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Christophe Penasse mira por la ventana junto a su mesa de trabajo por el que asoma un mar verde de huerta cultivada y en pleno ... rendimiento. Para llegar hasta la alquería donde viven y trabajan hay que atravesar Poble Nou, una pedanía de Valencia donde, por no haber, ni siquiera hay una tienda, y desviarse por una callejuela estrecha que parece llevar a ninguna parte. Teniendo en cuenta que esta pareja vivía en Roger de Lauria, en pleno centro de Valencia, el cambio es radical, pero es que lo explica bien Ana Milena Hernández, que se ha dado cuenta de que el lugar que han elegido les ha cambiado la vida. Literal. «Fue un flechazo total. La gente nos decía que éramos muy del centro, que no era un lugar para nosotros. Pero es que cuando todos los inputs que recibes al salir de casa es ver gente comprando y consumiendo... Los humanos somos espejos que queremos hacer lo que vemos». Esta colombiana de Bogotá, que vive en España desde que tenía 17 años, cree que no llevaban una vida saludable. «Aquí nos hemos vuelto mucho más hacia adentro».
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Pero, ¿cómo llegaron a vivir y trabajar en una alquería esta pareja que forma el estudio Masquespacio? Fue a raíz del proyecto de la Sastrería, un restaurante en el Cabanyal que les dio a conocer, cuando empezaron a buscar una casa cerca del mar. «Nos metimos muy dentro de la historia del barrio, así es como quedamos enamorados de su arquitectura, de su gente, de las costumbres». Todavía no había llegado la pandemia, y no hubo forma. «Fue imposible, firmábamos casas y nos las quitaban, muy loco». Estuvieron tres años en la búsqueda, y Ana ha perdido la cuenta de cuántas construcciones llegaron a ver, hasta que comenzaron a ampliar el radio de acción y llegaron a Poble Nou. «Vimos de lejos el cartel y nos fuimos a buscar al dueño, que vino a enseñárnosla en bicicleta. Cuando descubrimos el patio le dijimos que la queríamos ya, que dónde teníamos que firmar. Fue un flechazo total».
La alquería es estudio en la planta baja y vivienda en el primer piso, y desde el momento en el que se accede a la alquería el color se torna protagonista. Forma parte de la identidad de Ana Milena Hernández, que llegó a España para estudiar en la escuela de arte de Barreira porque sabía que nunca podría ir a la universidad. «Siempre fui muy mala estudiante porque yo soy disléxica», explica, que cree además que fue una adolescente muy rebelde. De hecho, no cree que tengan demasiados recuerdos en Barreira de su paso por allí porque avanzaba a duras penas, trabajando de dependienta por las mañanas y en un bar de camarera por las noches, donde conoció a Christophe, un belga que estudiaba español y que quería quedarse a vivir aquí. Ana también lo tenía claro porque cuando llegó con 19 años «no podía creer que este paraíso fuera cierto».
En 2020 fueron nombrados 'Young Talent of The Year' por Elle Decoration España, mientras que en el 2019 fueron premiados como 'Diseñadores de Interiores del Año' por la edición española de la revista T Magazine de The New York Times. La revista AD los ha integrado en la lista de los 100 creativos a tener en cuenta.
En 2010 decidieron, juntos, montar Masquespacio. «En realidad la idea fue de Christophe porque no me contrataban. ¿Quién iba a hacerlo en plena crisis inmobiliaria? «Él me empoderó, me decía que era muy buena. Y el primer proyecto que hicimos gustó muchísimo, era una reforma tan bonita que salió en revistas, y ahí pensé: 'jo, pues parece que soy buena'». A sus cuarenta años, y con una trayectoria muy sólida, ahora desplazada hacia Medio Oriente, Ana puede racionalizar cuáles son las bases de su enorme creatividad. «Es el cortocircuito que me hace entender todo al revés por la dislexia, sumado a que yo tenía muy educado el ojo porque mi madre se dedicaba a la producción de anuncios de televisión y me llevaba con ella. Ah, y también por la capacidad de trabajo, que a eso no me gana nadie». De hecho, se considera una persona ambiciosa y una mezcla entre la cultura mediterránea, que valora el estilo de vida, y la americana, más enfocada al trabajo. «Yo las he juntado las dos y no trabajo por dinero, sino por defender un estilo de vida, para permitirme la libertad creativa y personal que quiero».
Ana Milena Hernández habla de la búsqueda de la autenticidad, un valor que cree que cada vez es más escaso, motivado por la homogeneización que provocan las redes sociales. De hecho, el alma creativa de Masquespacio -su pareja se dedica a la parte empresarial- habla de su lenguaje como «una neurosis total». Cree que si de algo se pueden sentir orgullosos es de que esa búsqueda por lo auténtico les ha permitido triunfar. «Tienes que argumentarlo mucho, desde el corazón. Cada uno de los proyectos es una locura, hay mucha energía puesta ahí y son realmente complejos», asegura la colombiana.
Han estado tentados varias veces de mudarse a otro país, pero «el auge de Valencia demuestra que sí, que es un paraíso, y con todas las comunicaciones que tiene es perfecta. Me encanta estar aquí y trabajar para el mundo». Viajan mucho, eso sí, pero les gusta volver y encontrarse con la alquería que les espera inmutable, la que perteneció a la familia Ballester durante varias generaciones. Encontrarse de nuevo con su vecino de 83 años, que les regala patatas y tomates, y que cuando le preguntan qué le deben, les contesta que tendrán patatas gratis mientras viva. A que la miren de forma rara cuando sale a correr por las mañanas hasta Godella. A ver cómo los vecinos salen a pasear y se quedan contemplando sus campos, en un ejercicio de pausa que a Ana la fascina. «Mira que a mí me encanta el lujo, la belleza, viajar, pero esto es una conexión muy profunda con la tierra y yo aprendo mucho de ellos».
Poble Nou la ha ayudado a conocerse más, «y ahora soy consciente de mis neuras, de mi necesidad de control, de mi perfeccionismo, de mi obsesión con el color». Se muestra agradecida por poder vivir en un lugar así. «Tengo que llegar con amor y con humildad, creo que por eso están encantados de tenernos de vecinos aunque al mismo tiempo deben de pensar que estamos muy locos».
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