![Aguado, en su despacho de la Asociación Valenciana de Agricultores, de la que es presidente desde hace más de veinte años.](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201902/04/media/cortadas/LF2RF5W1-kKQB-U70523785617sR-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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María José carchano
Valencia
Lunes, 11 de marzo 2019
Cristóbal Aguado se sabe los datos -los problemas- del campo valenciano de memoria: las hectáreas abandonadas (163.000), la media de edad de los agricultores (63) y quién tiene que solucionarlo (Bruselas). Recita con pasión el discurso aprendido después de tantos años y no es fácil que hable de sí mismo sentado ahí, en su despacho, donde tantas veces repite, casi como un mantra, que la agricultura se muere. Cuesta sacarlo de su zona de confort, sí, pero cuando lo hace habla de la viudedad, de los hijos que se van, de la nostalgia de tiempos pasados; este ingeniero agrónomo sabe bien el significado de las palabras perseverancia y sacrificio.
-¿Tenía claro que la lucha no estaba en el campo, sino en los despachos?
-Yo sigo pegado a la tierra; los fines de semana y los días que puedo estoy en mis campos, porque al fin y al cabo soy agricultor. Pero es cierto que hay que hablar en las mesas de negociación, ir a Madrid, a Bruselas, he intervenido en el Parlamento Europeo… Tengo sentido de la responsabilidad, amor propio y sé lo que está pasando, porque lo que le sucede a un agricultor también me pasa a mí. Si la naranja no vale, lo pagamos todos, igual que si se trata del caqui, el arroz o la leche, que vamos en el mismo vehículo.
-Usted es de Picassent, un municipio que todavía mantiene áreas importantes de cultivo. ¿Qué recuerdos tiene de su niñez?
-Picassent está al límite de l'Horta Sud, y cuando yo era muy joven allí había mucho secano. Fui testigo de la transformación de los campos de olivos, viñas y garroferas en tierra de regadío, de naranjos, un cultivo que entonces estaba muy bien pagado. En mi casa todos peleamos por conseguirlo: se excavaron pozos, se iba plantando y creciendo. Fue muy emotivo participar en la creación de una agricultura nueva, que nos metía en el progreso.
-¿Vio mucho sacrificio?
-Desde luego, costó mucho y hubo que administrarse muy bien para devolver los préstamos, que en aquel momento los intereses eran muy altos. Por eso, yo, desde bien joven, quise saber más, y venían ingenieros a enseñarnos cómo combatir las plagas, cómo organizarnos, a darnos una profesionalidad en el campo.
-¿Tenía claro que quería ser agricultor?
-Sí, a mí el campo me gustaba, entonces se veía una perspectiva de libertad, de vínculo con el mundo primario, y eso que en mi casa también teníamos otros negocios, como un almacén de abonos. La agricultura me atrajo desde el primer momento, y por ello aposté por ella. Y sigo haciéndolo. Yo siempre he pensado que la agricultura es una profesión muy digna. Además, si estoy aquí es porque son mis principios, irrenunciables, porque a mí lo de encerrarme en casa y que otros solucionen mis problemas no me va. Siempre me ha gustado participar.
-¿Cuándo se dio cuenta de que usted quería involucrarse en el asociacionismo agrario?
-Fracasé en el objetivo de organizar el sector en tiempos de Franco porque no nos lo permitían, aunque lo intenté, que iba por pueblos para reunirme con la gente joven. Me mandaron al Frente de Juventudes pero no era eso lo que yo quería. Cuando llegó la democracia me moví enseguida. Y cuando un día me presenté en una de las reuniones y dije: «aquí estoy para ayudar», salí de secretario general. No fui a buscarlo, pero tenía el corazón abierto porque necesitaba aportar.
-¿Ha tenido alma de líder?
-No, lo que tengo es muchas ganas de trabajar.
-A lo mejor es ese el secreto.
-Además, hay que tener buena voluntad y alzar la voz. Porque hay muchas injusticias.
-¿Todavía sigue enfrentándose a las injusticias como el primer día?
-Yo es que no sé estar callado. Si hay alguna reivindicación, y llevo treinta años haciéndola, seguiré hasta que lo logre.
-¿Ha estado muchas noches sin dormir por ello?
-Sí, sobre todo cuando hay problemas graves, como este año, que está siendo muy duro. Le pongo un ejemplo. Un domingo por la mañana fui al campo de un amigo y me fui de allí casi llorando, porque era un huerto de categoría, bien cuidado, en el que el dueño había decidido derribar todas las clementinas para que, a pesar de no sacar un euro, el año que viene vuelvan a dar flor y continuar. Eso a mí me hace pasar la noche dando vueltas en la cama, pensando que no es justo. Porque hay soluciones.
-¿Nunca ha tenido ganas de decir más de una vez: «ahí os quedáis»?
-Sí, hay momentos de desánimo, sobre todo cuando hablas con políticos y te contestan: «sí, pero no hay dinero, o no puede ser». Los problemas se solucionan si uno quiere, lo que no se puede hacer es amontonarlos porque después pesan mucho. Pero el campo es viable y tiene personas magníficas. Y hay algunos políticos buenos, pero a otros déjalos ir.
-Supongo que usted que ha conocido a muchos.
-(Ríe) No me gustaría haber conocido a tantos. Esto es algo que tiene que ver con las personas. Y las que no son buenas, que Dios nos coja confesados y si están quietos mejor.
-¿Le han propuesto entrar en política?
-Sí, un montón de veces.
-¿Y qué contesta?
-Que tengo mucho trabajo aquí.
-¿No se ve en ese mundo?
-Cuando llegó la democracia es verdad que me acerqué a la política, pero rápidamente me aparté porque no me gustaba el aire. Tengo en el alma a muchos diputados valencianos de distintos partidos que tienen que ir a Madrid y votar cosas que son totalmente contrarias a los intereses de los ciudadanos que han confiado en ellos, y tienen que acatarlo por la disciplina de partido. Debería haber más diálogo, llegar a consensos, porque eso de levantar la mano todos a una no me parece bien.
-¿No pierde la ilusión de ver cosas buenas para el campo?
-Tengo mucha fe en las nuevas generaciones que van incorporándose. Pienso que hemos visto tantas cosas que no nos han gustado que en un futuro habrá una reacción de personas que aportarán ideas y formas nuevas. Nos faltan valores, una sociedad que entienda el valor de las personas, porque ver a agricultores de ochenta años en el campo que no tienen recambio es una infamia.
-¿Usted tiene dificultades para conseguir ese relevo?
-Naturalmente que tengo problemas, mi hija es dentista y mi hijo ingeniero de caminos; mis sobrinos tienen cada uno su carrera. Sé que el problema está ahí, pero a mí lo que me gustaría es que aunque se dediquen cada uno a sus respectivos trabajos, la tierra siga en producción y bien gestionada.
-Usted sí va.
-No voy como lo hacía antes por mis obligaciones aquí pero he buscado amigos que cubran el hueco que yo dejo. Eso sí, llega el fin de semana y doy una vuelta, limpio un filtro, arreglo un gotero. Hay que estar. «Hacienda, tu amo te vea y si no que te venda», decía el refrán, y tiene razón. El campo es algo vivo. Si no te gusta es un martirio, con agua, sol, frío. Los despachos, puesto el aire acondicionado, son muy cómodos, pero si la tierra te gusta no hay nada mejor.
-Después de escucharle, no creo que usted esté mucho tiempo sin hacer nada, sea en el despacho o en el campo.
-Es que a mí me entra 'desfici', que se llama. Si me quedara quieto sufriría una depresión porque necesito actividad, si no estoy activo no estoy vivo. Siempre he sido muy inquieto, la verdad es que si el campo lo tuviera todo resuelto me hubiera ido por aburrimiento. Los problemas y las luchas me dan vida, y necesito reivindicar, no sé estar parado.
-¿Cuánto tiempo le dedica?
-Demasiado. Esto es como una droga, cuanto más le dedicas más te gusta. Cuando un agricultor viene aquí con un problema y se resuelve, o cuando otro me para y me dice: «gracias por la gestión»; no puedes imaginar la satisfacción que tengo. Para mí es el mayor disfrute. Nunca he esperado nada a cambio, también lo digo. La recompensa está precisamente en poder ayudar; yo sé que no todos lo ven, que tengo amigos y enemigos, pero al final me quedo con la cantidad de gente que me aprecia. Si no hubiera salido de mis campos no los conocería. Además, entrar en contacto con personas que ocupan cargos, y con los que coincido en instituciones como Feria Valencia o la CEV, me da una riqueza humanística que no se paga con dinero.
-¿Qué dicen sus hijos de la implicación que siempre le ha mantenido al frente del asociacionismo agrario?
-No es necesario que digan que están orgullosos, entienden el esfuerzo que he hecho, han comprendido las ausencias, que no he podido estar con ellos muchos días porque llegaba 'quan no s'estila' de los pueblos. Sabían que estaba desarrollando mi vida, como ellos ahora hacen la suya. Mi hijo ahora está en el extranjero, mi hija ha abierto una clínica. Somos en eso muy comprensivos y respetuosos con la vida que cada uno ha elegido. Toda la familia estuvo en su día a mi lado, me apoyaron, y si no hubiera sido así no hubiera hecho lo que he hecho. Me acuerdo todavía de la conversación que tuve con mi mujer cuando presenté mi candidatura, que significaba mayor dedicación y sacrificar muchos momentos familiares, y me animó siempre.
-¿Ha pensado en el día en que se irá por la puerta?
-Tengo un equipo de treinta personas en la junta, alrededor de doscientos delegados, todos muy preparados. Si los agricultores quieren que me vaya seguro que harán que no se note mi ausencia. No sé qué día será ese, ya me tendría que haber ido, pero la verdad es que al faltar mi mujer... Algo me tendré que inventar, porque cuando me vaya a casa sé que con los campos no habrá suficiente. Me gusta mucho viajar, por conocer otras culturas, pero necesito actividad. Soy mayor pero no me siento viejo, y me encuentro en plenitud de mis capacidades.
-Supongo que perder a su mujer ha sido uno de los golpes más duros que le ha dado la vida.
-Para mí AVA ha sido una válvula de escape, un balón de oxígeno, porque después de más de treinta años, la casa no es la misma cuando falta tu mujer, y más después de un cáncer que fue un calvario, largo y penoso. A mí me ha cambiado la vida. Así que cuando regreso de trabajar, con mis hijos cada uno con su vida, y me veo solo, se me cae la casa encima. Así y todo, intento levantar la cabeza cada día porque no tienes más remedio. O lo aceptas o lo aceptas.
-¿Cómo le gustaría que le recordaran el día que se fuera?
-Supongo que durante un tiempo se acordarán de mí, pero para mí lo importante es que los más próximos piensen que fui un amigo que ejerció de forma modesta y al mismo tiempo firme, que si he levantado la voz ha sido para luchar por las injusticias y no por capricho.
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