Fran Silvestre tiene que hacer un esfuerzo para mostrarse y reconoce que lo de la inteligencia interpersonal, o sea, el don de gentes, lo ha tenido que aprender. «No me venía innato a alguien introvertido como yo, me siento mucho mejor trabajando entre planos y maquetas». Quizás porque de los demás talentos venía sobrado. A Fran le gusta esa teoría de que todos tenemos algún potencial, que en ciertas personas es más visible que en otras, que a veces es necesario el empuje de algún maestro para descubrirlo. Él salió de la Escuela de Arquitectura con un título conseguido con honores y siguió aprendiendo en el estudio de uno de los grandes, el premio Pritzker Álvaro Siza. Por si fuera poco, Emilio Giménez, arquitecto del IVAM y profesor de Fran, dijo su nombre cuando el escultor Andreu Alfaro le pidió un estudiante aplicado. Todo parecía más sencillo con estos inicios.
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-¿Lo ha sido?
-Para nada. De Álvaro Siza aprendí su actitud desinteresada hacia el trabajo. Es decir, con el objetivo de que los proyectos quedasen bien había que dedicarle las horas que hiciese falta. Hay oposiciones como las de notario, o registrador, que sabes que tienes que preparar, y dedicarle tiempo a estudiar. En arquitectura, y seguramente en otras profesiones, hay una especie de oposición invisible, donde hay que esforzarse mucho para poder tener una oportunidad. El opositor lo tiene muy claro y hace un sacrificio muy grande sin saber si va a aprobar. Para mí, ha sido parecido. Le he dedicado mucho tiempo sin que hubiera un retorno claro. Era la oportunidad de empezar a rodar.
Veinte años después, Fran Silvestre ha rodado. Vaya si lo ha hecho. Su obra lleva ya numerosos premios internacionales y le llueven los proyectos. «Ahora estamos trabajando en las dos costas de Estados Unidos, en Brasil y en China. También tenemos encargos en los Balcanes y en Portugal. Y uno de los últimos proyectos, muy estimulante, es el diseño de unas bodegas en Ribera del Duero», afirma. Le 'pone' adentrarse en mundos desconocidos. Mientras, pasea por una 'casa piloto' industrializada, otro de sus sueños hecho realidad.
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-¿Ha tenido que renunciar a mucho?
-Sin ninguna duda. Cuando decía lo de la oposición invisible es porque realmente lo he hecho. Me casé muy tarde, por ejemplo. Eso ha sido una renuncia, pero yo he vivido con alegrías diferentes a otros amigos, que con trabajos distintos no han tenido que pasar por esa situación. Seguramente no podría haber tenido hijos al principio de la carrera, viendo lo que es, y eso que estoy encantado. En aquel momento teníamos muy pocos medios, ahora hay un equipo y es distinto.
-Quizás hubiera sido un padre ausente...
-Muy posiblemente.
-¿Ejerce?
-Sí y además me encanta. Nunca hubiese dicho que tenía un instinto paternal tremendo, pero ahora noto que sí, que ha enriquecido mi vida. Incluso mi trabajo.
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-¿Por qué?
-Pues porque al final nosotros trabajamos para personas, y cuantos más afectos conoces, más eres capaz de empatizar. Yo hago proyectos para gente que tiene familia, y ahora sé mucho mejor qué es, porque hay situaciones que yo mismo he vivido, y te da perspectivas distintas que te enriquecen.
-También es distinto un confinamiento con hijos que sin ellos...
-A mí se me han dado un par de circunstancias que han hecho que hayan sido momentos buenos. En primer lugar, trabajar en un sector que no estaba afectado. Evidentemente, si me hubiese dedicado a la hostelería, hubiese sido mucho más duro. Otro, haber estado ya digitalizados. Además, con el impedimento a viajar he podido disfrutar de mi hija, de estar más tiempo con ella. Cuando cumplió el primer año yo estaba en China.
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-Ahora se ha visto que quizás viajábamos mucho.
-Está claro que nosotros tenemos que ver 'in situ' el lugar donde nos encargan un proyecto, pero hasta la pandemia era muy común hacer viajes de trece horas de avión para algo que podíamos solucionar a distancia.
-Las crisis sirven para recolocarnos a veces...
-A mí me encanta la acepción de crisis en chino, que significa a la vez peligro y oportunidad porque, además, permite reflexionar sobre lo que hacemos.
-Está claro que el contacto con otras culturas es enriquecedor...
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-Hay un concepto que viene de Confucio que a mí me gusta mucho. 'Ren' significa la cosa más ambiciosa a la que puedes aspirar en tu vida y al mismo tiempo el requisito mínimo para ser un ser humano. Da igual cómo seas, quién seas. Tienes el derecho y la obligación de desarrollarte al máximo. Aquí también intentamos decirlo. Y no competimos con nadie, sino con nosotros mismos.
-Con esa filosofía interiorizada, ¿está satisfecho con su trayectoria?
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-He aprendido la diferencia entre buscar siempre la perfección y estar satisfecho. Me gusta esa palabra, satisfacción. Evidentemente, no todo ha sido perfecto pero estoy contento porque ha habido un esfuerzo muy grande pero también ha habido recompensa.
-Ya que volvemos atrás, ¿por qué Arquitectura?
-Vengo de un linaje de ingenieros que comenzó con mi tatarabuelo, Valentín Silvestre Fombuena, un inventor de Llíria muy famoso, que en la segunda mitad del siglo XIX se convirtió en la persona con más patentes en Europa. De hecho, es un valenciano ilustre al que yo siempre reivindico porque suya fue la primera máquina de vapor que no iba sobre raíles, la primera máquina de liar cigarrillos… Y en realidad se dedicaba, como lo había hecho su padre, a la fabricación de carros.
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-Parece un buen comienzo.
-Siempre ha habido muchos libros de ingeniería en mi casa y la técnica es algo que me ha apasionado. Por otro lado, he tenido inquietudes artísticas. Aterrizar con Andreu Alfaro aquí fue muy importante. Y creo que la arquitectura aunaba muy bien ingeniería y arte.
-¿Su padre quería que fuera ingeniero?
-Ellos me dejaron hacer. Si hay una enseñanza que me dejaron es que mi educación iba a ser mi herencia. Me dijeron: «Esa es la herramienta que te damos y a partir de ahí tienes que construir tu vida». Me gustaría también hacerlo con mi hija. Ni siquiera me importa que haga una carrera universitaria, pero lo que elija que lo disfrute y lo haga con excelencia.
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-¿Hay equilibrio entre el tiempo libre y el trabajo?
-Creo que sí porque he hecho de mi hobby mi profesión. Todos los fines de semana trabajo, incluso a veces quiero que sea festivo para trabajar en algo concreto, porque el día a día se lo lleva la gestión.
-Pero a veces el entorno no lo entiende...
-Tengo la suerte de que mi mujer es también arquitecta, estamos siempre juntos y lo disfrutamos mucho. Ella es una pieza clave en el estudio y trabajamos a todas horas. La niña se ha incorporado también a ese ecosistema, y cuando nos ve dibujando ella se pone a hacer sus garabatos.
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-¿Y sus inquietudes artísticas?
-Me gusta la escultura, que he acabado llevando a la arquitectura. Me encanta hacer cosas con las manos. La lógica dice que primero piensas una cosa y luego la haces pero hay una metodología de trabajo que dice que sobre lo que haces, piensas y lo que surge es distinto, porque desactivas un poco el hemisferio izquierdo. Nosotros lo aplicamos en nuestro trabajo y es casi una medicación que a veces no se entiende.
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