Carolina Sánchez Margareto, en el coworking donde trabaja, un lugar que cree que va más con su forma de ser. damián torres

Carolina Sánchez Margareto: «A veces siento culpa por ser feliz en el trabajo»

La abogada tenía claro que una carrera profesional no está reñida con ser madre, uno de sus sueños, pero admite que no es sencillo. «He llegado a estar trabajando en el ordenador, dando pecho y moviendo con un pie la hamaca», relata, recordando sus inicios como madre y autónoma

maría josé carchano

Domingo, 23 de mayo 2021, 19:31

Las mujeres que han tenido éxito profesional ya no llevan tacones altos, traje chaqueta y actitud de ganadoras. Aunque sean abogadas. Quizás todavía sea Carolina Sánchez Margareto una rara avis en el mundo jurídico empresarial, con su vestido de lino y sus zuecos de esparto, ... sin tacones a pesar de su menuda estatura, trabajando entre creativos de treinta años en un coworking donde en sus ratos libres juegan al ping pong, celebran cumpleaños y se escucha francés o japonés pero, sobre todo, inglés. Es la única letrada entre diseñadores y programadores, pero es que ella tenía claro que venía a este mundo a cambiar algunas cosas. Puede que le haya costado más, que el camino haya sido algo más intrincado y largo, pero con los años se ha convertido en una de las abogadas especializadas en propiedad industrial más importantes del país sin estar al abrigo de un bufete de renombre. Y ha legado a ganarle un pleito a Chanel, a ser recibida en la Casa Real y a defender que con humanidad se puede llegar al éxito profesional y, sobre todo, personal.

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-¿Por qué eligió la abogacía?

-Me sentí muy atraída por el Derecho desde siempre, me gustaban mucho las series de abogados de la tele y yo quería resolver los problemas de los demás. Empecé así. Pensé que era una herramienta muy útil para ayudar. Y recuerdo que cuando era pequeña y me preguntaban qué quería ser de mayor, yo decía: «Jueza».

«Cuando llegaba a Valencia me maravillaba de lo bien que huele la ciudad»

-Y cursó Derecho.

-La carrera no me resultó fácil; soy una persona a la que le cuestan las cosas y me las tengo que trabajar, nada me ha caído del cielo y tampoco tengo una habilidad especial para algo. Lo de jueza se quedó en un sueño de infancia y lo que yo quería es ejercer, y en un máster de asesoría jurídica de empresas vimos una clase de propiedad industrial, patentes y marcas. Y pensé: «Esto es lo mío». Fue un antes y un después, el kilómetro cero de mi carrera profesional. Intenté en Valencia entrar en un despacho pero fue imposible, así que me fui a Madrid; mi madre es de allí y tenía familia. No fue fácil, empecé de dependienta en una tienda de ropa porque no encontraba trabajo. Luego me tuve que arremangar, era la abogada responsable de marcas del despacho. Y teníamos en todos los países del mundo.

-Qué bien, ¿no? Era lo que quería.

-Es que yo soy muy echada para adelante y verme en la oportunidad de hacer lo que a mí me gustaba, que me daban la oportunidad, era genial. Confiaban mucho en mí. Fueron dos años maravillosos, pero hubo muchas sonrisas y lágrimas, todo hay que decirlo. Es que en mi caso todo ha requerido esfuerzo. Ahí es cuando empecé a pensar en cambiar cosas, para mejorar, pero en los despachos tradicionales eso no gusta. Yo había creado 'lady trademark' en redes sociales, donde compartía noticias de propiedad industrial, difundía la importancia de las patentes y marcas con un punto de vista espontáneo, gracioso, directo.

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Damián Torres

-El humor y la abogacía no pegaban.

-A mis jefes aquello no les parecía bien, llegaron a contactarme clientes en plan consultorio sentimental. Pero en la vida hay que buscar el sitio donde te sientas a gusto y hagas sentir a gusto a los demás, y como tengo claro que a todo el mundo no le voy a caer bien me fui con la música a otra parte. Trabajé unos años en el departamento jurídico de la marca Tous y me siento muy afortunada de haber aprendido de una marca española tan reconocida. Hay firmas que le dan mucha importancia y son conscientes del valor que tiene el trabajo. Después pensé en que quería intentarlo por mi cuenta, acercar la propiedad industrial a quien la ve inviable.

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-No es fácil empezar por cuenta propia.

-¿Cuánto tiempo tiempo ha pasado de aquello?

-Mateo tiene cinco años y empecé justo el año anterior. Yo digo que tengo tres hijos, porque al año siguiente me volví a ir embarazadísima y seguí con mi trabajo, sin baja por maternidad, en casa, apañándome como podía, porque todas las mujeres tenemos derecho a trabajar y a tener familia.

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«Mi marido tiene un punto más reflexivo, yo soy a veces demasiado espontánea»

-¿Cómo lo ha hecho?

-Es verdad que tengo ayuda, pero yo estaba trabajando en el ordenador, dando el pecho y, a la vez, moviendo con el pie la hamaca. Intentaba hacer todo lo posible por las mañanas y por las tardes ejercía de madre. No ha sido fácil, pero tener ganas ayuda mucho. Y eso que al principio yo notaba esas miradas y comentarios de qué está haciendo esta mujer. Hasta que nos cambiamos de ciudad.

-¿Se cansaron de Madrid?

-A mi marido le había surgido una oportunidad laboral, y yo plegaba el ordenador y le decía: «¿Adónde nos vamos?». Nunca he estado cerrada a ningún cambio, aunque me dio un poco de miedo al principio porque dejé Valencia por falta de trabajo, en la crisis de 2008. Pero la situación ahora es muy diferente, la ciudad ha cambiado muchísimo y me ha abierto sus brazos. Es cierto que mis contactos, mis amigas, empezaron a recomendarme, y aquí todavía funciona bastante el boca a boca. Llevo ya tres navidades aquí; fue un cambio arriesgado pero con el tiempo me doy cuenta de que fue para mejor.

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-¿Por qué?

-A mí me encanta Valencia, e incluso cuando vivía en Madrid venía mucho. Llegaba aquí y siempre me maravillaba de lo bien que huele la ciudad. Yo echaba de menos la humedad, el aire y el verde, el azul del cielo de Valencia, que es más azul, y eso se contagia. Mis hijos tenían pieles atópicas y todo se acabó cuando llegamos. Están hechos unos toros. Es cierto que echo mucho de menos Madrid, tengo unas ganas locas de que me dejen ir, pero para vivir ya no. Porque el trabajo no es todo.

«Mi tía abuela, Elisa Soriano, fue la primera soldado del Ejército y perteneció al grupo de Clara Campoamor»

-Estar aquí, en un coworking, siendo abogada, es toda una declaración de intenciones.

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-Yo quería un sitio agradable y generar un entorno agradable, con ilusión, ganas y buen rollo. Busco buenas personas que les guste su trabajo. Quiero que le pongan pasión y que sientan lo mismo que yo. Compaginar la vida laboral con la profesional no es fácil, y a veces me siento culpable, porque cuando estás emocionada porque tienes una reunión con un cliente y que vas a hacer muchas cosas con él, te cruzas con madres que están tan contentas con sus hijos y su carrito, llevándolos al colegio.

-Qué difícil, esa culpa que nos persigue.

-Intento mantener el equilibrio. Cuando salgo de aquí, a las cinco o las seis de la tarde, vuelvo a ser mamá, les baño, y les cuento cuentos, y veo La Patrulla Canina, como todas las madres, y pongo música y cambiamos mucho el chip, aunque reconozco que a veces es complicado. Sí tengo claro que nunca me llevo trabajo los fines de semana. Lo hacía. Ya no. En casa no tengo ni ordenador, aunque está el móvil… Y es mi marido el que me dice, cuando me ve: «El lunes».

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Damián TOrres

-¿Él la entiende?

-Mi marido me dice que me quiere ver feliz y me apoya. No es fácil, pero nos hemos complementado mucho, porque tiene un punto más reflexivo y ha ganado en espontaneidad, que quizás sea una característica más mía, y yo me he contagiado de la reflexión, de ser un poco más paciente. Somos un equipo. Pero también le han educado de una forma en la que la paridad siempre ha estado presente.

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-La educación es tan importante... ¿Cómo fue la suya?

-Mi padre falleció hace casi cuatro años y siempre que hablo de esto me da mucha pena. Él me apoyó, me alentó siempre. Me acuerdo que yo le decía: «Me encantaría llegar a tener trescientas marcas». Ahora tengo más de mil. Yo sola. Era profesor de universidad, muy creativo, quería mejorar las cosas. Es verdad que hay que buscar un límite, que tampoco es tan bueno enfocar toda tu vida al trabajo. Tengo claro que no me van a recordar por la abogada, sino porque buena amiga, buena persona, y creo que al final es lo que no hay que perder de vista. Mi madre ha fomentado el valor de la familia, mi padre la vida laboral, el estudio y la superación, y yo intento quedarme con lo mejor de cada uno y hacer mi cóctel.

-¿De su padre le viene el espíritu emprendedor?

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-Y de mi familia materna, que está llena de mujeres modernas y bastante peculiares. Mi tía abuela fue la primera mujer soldado del Ejército, Elisa Soriano, que pertenecía al grupo de Clara Campoamor, y en Madrid tiene hasta su nombre en una calle. Es un orgullo pensar que no tengo que buscar referentes fuera de mi familia. Siempre he sido muy emprendedora, me encanta que cada día sea una sorpresa.

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