Con casi 200.000 seguidores en Instagram, Macarena Gea reivindica la profesión de influencer, quizás porque lleva quince años vinculada a una actividad que le ha permitido ganarse la vida en momentos en que la arquitectura era una sentencia de muerte profesional. «No somos gente ... desfaenada», dice la valenciana, que defiende la honestidad como parte del secreto de su éxito. En estos años ha tenido que buscar ayuda porque sólo para atender correos electrónicos «podría pasarme diez horas al día y no conseguiría contestarlos todos».
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Aún así, cree que crecer por crecer no es la solución y ella se apunta a lo de reescribir el concepto de lujo y bienestar: «vivir cerca del trabajo, tener momentos para la familia y para mí misma, poder dedicarme a lo que me gusta». ¿Y qué le gusta a Macarena Gea? «Con el tiempo me he dado cuenta de que me he pasado la vida buscando la belleza». Se nota en su estudio de la calle Conde de Altea, donde se respira ese sentido estético que tanto gusta en Instagram, pero que va más allá de algo superficial: «tiene que ver con el orden, con la paz mental».
- ¿Por qué arquitecta?
-Siempre me he visto dibujando casas, desde pequeña me fijaba en los edificios y he tenido mucha sensibilidad hacia el espacio público. De hecho, nunca he dicho que quisiera hacer otra cosa, desde que tenía cinco o seis años. Tuve mucha suerte, porque hay gente a la que le cuesta encontrar su vocación y yo la tenía dentro.
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-Pero ahora mismo no es solo arquitecta...
-No, pero primero que nada me considero arquitecta porque la carrera en sí, aparte de las nociones que la gente pueda pensar que enseña, te forma de una manera muy global y te prepara para muchas cosas que puedes desarrollar en un futuro. Requiere además mucho esfuerzo y mucha disciplina, que te sirve para ser constante y trabajador, y también te inculca un amor por la estética, por la búsqueda de la belleza, que es el hilo conductor que luego he seguido, tanto como influencer como planificadora de bodas.
-¿Cómo llegó a las redes?
-Empezó como un hobby pero ahora es una parte importante de mi trabajo, no solo a nivel negocio, sino porque me permite proyectarme hacia mi comunidad y muchas veces acaban siendo mis clientes en las otras dos facetas. Además, ser influencer fue mi tabla de salvación; cuando yo salí de la carrera en 2007 la situación era muy distinta a cuando la empecé. Pensábamos que lo teníamos todo hecho y la debacle fue tal que la gente casi que te daba el pésame por ser arquitecta.
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-¿Es la exposición lo más difícil? ¿Dónde hay que poner el límite?
-A mí me da miedo exponerme, y en este sentido mi marido siempre es quien me abre los ojos, porque él es cero tecnología, y me dice: «¿qué crees que le caes bien a todos tus seguidores?» Considero que tengo mucha suerte, porque la mayoría de la gente me sigue desde hace años, se siente identificada conmigo, podrían ser yo, porque creo que las redes no dejan de ser un espejo quienes somos nosotros mismos.
-¿Tuvo el apoyo de su entorno?
-Cuando empecé con el blog en 2007 estaba todo el camino por recorrer; no pensábamos nadie que aquello nos iba a dar un euro y fue algo más visceral. Estudiaba, trabajaba y a mis padres les daba miedo que me desviara del camino. Yo siempre he sido muy responsable y les decía que no se preocuparan, que no iba a dejar que todo por lo que había luchado tanto se perdiese. Mi marido, que entonces era mi novio, me apoyó y me decía que yo tenía que explotar ese lado creativo. Y siempre me gané mi dinerito haciendo complementos.
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-¿En qué le ha cambiado ser madre?
-Cuando nació mi hijo me di cuenta de que tenía que cambiar mis prioridades, porque yo era la típica autónoma que si estaba el fin de semana viendo una peli al mismo tiempo adelantaba algo de trabajo porque si sólo veía la peli me sentía culpable. Pero mi socia tiene cinco hijos, yo tres, y hemos priorizado esa vida familiar, el no tener horarios, el trabajar por objetivos. Así y todo, hacemos malabares para conciliar.
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-¿No se plantea crecer?
-¿Yo para qué quiero complicarlo más? Siempre tendemos a pensar que la sucesión lógica es crecer. La pandemia nos ha dado esa introspección, poder parar y ver qué es lo que nos hace felices, y nos hemos dado cuenta de que necesitamos bien poco para serlo. Yo lo tengo clarísimo, mi objetivo es ganar suficiente dinero para no tener ninguna preocupación cuando me duermo por las noches, tiempo para no tener la sensación de que me estoy perdiendo la infancia de mis hijos y sentirme realizada haciendo las cosas que me gustan. De lo único que me tengo que preocupar es de no perderlo.
-¿Qué cree que es prioritario que aprendan sus hijos?
-Hablo mucho con ellos, sobre todo con mi hijo mayor, que tiene siete años y es un niño muy sensible. Le muestro la importancia de las pequeñas cosas, de dedicarnos tiempo a lo que nos gusta, a apreciar la belleza que nos rodea y a disfrutar del ahora, y no siempre ir detrás de la zanahoria. Es un ejercicio que hago para mí misma, porque yo recuerdo cuando tenía a mis hijos pequeños, aquella época tan cansada de dormir poco, yo intentaba siempre pensar en que luego crecerán y recordaré con nostalgia cuando tenía bebés. Ahora pienso cuando tienen mucha energía, y me pasa lo mismo, que sé que cuando sean mayores y se vayan con sus amigos echaré de menos tenerlos todos a mi alrededor. Hay gente que pasa por la vida y tiene un amanecer delante y no lo percibe.
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-¿Qué le inculcaron sus padres?
-Precisamente eso, disfrutar de lo que se tiene: mis padres se casaron jóvenes y viví con ellos su crecimiento personal y profesional; cuando tenían menos dinero, cuando han prosperado, y les he visto disfrutar de todas las épocas. Además, he comprobado cómo lo han conseguido siendo trabajadores y esforzándose.
-¿Qué momentos se reserva para usted?
-Con los años he aprendido a valorar el pasar algún rato en silencio. Me gusta la música, pero desde que tengo a los niños hay mucho jaleo. Adoro los momentos de paz, cuando puedo pensar, o desconectar. Simplemente estar. Las personas que trabajamos por cuenta propia adquirimos unos hábitos que a nivel laboral son buenos porque estás siempre en marcha pero a nivel personal son dañinos porque no desconectas nunca, porque creas una especie de sentimiento de culpa cuando paras, porque podrías no hacerlo nunca. Los niños me han enseñado a que hay que estar, aquí y ahora, porque tendemos mucho a proyectarnos. Lo mejor que me puede regalar alguien es un paréntesis de silencio.
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-Usted, que es arquitecta y ha elegido quedarse en Valencia, ¿cree que le falta algo a la ciudad?
-Le queda todavía conectarse más con el mar. Los valencianos hemos tenido que vivir un proceso de adaptación, el Cabanyal se está regenerando, la Marina cada vez tiene más actividad. Antes se pensaba que tenía que ver con el urbanismo, con que una gran avenida llegara al mar. A mí me encanta la trama urbanística del Cabanyal, y me gusta que lo que haya cerca del mar tenga un interés. Además, Valencia ha mejorado mucho en el orden en el espacio público, en la importancia de la estética en el mobiliario y me parece que está en un camino muy interesante.
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-¿Si le preguntan qué estará haciendo en diez años?
-Si miro atrás he podido fluir con lo que ha ido viniendo, así que lo único que pido es poder seguir adaptándome. Quizás en el futuro no me dedique a la arquitectura; lo importante es que sé que me ganaré la vida con lo que sea. Con catorce años ya me sacaba mi dinerito haciendo complementos que vendía en ferias alternativas, y ya de más mayor hacía unas muñequitas que tuvieron muchísimo éxito. Si tienes capacidad de trabajo, si no es de esto será de otra cosa. Y me reinventaré.
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