«Es mi primera vez», debo confesar cuando comento a mi entorno que me escapo unos días a Lisboa. Lo hago con cierto pudor, pues ... parece que toda la humanidad ha estado en la capital lusa menos yo. Donde si que he estado varias veces es en Oporto y me he podido enamorar un poco de la dulzura del idioma, los adoquines, las fachadas de baldosas y los pasteles de nata. Mis expectativas son altas y Lisboa es muy grande. Le pregunto a Ana, una compañera de trabajo que vive allí, que me recomiende una zona en la que quedarme que sea cool, pero no muy turística. «Todo Lisboa es turística», ríe y prosigue, «pero te recomiendo Príncipe Real, Bairro Alto, Chiado o Graça, que sería el equivalente en Valencia a Ruzafa», explica. Para alojarnos me sugiere el hotel Palacio do Visconde o The Vintage Lisbon, ambos buen ubicados, ambientados y con un diseño impecable. Y ambos sold out. Al final nos decidimos por un apartamento de estilo bohemio ubicado entre los barrios de Alfama y Chiado.
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Nada más llegar descubro que la calle tiene todo lo que necesitamos: edificios antiguos de fachadas coloridas y bien conservadas, un colmado sencillo, pequeños cafés y restaurantes con encanto, un centro de masajes tailandeses (donde, tras volver de una de las jornadas de caminatas con subidas y bajadas imposibles tuve una experiencia mística) y mi lugar preferido para desayunar del 2023: 'Dear Breakfast', el templo de las tostas de aguacate con huevo batido y las limonadas caseras.
La primera tarde la dedicamos a callejear por el barrio y nos encontramos con el Elevador da Bica, uno de los tres ascensores urbanos que hay en Lisboa. Su entrada de otra época parece el decorado en una película de Wes Anderson. El vagón sube lentamente surcando la Rua da Bica, una calle animada salpicada de tabernas y de balcones con macetas. Una vez arriba caminamos hasta llegar al Mirador de Santa Catarina que ofrece vistas a los muelles del puerto y está plagado de grupos de estudiantes y turistas. Una chica muy joven canta, al son de la guitarra, una versión 'reggae' de Cançao Do Mar, de Dulce Pontes.
Esa noche cenamos en Páteo, de Bairro do Avillez, un espacio gastronómico impactante ideado por el cocinero José Avillez que incluye ultramarinos, taberna, restaurante y coctelería en torno a un patio. Allí disfrutamos de platos típicos portugueses como las almejas con ajo, limón y laurel o el bacalao bras. Tras una puerta oculta integrada en una estantería accedemos al Mini Bar, una suerte de speakeasy decorado como si fuera un cabaret donde sirven cócteles de altura.
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A la mañana siguiente vamos hasta la Plaza del Comercio y decidimos contratar un tuc tuc para dos conducido por Andreia, una lisboeta cosmopolita y sonriente que dedica diez meses al año a trabajar con los turistas y los otros dos meses a viajar por el mundo. Le pedimos que nos muestre los imprescindibles de la ciudad, ella arranca, lo tiene claro: empezamos por el mirador de Santa Lucía, uno de los más visitados de la ciudad que ofrece bonitas vistas de la parte histórica.
Recorremos La Baixa y Alfama, nos detenemos en el Panteón Nacional, en el mirador de Graça, en Casa dos Bicos y en la iglesia de Santo Domingo. En los trayectos nos habla de historia y de curiosidades, nos fundimos con la cadencia del idioma, con la brisa caliente y el traqueteo del motocarro. Para finalizar el trayecto le pedimos que nos deje en LX Factory, una antigua zona de industrial que se ha recuperado transformando las antiguas fábricas en galerías y talleres de arte con la mínima intervención. Las paredes pintadas de grafiti albergan restaurantes, tiendas de ropa, talleres de artesanía, estudios de diseño, música en directo y Ler Devagar, una librería monumental de techos altísimos con miles de libros en distintos idiomas repartidos en estanterías infinitas. Esa noche cenamos en Rocco, un restaurante de carta mediterránea con toques italianos, decoración colorista y sofisticada, camareros uniformados y un dj pinchando los temas del momento.
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La mañana siguiente la dedicamos a descubrir el Barrio Alto. Entramos en Embaixada, un delicado espacio comercial ubicado en palacio del XIX que ha sido restaurado con gusto y respeto y acoge tiendas de diseñadores locales y una cafetería. Junto a él nos encontramos el Jardín de Príncipe Real, una joya verde plagada de lectores donde disfrutamos de un refrigerio sentados en su cafetería central. Tras curiosear el edificio del Museo Nacional de Historia Natural, comemos en Pica-Pau, un restaurante acogedor con suelo de terrazo, sillas de madera, paredes de azulejo y cocina a la vista donde tomamos vino verde, berberechos, pulpo y mis adorados peixinhos da horta, unas judías en tempura que sirven con una salsa estilo tártara, limón y pimienta negra.
Antes de volver hacemos la parada obligatoria en Castro Atelier, un local primoroso donde sirven los mejores pasteles de nata de Portugal (también tiene sede en Oporto). Allí pudimos deleitarnos con este dulce aderezado con canela que preparan delante de tus ojos mientras en la calle, en un concierto improvisado fruto de una acción promocional, actúa Salvador Sobral, el cantautor portugués que consiguió la primera victoria de la historia para su país en la edición de 2017 del festival de Eurovisión. Porque «a vida pode ser maravilhosa».
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