Vestido con el pijama de médico, José María Ricart apenas se detendría en la salita donde tiene lugar la entrevista, como una pausa obligada entre ... consulta y consulta en el instituto de dermatología que lleva su nombre. Tiene otras cosas en la cabeza. Muchas más. Recuerda a otro empresario del sector sanitario, Pepe Remohí, que pese a la dimensión que ha alcanzado el Instituto Valenciano de Infertilidad que fundó junto a Pellicer sigue dedicando la mayor parte de su tiempo a los pacientes. «Es muy amigo mío y no, no me puedo comparar con él, que es muy grande», ríe Ricart, que se reconoce una persona muy inquieta con una enorme sed de conocimiento. Considerado como uno de los mejores médicos de su especialidad por la revista Forbes, José María Ricart aparta con un gesto imaginario los reconocimientos y premios porque, confiesa, «no soy de mirar atrás». Su obsesión está en el futuro, en el tiempo que le quede para seguir avanzando en una profesión que eligió por una vocación tan clara que se levanta cada día diciendo: «¿a qué jugamos hoy?».
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-Con una familia llena de médicos, parece bastante lógico que usted eligiera la Medicina.
-Recuerdo de pequeño cuando iba a ver a mi abuelo paterno, que era médico y tenía su consulta unida a su propia casa. Andábamos por un pasillo muy largo y allí estaba él, sentado detras de una enorme mesa enorme negra donde veía a sus pacientes. Mi padre también ha sido médico, anestesista, mi madre hematóloga y mi primera mujer también es médico. Sí, he estado rodeado de médicos toda mi vida.
-¿Hasta qué punto le ha influido? ¿Flaqueó su vocación en algún momento?
-Ser médico es algo que se desea desde pequeño pero, además, hay determinados factores que te impactan profundamente, y son los que no te dejan ninguna duda. Con diez u once años no era muy buen estudiante, en realidad era un trasto, y recuerdo que un día, yendo por la autopista, hubo un accidente y mi padre atendió a aquella mujer que viajaba en el coche. En aquel momento le dije que quería ser médico, porque ese sentimiento de haber ayudado o salvado la vida a alguien era algo que me atraía. Mi padre me advirtió que tendría que estudiar mucho, y a partir de ahí fue un antes y un después.
-Pero decide no ser anestesista, como su padre, ni hematólogo, como su madre.
-Mi madre ha publicado en las mejores revistas del mundo, ha sido una investigadora excelente, jefa de servicio en La Fe; una profesional muy válida para la medicina en una época en la que a las mujeres les costaba mucho más. A mi madre, sin embargo, no le gustan los pacientes. Ella fue médico porque su padre la obligó; en realidad quería ser artista, y de hecho ahora que está jubilada estudia Historia del Arte. Mi padre, en cambio, es el ejemplo de un médico apegado al paciente, y yo soy fruto de esa combinación.
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-Lo mejor de cada uno.
-Creo que hay que especializarse en aquello para lo que tengas un don, porque peleamos para ser los mejores en lo nuestro. El doctor Cavadas tenía un don para la cirugía, y ya en la facultad andaba disecando ratas. Mi habilidad es la dermatología porque tengo una gran memoria fotográfica: veo un paciente, pasan diez años y me acuerdo de él. Además, es una especialidad muy amplia, y a mí eso me gusta porque soy un tío inquieto, que tiene que estar siempre aprendiendo nuevas cosas. El área de confort no me va.
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-Usted es, además, empresario, con clínicas en Valencia, Torrent, Madrid, Alicante, va a abrir en Barcelona...
-Dirigir una empresa no me importa demasiado, no me interesa, lo que yo quiero es estar con los pacientes. De hecho, cuando me intentan sacar de aquí me revuelvo. Así que he creado un equipo de profesionales que saben mejor que yo cómo funciona una empresa, y me reúno con ellos cada miércoles para hablar de por dónde tienen que ir las cosas. El 90% de mi tiempo es esto (mira a su alrededor). En realidad, en la gestión de una empresa hay algo que para mí es más complicado y más importante.
-¿Qué es?
-La formación de trabajadores, porque todos deben de ir al mismo ritmo, trabajar con la misma sistemática en cualquiera de las clínicas. Pero en ese aspecto también tengo suerte porque estoy rodeado de grandísimos profesionales que se van especializando en cada área y me ayudan.
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-¿Ve el talento en los demás?
-Claro que sí, y soy de los que opinan que no hay gente mala, sólo hay que saber dónde ubicarlos, porque todo el mundo está dotado de un talento. Creo que un buen profesional tiene que rodearse de gente que lo va a hacer más grande.
-Usted ha conseguido numerosos reconocimientos, ha publicado en revistas internacionales, es referente en dermatología, estética, tricología, venereología... ¿Mira atrás con orgullo?
-Nunca miro atrás porque a mí no me interesan los premios, ni los piropos. No me importa absolutamente nada, sólo la satisfacción de los pacientes. Yo soy de mirar hacia adelante, buscando siempre, porque si tengo una preocupación es que un día se acabe el juego.
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-¿En qué sentido?
-Para mí cada día es un juego; me levanto y digo: ¿hoy a qué jugamos? Soy como el niño que jugaba con los clics de Famobil cuando era pequeño.
-Pero incluso aquellas personas, como usted, que viven con tanta pasión y dedicación su trabajo necesitan hacer un punto y aparte para oxigenarse... ¿Cómo lo consigue?
-Yo tengo dos pasiones: el deporte y la familia. Cada día me levanto a las seis de la mañana y entreno. Además, me gusta mucho esquiar, y comparto con mi hijo esa pasión por el deporte, y disfrutamos mucho juntos. Además, me encantan las reuniones familiares, donde compartimos, charlamos, pero sobre todo nos escuchamos, porque de todas las personas podemos aprender. Me encanta cocinar, y me salen unas buenas paellas.
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-¿Qué momento está viviendo actualmente la medicina estética?
-Estamos en un momento apasionante porque están apareciendo muchos tratamientos nuevos que dan resultados cada vez mejores, con técnicas menos invasivas. El futuro es no operarse, sino tomarse una pastillita y rejuvenecer. Viviremos más años y con mejor calidad de vida. Pero, al mismo tiempo, es una época peligrosa porque el de la medicina estética es un mercado muy goloso donde la gente gana mucho dinero. Ahora parece que todo el mundo puede pinchar después de hacerse un mastercito y esto no funciona así.
-Hemos sabido de casos donde los resultados han llegado a ser desastrosos. Incluso se han dado casos de pacientes que han terminado falleciendo.
-Paso una parte muy grande de mi tiempo viendo complicaciones por tratamientos no correctos. Además, hay productos nuevos con poco estudio y poca evolución en el mercado que están provocando problemas. Que pueden destrozar la vida de una persona. Es un mundo apasionante y a la vez peligroso, donde los pacientes deben de ser cautelosos porque ponen su vida en tus manos, y hay que saber que esas manos son verdaderamente profesionales. Yo si tengo un problema de corazón voy a intentar que me vea el mejor. En esta especialidad es lo mismo. Y no soy el único, por supuesto, en España hay excelentes médicos.
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-¿Existe en la actualidad una dictadura de la belleza?
-En realidad, nosotros tratamos problemas a nivel psicológico. ¿Sabe lo que es el empoderamiento? Una persona, cuando se siente bien, se siente poderosa. Cuando tienes un defecto físico y se soluciona te da poder, y esto no tiene vuelta atrás. Engancha. La gente lo necesita porque quiere verse bien. Y no es tanto por buscar la juventud, sino por un tema de salud psicológica. En Estados Unidos hicieron un estudio con mujeres que sufrían una depresión, y a un grupo les dieron medicación y al otro les hicieron tratamientos estéticos. Al cabo de unos meses este segundo grupo estaba mucho mejor anímicamente.
-Pero, como usted dice, engancha. ¿Dice muchas veces que no a tratamientos que piden los pacientes?
-Claro que sí. A mí no me da miedo decir que no, porque yo en realidad soy un pésimo vendedor. ¿Y sabe qué ocurre en ocasiones? Que se hacen el tratamiento en otro sitio y luego vienen a que les solucionemos el problema que les ha generado esa intervención.
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-Su último proyecto es altruista, una fundación que se llama Cicatrices. ¿Por qué ha decidido crearla?
-Yo creo que la vida me ha dado mucho, y cada vez soy más consciente de que hay mucha gente que no ha tenido la misma fortuna que yo. Ahora me toca devolverle al mundo parte de lo que me ha dado, y ese es el objetivo de la fundación. Yo en realidad no necesito grandes cosas para vivir, soy una persona bastante sencilla, así que qué mejor que destinarlo a intentar dar un servicio que no hay en la sanidad pública.
-Hay muchos tipos de cicatrices.
-Quemaduras, acné, cáncer... Reparar estéticamente esa parte de nosotros que nos recuerda un hecho traumático, o una época difícil en nuestra vida, puede ayudar a muchísimas personas a sentirse mejor. Estoy muy satisfecho por la respuesta espectacular de parte del equipo, porque yo creo que todos los médicos tenemos esa parte de servicio a los demás.
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Es tan profunda la vocación que siente por su trabajo que una de sus espinas es no haber conseguido que su hijo siguiera la estela familiar y se convirtiera en otra generación de médicos. «Me llena tanto lo que hago que me alegro de cada persona que elige esta profesión», explica. Quizás su hija, que es más pequeña, le dé esa satisfacción. Mientras, sigue escuchando a sus padres. «Todavía tienen mucho que contar».
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