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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Miércoles, 5 de junio 2019, 01:02
Dice Mercedes Hurtado que en cinco años el único cambio que ha hecho en su enorme y señorial despacho ha sido mover una planta para que tuviera más sol. «Reconozco que no es la decoración que yo hubiera elegido pero no estoy aquí para eso», se explica, sentada en un sofá de cuero oscuro, donde ella destaca. Cinco años después de su llegada al colegio lo ha revuelto de arriba a abajo y pareciera que ella solo pasaba por allí. Dos días después de celebrar el Día de la Mujer, todavía es una 'rara avis', la segunda mujer en el Colegio de Médicos en toda su historia y una de las siete que ocupan la presidencia en las cincuenta y dos provincias españolas. «Nos queda muchísimo», admite.
-¿Le ha ocurrido que alguna vez no la han tomado en serio por el simple hecho de ser mujer?
-He tenido que luchar mucho, demostrar que valgo, buscar siempre el reconocimiento. Soy oftalmóloga, he pasado por seis hospitales y me he encontrado en minoría. Además, yo creo que la mujer no tiene que renunciar a su feminidad para estar en un puesto de trabajo y el hecho de ser rubia y de ojos azules, un poco dulce, siempre tratando de conciliar y delegar, quizás se ha entendido como que tenía aspecto de persona débil. Y he tenido que demostrar más.
-¿En qué sentido?
-Mi vida profesional la he vivido como una lucha; he tenido, además, ciertas aspiraciones, alcanzar jefaturas clínicas, progresar profesionalmente, y cuando empiezas a despuntar te vas encontrando con techos de cristal.
-¿Ha sentido que la podían tachar de ambiciosa con una connotación negativa?
-En mi caso no, al contrario, creo que no se han dado cuenta y cuando se han girado han dicho: «que viene, que el cargo es para ella». Y ahora, con la edad, te vas haciendo respetar, pero estando en la residencia en La Fe, con veinticinco o veintiséis años, me subía el pelo en un moño para parecer más mayor. Me ha pasado de estar 'historiando' a un paciente y que me dijera: «¿cuándo viene a verme el doctor?». Yo me enfadaba, pero no crea que es cosa de la historia, que el otro día una residente vino diciéndome que había un paciente que no quería que le viera una mujer. Siglo XXI. La sociedad todavía tiene que cambiar muchísimo, educar a la población y a las mismas mujeres, que somos enemigas de nosotras mismas. Y, en casa, avanzar. No vale: «¿me ayudas a hacer la cena?». No. «¿Hacemos la cena?». Y conjugar el verbo cooperar.
-¿Por qué ha querido ascender?
-Pues, no sé, es que yo siempre huyo hacia adelante, me gusta hacer cosas, quizás con un puntito de hiperactividad. Además, tengo a mi lado un hombre maravilloso que no ha parado de empujarme. Y me dice: «tú adelante». Sin mi marido no hubiera podido hacer muchas de las cosas que he hecho, como le pasará a muchas mujeres. Hay hombres buenos que creen en nosotras, y eso debería ser lo normal.
-Entró en el Colegio de Médicos hace casi cinco años, ¿cómo ha cambiado usted en este tiempo?
-He aprendido muchísimo. Esa es otra de las cosas que me gusta. Ahora puedo hablar en público de temas que no son la oftalmología, charlo con compañeros de otras especialidades, mi mente de médico se ha abierto a otras cosas, he conocido a gente muy interesante y, no sé si se me nota, pero me gusta todo lo que hago. También ha habido tragos agrios y batallas, pero tengo asumido que va con el cargo.
-¿Cómo se ha enfrentado a esos momentos duros?
-Me he encontrado con personas maravillosas y otras no tan buenas. Había aquí muchas rémoras, y se han generado protestas, pero he tenido a gente a mi lado que me ha ayudado.
-Sí, pero usted es la que ocupa este despacho. ¿Sufre la soledad del líder?
-Eso no. Sola no me encuentro porque, aunque ahora vea que las dos puertas están cerradas por la entrevista, siempre las tengo abiertas. Yo delego muchísimo, y no por ello uno tiene que pensar que ha perdido autoridad.
-¿Tiene la capacidad de ver en qué es bueno cada uno?
-La estoy aprendiendo porque creo que eso es la esencia de un líder, conseguir que los demás hagan lo que tú quieres y que, además, estén contentos. Un líder debe ser valiente y buscar el bien mayor, aunque en eso estoy en un entrenamiento. No me considero para nada una líder, lo que hago es intentar hacer las cosas de la mejor forma.
-¿De pequeña ya despuntaba?
-No, yo de niña era una empollona, literalmente; me he dedicado a estudiar toda mi infancia y mi adolescencia. Fíjese, respecto a lo que hablábamos de comentarios que tenemos que soportar, y que las propias mujeres nos hacemos: de todas mis amigas, fui la última en casarme, y había quien me decía que no iba a encontrar a nadie porque no salía.
-¿Quería ser médico?
-No. Mi vida no ha sido una línea recta, he ido dando bandazos, por eso yo siempre les digo a los jóvenes que cuando una puerta se cierra otra se abre.
-¿Por qué?
-Mi padre era aparejador, y yo quería serlo también. O arquitecto. De hecho, hice COU con dibujo técnico. Cogía los pinceles de mi madre, que le encantaban, y recuerdo que el profesor me decía: «Hurtado, mucha mano y poca técnica». Yo era más espontánea. Pues mis amigas estaban todas queriendo hacer Medicina y ese verano me entró una duda tremenda. Hicimos limpieza en una casa antigua que tenemos en el pueblo y me encontré una orla de 1898 de mi tatarabuelo, que había sido médico de pueblo. Fue como el destino. Hay una frase que dice: «nacemos con unas cartas, la vida te las va barajando y tú juegas». Como soy muy indecisa, a última hora quise matricularme en Arquitectura y el plazo de preinscripción se había cerrado ya, y todavía permanecía abierto el de Medicina. Ya entonces había 'numerus clausus' y yo había sacado matrícula de honor global en COU.
-¿Y qué tal?
-Al principio decía: «me he equivocado de carrera, yo me salgo». Pero seguí aguantando.
-Y seguro que sacando notas buenísimas.
-No, ahí di un bajón porque a mi padre le diagnosticaron con 55 años un cáncer y ese año me suspendieron todos los segundos parciales. Fui a septiembre con las asignaturas completas. Ese verano me encerré y lo saqué todo, pero mi padre falleció el siguiente febrero.
-¿Le marcó su muerte?
-Muchísimo. Me acuerdo que en el examen de oftalmología yo podía haberme quedado a subir nota y me fui. Mire cómo estaba de derrumbada. Ese expediente académico me ha perseguido a lo largo de los baremos, y he tenido que ir haciendo puntos por otros lados para levantarlo... Quién me iba a decir a mí que finalmente oftalmología iba a ser mi especialidad; aquel día yo solo quería meterme debajo de una piedra.
-¿No tenía claro qué iba a hacer?
-Yo quería ser psiquiatra, saqué el 211 de toda España el tercer año de presentarme al MIR, pero la plaza que había en el Clínico la eligió otra persona que iba delante de mí. Podría haberme ido a Barcelona, pero me pesó mi familia; había hecho una piña con mis dos hermanos y mi madre, porque mi padre ya no estaba. Mi siguiente especialidad en la lista era una médico-quirúrgica. Y vi que el número 43 de toda España había cogido la primera plaza de oftalmología en La Fe, que estaba a diez minutos andando desde mi casa. Quedaba solo una plaza por coger. Bueno, me casé con el 43 (ríe).
-La historia es bonita.
-Y no ha acabado. Nos fuimos los dos al paro cuando acabamos el MIR. Hemos formado siempre un equipo, nos decidimos aceptar un trabajo en Tarragona, y nos casamos. Luego él consiguió volver al Arnau de Vilanova, y dejé todo. Cuando consiguió plaza en Elche renunció para que yo pudiera tener trabajo. A los dos meses de tener la plaza en Elda me salió positivo el test de embarazo. Iba y volvía, y me daba tiempo, después de agotarse la baja maternal, de recoger a mi hija de la guardería. Así estuve siete años, y por el camino tuve a mi otro hijo. Recuerdo que siempre que uno de los dos se ponía enfermo me llamaban a mí, a la madre, y yo les pedía que avisaran al padre, que estaba más cerca. Me quedaba con un sentimiento de mala madre… Intentaba consolarme pensando que les daba menos horas, pero «las que les doy son de una calidad…». Llegaba agotada y aún así me entregaba a tope. A los siete años, cuando sacaron los traslados, fui el número uno y volví a La Fe.
-¿Qué significó para usted volver?
-Un trauma. Arrepentida, con presiones... desplacé a un interino y fui castigada a ver urgencias durante varios meses, sin consulta, sin operar. He peleado mucho, y sigo peleando. Yo tengo la teoría de que cuando sacas la cabecita te la intentan cortar. Después llegó esto. Contaron conmigo para la candidatura, yo iba a las reuniones como todos y, un día, prácticamente por unanimidad, me propusieron a mí. Nunca me postulé, pero como nunca digo que no… y al principio me arrepentí un poco.
-¿Qué motivos tiene para decir siempre que sí?
-Será algo que me empuja. No crea que es un afán de protagonismo, yo lo que quiero es vivir la vida intensamente, y que no me quede nada por hacer. Que nunca tenga que decir: «podría haberme presentado al colegio de médicos». Qué triste mirar para atrás y pensar en lo que hubiera sido y no fue, ¿no?. Por eso no quitaría nada de lo que he vivido.
-¿Nada?
-Solo daría marcha atrás en dos cositas: tengo la sensación de que a mi padre no lo acabé de vivir bien porque estaba estudiando, y a mi madre me la he perdido también trabajando, porque ahora tiene demencia senil; no sé en qué momento, me di cuenta de que ya no era la misma. Ahora saco un día a la semana para comer con ella. Porque además, sigo trabajando, que me encanta lo que hago, con toda la presión asistencial, que yo ayer me vi veintisiete pacientes y mañana tengo tres operaciones.
-¿Sus hijos han tomado su mismo camino?
-Mi hijo ha estudiado Biotecnología, mi hija Medicina, y me pidió que renovara en el cargo para que pudiera asistir a su graduación, así que había una motivación personal extra. Sin embargo, no quiere hacer Oftalmología, quizás porque cuando eran pequeños, con ese afán que teníamos de progresar en técnicas, nos grabábamos en DVD y cuando volvíamos a casa estaban sentaditos en la alfombra viendo los dibujos animados y se lo cambiábamos para ver una operación de ojos. Yo creo que los marcamos mucho (ríe).
-¿No les ha condicionado?
-Tienen que vivir su vida. Ellos, como dice la canción, vieron a sus padres correr en busca del Dorado. Creo que tienen que llegar donde quieran, que no sientan que tienen que estar ahí arriba, que no estén tan condicionados.
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