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Apenas dos taxis y un autobús en el que viajan un par de personas exageradamente separadas entre sí recorren la calle de la Paz, otrora una de las vías más bulliciosas de la ciudad; estos días un auténtico desierto de coches y de gente. Es además un día muy frío, lo que contribuye a ese ambiente desangelado y triste de la situación que estamos viviendo y que Eva Blasco comenta con preocupación; ella misma prepara un ERTE en su empresa, una agencia de viajes. Quién va a subirse a un avión en estas condiciones. Pero ella sigue, al pie del cañón, incansable, batalladora siempre, convertida ya en una voz muy autorizada en el asociacionismo empresarial después de años entregada a una causa en la que siempre ha creído con firmeza: la igualdad real en un mundo que se resiste, el de las mujeres empresarias y su presencia en las organizaciones.
-Es obligatoria la pregunta. ¿Qué pasará tras la crisis del coronavirus?
-Me preocupa el empleo a medio plazo, una vez se levante el estado de alarma, porque solo con solidaridad vamos a poder recuperarnos. Sí, va a haber desempleo, empresas que no van a volver a levantar la persiana, otras que la cerrarán pasado un tiempo. Yo haré un llamamiento a la recuperación del consumo, que esto va de ir todos juntos, también los empleados públicos. Porque hemos llegado en estos últimos años a individualismos extremos, y esta va a ser una situación muy parecida a una posguerra. Quien piense que va a haber una recuperación en V está fuera de la realidad. Hay que estar muy atentos además porque en estas situaciones de crisis se olvidan otras batallas, como la igualdad entre hombres y mujeres.
-Entendió usted que debía de ser en las organizaciones empresariales. ¿Por qué lo creía importante?
-Las mujeres tenemos la obligación de visibilizarnos, de demostrar a otras que sí se puede, y eso exige una gran ilusión pero también un tremendo esfuerzo. Para mí ha sido una absoluta prioridad.
-Pero cuesta ser la primera.
-Abrir camino es duro, aunque creamos que todo está hecho el ámbito del asociacionismo empresarial es todavía un mundo muy masculino, donde sigo encontrando estereotipos y actitudes, muchas inconscientes, que podrían haberme hecho dar un paso atrás. A mí me ha pasado y me he preguntado: «¿esto merece la pena?». Y siempre digo que sí, que tengo una obligación con el resto de mujeres de aguantar esa soledad o infravaloración que percibo, todavía hoy, día a día. Aún hay gente que piensa que hemos llegado a los sitios por una moda. Pero no, hemos venido para quedarnos.
-¿En qué cuestiones concretas ha detectado esa infravaloración?
-Para que nadie se sienta aludido, lo llevo al terreno internacional. Soy vicepresidenta de la Asociación Europea de Agencias de Viaje y yo me daba cuenta de que cuando planteaba alguna cuestión no me hacían demasiado caso. Posteriormente, algún compañero comentaba algo parecido y se generaba un debate. Primero pensaba que era porque al ser las reuniones en inglés quizás no se me entendía bien, pero comentándolo con otras mujeres vi que no era algo que me pasara solo a mí.
-¿Cómo ha conseguido ir corrigiendo esas situaciones?
-Cuando ves que no te escuchan no hay que molestarse, y participar en la conversación, no callarse, porque posiblemente pueda defender esa idea mejor que quien la ha planteado. Constancia y constancia. Porque hay momentos en los que me apetece irme a mi casa si el esfuerzo merece la pena, pero sé que aunque predique en el semidesierto vamos camino hacia el oasis.
-¿De dónde le viene esa fuerza para estar siempre en primera línea, pese a las dificultades?
-Me viene de familia. Tanto de mi padre, que fue líder en el sector de las agencias de viaje y que me hizo creer en el asociacionismo empresarial y en anteponer siempre el interés general; y mi madre, que, aunque sin una participación activa, ha sido también muy luchadora. Yo desde pequeñita me presentaba voluntaria a todo; he sido delegada de clase, protestaba por las injusticias en el colegio y tenía muy interiorizado ese concepto de justicia colectiva. De hecho, ya trabajando, negociando unos temas laborales, mi jefe en aquel momento me dijo: «no sé si te das cuenta de que eres la única que habla, los otros asienten, y al final las tortas te las llevarás tú». No he cambiado del todo pero sí me ha hecho pedir implicación de todo el mundo; yo seguiré siendo la portavoz porque soy así y no voy a cambiar. Eso sí, intento que no me utilicen.
-Muchas veces se habla de ese pasotismo que se atribuye a los valencianos.
-Sí, y ese criterio también muy valenciano de que cuando sobresale una cabeza hay una guadaña que corta, que al que destaca un poco se le critica y siempre por detrás. Yo siempre he sido de ir a la cara. No gana nadie creando ese mal de fondo.
-Estuvo en el IVEX pero en un momendo dado decide incorporarse a la empresa familiar. ¿Por qué?
-Fui responsable del IVEX de Extremo Oriente y después directora de la oficina de Nueva York, pero cuando volví sentía la necesidad de un cambio de aires y mi padre me dijo: «plantéate la posibilidad de venirte, que este proyecto tenga continuidad». Fue una gran decisión.
-¿Qué le ha dado viajar tanto, vivir en el extranjero?
-Una gran apertura mental. Los valencianos somos mucho más cerrados de lo que pensamos, y cuando sales ahí fuera te das cuenta de que hay otras formas de pensar, otras culturas, y que lo que hay que hacer es tender puentes. No tiene nada que ver un alemán o un español con un asiático, pero tampoco con un estadounidense. A mí me reforzó el sentimiento europeo. Desde pequeña viajé mucho, y todavía hoy es una prioridad para mí un buen viaje a cambiarme el coche. Tampoco tengo un apartamento en la playa, ni me gasto demasiado en cremas, por decir algo. Prefiero viajar.
-Dicen de Nueva York que es una ciudad demasiado dura para vivir.
-Es una ciudad dura porque está enfocada al trabajo, pero yo tuve la suerte de hacer grandes amigos, todos europeos, y no sentí esa soledad extrema. Así y todo, recuerdo un día, sola en casa, con casi cuarenta de fiebre por una infección de muela, estudiándome la póliza de seguro para ver si me lo iba a cubrir, sin tener un médico donde ir. Y esto lo enlazo con la situación actual. Me preocupa Estados Unidos con esta crisis, y al mismo tiempo te da perspectiva; siempre hay cosas por mejorar, pero la sanidad española es una maravilla.
-¿Cómo ha podido conjugar su actividad laboral con la representación en instituciones y la vida personal?
-Yo estoy separada, así que cuando mi hijo era más pequeño tenía alguien que me ayudaba; además, cuento con mi madre. Estos días, de hecho, están pasando la cuarentena juntos porque yo sigo manteniendo una cierta actividad, y también de esta forma se autovigilan mutuamente y no están solos. Pero es cierto que cuando era pequeño en muy pocas ocasiones fui al parque con mi hijo; eso sí, yo he dicho muchas veces que lo importante es la calidad del tiempo y no la cantidad. No tengo un sentimiento de culpa, que por eso también pasamos las mujeres, el sentirnos malas madres.
-Muchas veces nos sentimos así porque nos autoimponemos un perfeccionismo extremo. ¿Usted lo lleva incorporado?
-Sí, y tengo que decir que eso no es bueno, te limita y te frena. Ahora sé que es muy difícil cambiar; lo que sí he conseguido controlar es la exigencia a los demás, aunque mi hijo lo sufre.
-Las mujeres tienden, además, a dejarse para el final. ¿Le pasa?
-En eso estoy, intentando no hacerlo, pero es verdad que tengo la tendencia a poner todo por delante. Estos semanas como una vez al día, a la hora de cenar. Sí, podría prepararme algo pero me olvido de mí misma.
-¿Cómo se ve en diez o quince años?
-Yo me veo activa, si no lo es profesionalmente estudiaré una carrera. La Filología Clásica y la Historia son dos materias que me apasionan, porque creo que gran parte del presente se entiende a través de nuestro pasado. Aprovecharé para escribir, que es otra de mis frustraciones. Y seguiré luchando por la igualdad real, a la que desafortunadamente no habremos llegado.
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