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Rosa y Olga se sientan en la arena de la playa de la Malvarrosa, el lugar que han elegido para la entrevista. Damián Torres
En familia con Rosa Palau y Olga Bru

En familia con Rosa Palau y Olga Bru

Madre e hija protagonizan vidas paralelas, marcadas por la renuncia a la comodidad. Rosa dio un volantazo años después de su divorcio y decidió empezar de nuevo, mientras que a Olga le abrió los ojos la enfermedad de su padre

ELENA MELÉNDEZ

Valencia

Sábado, 20 de enero 2018, 00:42

En ocasiones el destino personal parece una réplica del trayecto que transitaron nuestros padres. A veces se trata de azar, pero otras es la impronta de unos progenitores que con su saber vivir dejaron huella. Este es el caso de Rosa Palau y Olgra Bru, madre e hija, ambas mujeres fuertes, decididas, independientes y capaces de renunciar a una vida de comodidades en pos de la felicidad.

La historia de Rosa comienza hace más de medio siglo en el Cabanyal. Allí sus padres eran propietarios del bar El Pollastre, uno de los locales más conocidos de la época. «Con cuatro camareros detrás del mostrador y dos más en la terraza, todos uniformados con chaqueta blanca», recuerda Rosa, quien añade que se crio con muchas comodidades pero nunca dio importancia al dinero como tal. De hecho, su máximo disfrute consistía en poder invitar a su grupo de amigas al cine Imperial, tener la posibilidad de compartirlo.

Siempre fue una niña activa que se convirtió en joven deportista, enamorada de la vida al aire libre. Contrajo matrimonio con un marino mercante que pasaba largos periodos fuera de casa y al poco tiempo nació su hijo Óscar, el primogénito. Nueve años después llegó Olga, y cuando ésta acababa de cumplir los tres se separó de su marido, iniciando una nueva vida en solitario. «Decidimos que mi marido se hiciera cargo del niño y yo de Olga. Pude disfrutar mucho de ella. Cuando fueron más mayores iban y venían entre las dos casas», explica. En ese momento decidió que quería hacer algo para los demás y se replanteó todo. Estudió auxiliar de enfermería, fisioterapia, masaje y reiki, y empezó a trabajar ayudando a las personas, una labor que ha mantenido hasta el presente.

Pegarse un homenaje

Rosa siempre ha sido una excelente cocinera. Su hija recuerda las pizzas que le hacía de niña y la tarta de queso. Su legado culinario lo ha dejado en un libro de recetas escrito a mano que guarda en su cocina. Olga, por su parte, a pesar de seguir una dieta saludable acorde con su estilo de vida, reconoce no poder resistirse a unos huevos fritos patatas. «Cuando me apetece pegarme un homenaje me lo pego, creo que la clave está en el equilibrio».

Olga, por su parte, vivió una revelación similar. Su infancia, feliz, estuvo siempre vinculada a los deportes. El responsable de ello fue en gran medida su tío Dionisio Bru, profesional de la halterofilia y una de las primeras personas de la ciudad en tener gimnasio y sauna en casa. «En la urbanización donde vivíamos se organizaban campeonatos de tenis o natación. Yo no paraba. Me crie entre primos, subiendo a los árboles y caminando descalza siempre que podía», recuerda Olga. Al terminar el colegio estudió Relaciones Publicas y secretariado y empezó a trabajar en la empresa familiar de muebles. Cuando a su padre le diagnosticaron una grave enfermedad decidió dejarlo todo y tomarse un año sabático para viajar por India con una mochila. Esa aventura supuso para ella un antes y un después y marcó su siguiente etapa. «Aprendí a valorar las cosas, a comprender lo que es verdaderamente importante. Tuve que volver antes de lo previsto porque mi padre se puso peor y quería estar junto a él».

El interés por el deporte que siempre la había caracterizado se intensificó en ese momento al empezar a dar clases de spinnig, una experiencia que le ayudó a percatarse de que lo que le gustaba de verdad era transmitir conocimientos y empatizar con la gente. «Me fui a Barcelona y a Madrid para formarme en pilates, imparto clases desde hace diez años. Además, ahora mismo me estoy formando en yoga y en body balance, dos disciplinas que me tienen fascinada».

De su madre aprendió que a las cosas malas a veces se les da una vuelta y se convierten en algo maravilloso, así como la importancia de luchar por los sueños, de no hacer lo que hace todo el mundo, de no cansarse de buscar la felicidad y de ser buena persona. Una filosofía de vida que ha sabido transmitir en las redes sociales, donde sus publicaciones son seguidas por más de veinte mil personas. «Mi idea es motivar a la gente. La animo a ser independiente y hacer las cosas por sí misma. Trato de mostrarme lo más natural y auténtica posible», concluye.

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