Apenas unos meses después de que saliéramos del confinamiento que nos pilló a todos con el paso cambiado, el arquitecto Vicente Guallart fue noticia en todos los medios de comunicación: había diseñado las viviendas post-Covid y las iba a materializar en una ciudad de ... China, cerca de Beijing. Edificios construidos con madera industrializada, con viviendas autosuficientes, varios bloques que generan su propia comida, energía y objetos de uso cotidiano, incluidas mascarillas protectoras. Con zonas comunes para la socialización de los vecinos, lugares donde teletrabajar... ¿Cómo pudo tener tan rápido un proyecto del futuro que viene? La explicación es que Vicente Guallart lleva varios años de ventaja y él mismo reconoce que a veces ha sido tan pionero que no le han entendido. El arquitecto que ideó Sociópolis, con sus torres y huertos urbanos, ha hecho del urbanismo sostenible su razón de ser, que aplica sobre todo en China, con megaproyectos de varios millones de metros cuadrados. Mientras, le queda una espina clavada: acabar Sociópolis.
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-Ha vivido muchos años en Barcelona. ¿Qué le motivó a irse de Valencia?
-Hace más de treinta años decidí ir a trabajar a Barcelona; coincidió en la preparación de los Juegos Olímpicos y en aquel momento era una ciudad mucho más internacional y más abierta. Allí es donde he desarrollado gran parte de mi carrera.
-¿Siente que es de los dos lugares?
-Yo soy valenciano y ciudadano de Barcelona, y por un lado sigo emocionándome con la cultura valenciana, con la huerta, la belleza del mar, pero también me siento de Barcelona en muchos aspectos, muy identificado con el urbanismo y las tradiciones más industriales.
-¿Recuerda el momento en el que decidió que quería ser arquitecto?
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-Es que siempre he querido ser arquitecto. Cuando era pequeño viajaba con mis padres por toda Europa, visitando catedrales, conociendo diversas culturas y entendiendo la historia a través de la arquitectura. Así que ha sido algo que he tenido claro desde pequeño.
-¿Hasta qué punto un niño juega a ser mayor?
-Cuando era pequeño construía casas en los árboles, en La Pobla de Vallbona, donde mi madre vive y teníamos una casa. Allí pasé los veranos de mi juventud. Además, de joven estuve trabajando un tiempo de aprendiz de albañil porque quería tener la experiencia de haber trabajado desde abajo.
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-No muchos arquitectos pueden decir que han trabajo de albañiles.
-Siempre me gustó la experiencia de las obras, del contacto físico con la materia, y por lo tanto esta idea de poder trabajar con las manos y tener experiencia es importante para que te guste construir.
-Dicen los neurocientíficos que hacer cosas con las manos desarrolla el cerebro.
-Y le voy a contar algo que creo que me inspiró de pequeño. Descubrí hace poco que en el lugar donde yo estudié de pequeño, las Escuelas Pías, en la calle Carniceros, fue el mismo colegio donde estudió Guastavino, aquel arquitecto valenciano que se fue a Nueva York y triunfó con sus bóvedas cerámicas. El haber estudiado en un lugar así me ha servido como referencia.
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-Pero su padre no era arquitecto.
-No, él trabajaba como jefe de publicidad en la Caja de Ahorros de Valencia, y siempre tuvo mucho interés en la cultura, el arte, la música. Pertenecía al orfeón de la Caja y yo también estuve en los Pequeños Cantores de Valencia, algo que recuerdo como una experiencia única.
-¿Cuándo se dio cuenta de que usted no quería hacer la arquitectura que hacían los demás?
-Los primeros años de mi carrera tuve mucho interés por el mundo digital y fuimos pioneros en muchos aspectos. Pero a continuación nos dimos cuenta de que el mundo digital por sí mismo no tenía sentido si no ayudaba a hacer la vida mejor a las personas, así que había que pensar en pensar ciudades más ecológicas. Desde el año 2006 empezamos a trabajar sobre los edificios autosuficientes. En 2011 ya llegamos al mantra de que teníamos que hacer ciudades de cero emisiones y diez años más tarde ya se habla en la Unión Europea que para 2050 las ciudades tienen que ser de cero emisiones.
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-¿Tiene la sensación de haber llegado antes de tiempo?
- Sí, pero yo estoy muy contento de trabajar siempre en el límite de la innovación. Supongo que el planteamiento comercial es una opción pero a mí no me interesa, quiero estar en posiciones más avanzadas, y quizás me ha permitido tener una proyección más internacional y poder trabajar en China, Rusia y otros países.
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-Ahora no podemos viajar....
-Antes de la pandemia, pasaba 180 días al año fuera de España, viajando por trabajo. El otro día me levanté a las cuatro y media de la mañana para una conferencia online con China. No me hizo falta coger un avión, pasar varios días en el destino por el mismo motivo. Podemos tener una vida global urbana sin vivir en una gran ciudad.
-Usted mismo ya no vive en una capital.
-Ahora vivo en el Maestrat. Aquí hice el paseo marítimo de Vinaroz, hace años nos compramos una vivienda y cuando tuvimos que disolver nuestro despacho y trabajar de forma remota nos vinimos. Probablemente me quede a vivir aquí, entre Barcelona y Valencia. También a mi familia le gusta mucho Valencia y el Maestrat es un lugar maravilloso, me encanta la idea de residir en territorios en riesgo de despoblación, porque podemos tener una vida urbana y sin embargo no es necesario vivir permanentemente en la ciudad. Hay poblaciones medianas que pueden ser tan dinámicas como las grandes.
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-¿Qué le diría a alguien que empieza, que le pregunta qué hay que hacer para convertirse en un buen arquitecto?
-Le diría que hay que trabajar muy duro, muchas horas, que hay que leer libros y viajar mucho porque siempre hay que seguir aprendiendo. Además, ser curiosos con otras disciplinas, porque para diseñar el futuro de las ciudades tenemos que aprender de ecología, de ingeniería, de sociología, de arte… Y esta curiosidad por nuestro entorno fortalece el trabajo que desarrollamos los arquitectos.
-¿Cree entonces que la curiosidad que va más allá de la profesión?
-Es fundamental porque de otra forma nos estaríamos repitiendo siempre. Yo además he escrito libros, que me han ayudado a posicionarme y a aprender de otros. Si tengo treinta años por delante de profesión, hemos estado hablado mucho tiempo del futuro, pero ahora es el momento del presente, porque esta crisis ha acelerado la llegada de ese futuro que parecía todavía un poco lejano.
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-¿Todavía se ilusiona con los proyectos que se le presentan delante?
-Absolutamente. Estoy convencido de que el mejor proyecto será el próximo, porque cada vez encuentro gente más inteligente que quiere poner en práctica ideas más interesantes. Durante muchos años el promotor tradicional quería construir barato, vender caro e irse corriendo al siguiente proyecto. Ahora, cada vez más los promotores quieren quedarse y encuentro gente comprometida con principios ecológicos y sociales.
-¿Cree que la sociedad del futuro es obligatoriamente ecológica?
-Por supuesto. Me gusta la idea de volver a la naturaleza, de tener una nueva relación con ella, y trabajamos con la idea de biociudades y bioeconomía circular. Las ciudades inteligentes no han demostrado mucha inteligencia, así que las bioconstrucciones en Valencia tiene que redefinir la relación con la huerta y con toda la cultura de los paisajes naturales.
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-¿Su familia le entiende?
-Mi pareja es artista, y mi hijo es músico y cineasta; el arte forma parte de mi vida. Hemos intentado conocer el mundo para entender las diferencias, ser tolerantes y pensar en un futuro mejor. Uno de mis próximos proyectos es un colegio en África y me interesa mucho ese despertar de un continente que ha sido tan castigado.
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-Sociópolis, uno de sus proyectos más emblemáticos, se paralizó. ¿En algún momento ha querido tirar la toalla?
-Soy conocido porque me interesa el futuro, pero en realidad me interesa la historia, de las ciudades, de los países, de la arquitectura. Porque si conoces la historia ves que siempre hay momentos de decadencia y otros de progreso, y ahora vamos a entrar en un momento muy excitante. Y estoy contento de haber ayudado a pensar en ciudades más humanas, a este cambio de paradigma.
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