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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Valencia
Domingo, 24 de marzo 2019
Una estancia decorada de forma exquisita, la mesa llena de picoteo y unos camareros pendientes a cada segundo. Es un mediodía del mes de marzo, y mientras hablo con Laura Segura se ven allí abajo los preparativos de la mascletà. Nos ha citado en un cuarto piso junto a Correos, un edificio donde para traspasar el umbral hay que estar en una codiciada lista. Qué mejor lugar para entrevistar a aquella chica morena de ojos grandes y expresivos que dejó huella durante su reinado como Fallera Mayor de Valencia, en 1994. En estos despachos trabaja actualmente Laura Segura en la empresa familiar, aquella que heredaron cuatro hermanos de un padre fallecido demasiado pronto.
-Han pasado veinticinco años. Supongo que ya no es la misma aquella Laura que ésta que tengo enfrente. ¿Le ha removido este aniversario?
-He cambiado, claro, pero yo creo que a mejor. Entonces era una niña de apenas veintidós años. La sociedad de entonces era diferente, y yo también, aunque sigo siendo igual de feliz, eso sí, valorando otras cosas; tengo un marido y dos hijos maravillosos, ¿qué más le puedo pedir a la vida?
-¿Cómo lleva bien el paso del tiempo?
-Me doy cuenta de que me he hecho mayor, pero lo llevo muy bien, quizás haga más falta chapa y pintura, que si antes eran quince minutos ahora son cuarenta y cinco.
-Ser fallera mayor no depende de usted, por el azar, pero sí puede cambiarle la vida.
-Es una lotería, claro, porque yo he sido jurado dos veces y a nosotros nos gustaban trece señoritas y otro jurado, probablemente, hubiera preferido otras trece.
-¿Cree que, además de haber sido elegida, ha tenido suerte en la vida?
-La verdad es que no me puedo quejar, tuve mucha suerte en el año 94, pero también después. En el trabajo, en la salud, en el amor, y también con los hijos, que ahora están en una época difícil, la adolescencia, con quince y diecisiete años, pero son buenos chicos.
-¿Le han preguntado alguna vez sus hijos por aquella época?
-Nunca me han preguntado. Además, al mayor no le gustan nada las fallas.
-¿Lo vive como una decepción?
-Me da un poco de rabia, es verdad que me hubiera gustado tener una niña para que pudiera ser fallera mayor infantil, en ese aspecto no he tenido suerte; ahora, eso sí, los dos han sido presidentes, un poco forzados.
-¿De qué forma vive actualmente esos días?
-Estoy totalmente vinculada a mi comisión, sigo perteneciendo a Convento, ahora mi hermano es el presidente de la falla, mi marido vicepresidente, así que imagínese.
-¿De qué forma se involucra?
-Participando en lo que puedo, tenga en cuenta que como madre no dispongo de todo el tiempo para mí, eso sí, estos días de marzo a tope, lo que haga falta, voy a todos los actos.
-¿No se imaginaría estar fuera de Valencia en fallas?
-No. No podría. El día que no esté en Valencia en fallas es porque algo muy grave me ha ocurrido.
-Si volvemos a aquella época en que usted fue fallera mayor, sé que su padre se implicó muchísimo en su reinado.
-Si yo estaba encantada, mi padre fue la persona más feliz del mundo aquel año, se sentía eufórico. Hasta mis hermanos me lo dicen, que empresarialmente pudo llegar a lo más alto, pero tener una hija fallera mayor de Valencia fue lo más para él. Antes que un premio a la empresa, a la innovación, o a la calidad. Y lo compartió mucho conmigo, junto a mi madre me acompañaba a todos los sitios que podía. En casa se vivió un montón, también mis hermanos.
-El hecho de que su padre falleciera relativamente temprano, a veces divide, a veces une más. ¿Qué sucedió en su caso?
-Unidos ya estábamos, pero le digo que nos sentimos quizás incluso más cerca porque fue un shock. Aunque estuviera enfermo y supiéramos que no iba a tener una vida larga fue un drama familiar, el cabeza de familia se había ido y para todos fue duro.
-Dicen que tenía carácter, que era una persona con muchas convicciones.
-Él tenía carácter, pero también vivió la época dura de la posguerra, donde la gente lo pasó mal, que de la nada creó un imperio. Era un niño huérfano de padre, muy jovencito tuvieron que internarlo en un hospicio, porque su madre no podía mantenerlo, y no tenía nada.
-¿Qué recuerdos tiene de él?
-Él siempre estaba trabajando, daba igual que fuera fiesta, el día de Nochebuena o domingo. Se esforzó muchísimo, y creó una empresa de la que estamos orgullosos. Aparte de su trabajo y la pasión por las fallas, yo creo que me quedo también con el respeto y con el cariño hacia las personas, era un hombre muy pasional y muy cariñoso.
-¿Qué consejos les daba?
-Lo más importante para él era mantener la unión familiar, que siguiéramos trabajando y luchando por lo que queríamos.
-¿Qué no pudo ver y le hubiera gustado?
-Para empezar, el nacimiento de sus nietos más pequeños, de Francisco, el hijo de mi hermano, que tiene cuatro añitos, y lleva su nombre. Pero bueno, la vida es así. Nuestra expansión por Europa también, porque apenas vio un atisbo de lo que ha sido posteriormente.
-¿Tenía claro que lo que quería era unirse a la empresa familiar?
-Sí, estudié Económicas; es cierto que empecé en Bankia haciendo prácticas, por aquello de ver otros mundos, pero ya por el año 98 empecé a trabajar con mi padre.
-¿Qué cree que es importante para trabajar todos juntos y no discutir, cuando ya son cuatro?
-Quererse un montón. Nos llevamos todos muy bien, por temas empresariales no discutimos para nada, porque tenemos claro que vamos todos hacia un mismo fin, que es que la empresa vaya bien y satisfacer a nuestros clientes. Además, a nivel familiar muchos domingos comemos todos juntos.
-¿Qué le ha dado la empresa?
-Sentirme útil, completa. Que estoy involucrada en el mundo laboral. He tenido la suerte, además, que cuando vivía mi padre me dijo: «tú no te preocupes, jornada intensiva, por las tardes no hace falta que vengas». El resto del tiempo lo dedico a mi familia y lo han agradecido tanto ellos como yo.
-¿Qué valores les ha intentado inculcar a sus hijos?
-Que no se conformen aunque el abuelo hizo que tuvieran una vida privilegiada, con diez nietos no confíen en la empresa, hay que buscarse la vida. Y les digo que en lo que hagan tienen que ser los mejores.
-¿Qué tipo de madre es?
-Soy una madre sobreprotectora, no me doy cuenta de que ya no son bebés, que no llevan chupete, que me sacan la cabeza, y me está costando aceptarlo.
-¿Qué dice su marido?
-Que van a volar. Y me repite: «tú mírame la carita, que luego solo me vas a ver a mí, que estos se largarán».
-¿Aficiones?
-Las fallas y el gimnasio, porque los años van pasando, el cine y salir con los amigos, a cenar por ahí, a reírse. También el Valencia, que soy una apasionada del club. En unos Reyes mi padre me preguntaba si quería una muñeca, yo le dije que lo que quería era el pase del Valencia.
-¿Con quién lo comparte?
-Sobre todo con mi hijo el mayor, que ahora me ha pedido ir a Sevilla a ver la final.
-Y si le preguntara a su marido cómo es, ¿qué me diría?
-Que tengo mal genio. Bueno, diría que soy muy trabajadora, buena persona, pero que tengo carácter. Y si le pregunta a mis hijos, que soy una pesada.
-Por cierto, ¿cómo lo conoció?
-Lo conocí una noche en que íbamos tres chicas y un amigo suyo le dijo: «mira, esa chica fue fallera mayor de Valencia». Y mi marido, que no entendía mucho de fallas, contestó: «yo no sé de fallas, pero a mí me gusta la morena». Y era yo. Nos presentaron, nos intercambiamos teléfonos y empezamos a quedar. Así que, aunque fuera indirectamente, fue a través de haber sido fallera mayor como lo conocí. No sabía nada de Fallas hasta ese momento, pero después de veinte años juntos se integrado completamente.
-¿Lo ha hecho fallero?
-Sí, y yo tenía miedo, porque gente que trae a sus parejas a la falla hay veces que no les atrae. Y pensé: «si no le gustan, ¿qué hago? ¿nos enfadamos?». Para mí no había otra opción, o se apunta o se apunta. Y bueno, la verdad es que ahora es incluso más fallero que yo porque es una persona muy abierta y se hace mucho con la gente.
Al acabar la entrevista, Laura Segura se va a su despacho acristalado a seguir trabajando, mientras a la puerta no para de llamar gente, la mayoría clientes y amigos invitados, y cuyos nombres aparecen en los papeles de la mujer de la entrada. Llega su hermano Francisco, el mayor de los Segura, presidente de la falla Convento Jerusalén. Al cabo de un rato su marido, David González, abogado. «¿Ha sido difícil integrarse en la familia?». Contesta, divertido: «que quede claro que yo soy González, que también soy empresario». Dice Laura que son un poco clan. Francisco lo ratifica: «somos una familia unida en los 360 grados». David ríe, se nota complicidad. Ahora sí trabajan juntos, aunque sea en la fiesta, uno presidente, otro vicepresidente de la falla Convento Jerusalén.
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