícilmente hay democracia.
-¿Por qué usted se implicó precisamente en la educación?
-Siendo alumno ya fui ayudante de un profesor. Después estuve en muchos sitios, porque siempre he sido una persona insatisfecha e inconformista, que si algo no me llenaba me iba. Cuando se crea el Instituto Politécnico, en el año 68, me llaman para dar clases.
-Aunque ha estado mucho tiempo en la universidad ha formado parte de muchas instituciones. ¿No ha sabido decir que no?
-Es un defecto que tengo (ríe). A mí ya me dijeron hace muchos años que llevara la carretilla boca abajo, porque si la llevas boca arriba te la llenan de ladrillos. Para mí, los años de la universidad fueron los mejores, con todos los problemas, pegas, zancadillas, puñaladas… No me han dado ninguna medalla ni quiero que me la den, porque conservo el mayor reconocimiento, el de muchísimos alumnos.
-Llega un momento en que tiene que dejar la universidad porque ha cumplido la mayoría legal establecida.
-Jubilación forzosa.
-¿Por usted no la hubiera dejado?
-Claro que no. No tiene sentido que te jubilen el día que cumples setenta años, da igual que estés bien o mal. Tienes las mismas obligaciones que con veinticinco y, al día siguiente, cero.
-¿Cómo fue en su caso esa transición?
-La verdad, no fue muy traumática porque desde entonces me siguen llamando alumnos y profesores para dar alguna charla, y a mí me hacen un favor, me lo paso muy bien. En octubre se cumplieron los cincuenta años de la universidad y me invitaron a diferentes actos. Me preguntaron si ya no daba clases, y yo les dije que sí, a mis nietos. De matemáticas, de física, de química. Y ellos siempre dicen: «es que el abuelo lo sabe todo» (ríe). No es verdad, pero para ellos es así.
-¿Cuántos tiene?
-Cinco, la mayor ha cumplido diecisiete y la menor nueve, que como ve que sus dos hermanos vienen a preguntarme me llama a la puerta y me dice: «abuelo, es que tengo mates, que mi padre me dice que me enseña a hacer los problemas, y yo le contesto que como el abuelo no». Siempre le repito: «tienes que repasarse las tablas de multiplicar, que no te las sabes bien» (ríe).
-¿Ejerce de abuelo?
-Totalmente, y además encantado. Es lo mejor de la vida, mis nietos.
-¿Más que sus hijos?
-(Piensa) Sí.
-No me diga. ¿Por qué?
-He tenido que educar a mis hijos y no es mi obligación hacerlo con mis nietos. He disfrutado de poco tiempo para mis hijos, y tengo mucho para dedicarle a mis nietos.
-Y ahora usted dice que sí a la Real Acadèmia de Cultura Valenciana.
-Había una deriva del decano, con contactos con la AVL, y no estábamos de acuerdo en absoluto. Se lo hice saber, que yo tengo muchos defectos pero soy leal, que no fiel.
-¿Y toma el cargo con la misma ilusión que cuando se convirtió, por ejemplo, en rector?
-Ni por mis años, ni por mi propia satisfacción intelectual, hubiera encabezado 'motu proprio' una candidatura, que en las reuniones que hemos tenido he intentado que fuera otra persona, pero no he podido eludir la cuestión. Tenía una vida muy tranquila, agradable y sosegada y sé que ahora no va a seguir siendo así.
-Le han insultado.
-No me importa en absoluto, pero me gustaría que lo dijeran delante de mí, y con argumentos en la mano.
-¿Qué papel ha jugado su mujer en la vida que ha tenido?
-Mi mujer ha jugado un papel fundamental. Y, además, aprovecho que me haga esta pregunta porque soy contrario a la reflexión que siempre se hace de que tras un gran hombre hay una gran mujer. Pues no señor. Al lado, no detrás.
-¿Por qué?
-En primer lugar por la relación de afecto, de comprensión, de ayuda, de descanso. Y, en segundo lugar, porque en mi caso es una persona inteligente, tiene una gran simpatía y don de gentes, que me ha compensado a mí también que he sido poco 'societero'.
-¿No le ha gustado?
-Ahora lo soy más, pero siempre he pensado que era una pérdida de tiempo porque había mucho falso por ahí.
-¿Cuántos hijos ha tenido?
-Cuatro, aunque dos murieron nada más nacer.
-Qué terrible.
-Los primeros, además. Es un golpe muy duro que, o destroza el matrimonio, o lo une para siempre.
-En su caso les unió.
-Totalmente, es muy fácil compartir las alegrías, pero es menos fácil con las penas y, sobre todo, cuando son tan profundas.
-¿Le han seguido los pasos?
-Ninguno ha decidido ser ingeniero pero la realidad es que son muy inteligentes, trabajadores y cada uno en su profesión ha hecho carrera.
-¿Qué ve en ellos que cree que les ha podido enseñar?
-Yo creo que la mayor enseñanza es el ejemplo; menos palabrerías y más hechos. Les he inculcado la rectitud de conducta, vivir de acuerdo con lo que se piensa y hacer lo que se dice. Además, el respeto a los demás, no creerse en posesión de la verdad. Y el trabajo, que lo que de verdad vale es lo que se adquiere con el esfuerzo y el sacrificio.
-¿Cuánto tiempo ha dedicado usted a los libros?
-Todo, y además de todo tipo, porque desde que supe leer, y aprendí muy pronto, he leído muchísimo, todo lo que caía en mis manos. Eso sí, con cierto criterio de selección: Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset... el teatro y el ballet también me fascinan, pero de calidad. Hay que tender a la excelencia.
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