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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Domingo, 10 de marzo 2019, 01:21
Lleva chaqueta morada y labios a juego. Y no es casualidad el color, porque Norma Gosálvez es de esas personas que se creen a pies juntillas que el mundo se puede cambiar, que la igualdad es posible, y trabaja cada día por lograrlo desde la Fundación Alana, que ayuda a mujeres víctimas de maltrato. Gesticula, habla rápido y parece que pudiera hacer mil cosas a la vez, mientras su móvil no para de emitir sonidos, tan activo como ella.
-¿Qué es un educador social?
-Cuando elegí la carrera tenía claro que quería trabajar ayudando a cambiar las cosas, a que la gente pudiera mejorar sus condiciones de vida siempre desde la parte educativa. Me encanta mi profesión porque me siento muy a gusto trabajando en contacto con las personas. Lo prefiero a la gestión; ahora que soy coordinadora de un programa tengo mucha carga burocrática.
-Además, has tenido un compromiso con tu profesión, involucrándote en el colegio.
-Cuando acabamos la carrera éramos un grupete de amigas que íbamos a cualquier charla o actividad que se hiciera, pero al mismo tiempo me planteé por qué estaba pagando la colegiación, porque pienso que la mejor forma de colaborar en cualquier cosa es ofreciendo tu tiempo. Empecé dando una charla sobre lo que yo hacía en aquel momento en un centro sociolaboral de la Malvarrosa, y cada vez me fui involucrando más hasta llegar a la junta.
-Ahora trabajas con mujeres maltratadas. ¿Cómo gestionas sus propias emociones cuando está en contacto con problemas tan graves?
-Ha sido un aprendizaje, es cierto que he tenido que aprender a cuidarme como profesional, pero no puedo dejar de ponerle emoción y pasión a todo lo que hago. Esa vinculación me permite que el trabajo sea fructífero. Cuando viene la gente la recibimos con un abrazo, una sonrisa, con contacto físico. Si vamos a hablar de algo tan íntimo y al mismo tiempo tan doloroso como es que hayas vivido una situación de violencia de género, tienes que notar que tu situación importa.
-¿Pones una barrera en la que digas: «Aquí empieza mi vida privada»?
-Nuestra implicación es grande. Quizás me he metido en el cine y no voy a contestar porque estoy viendo una película, pero si alguna de las mujeres ha tenido una urgencia y me mandan un whatsapp alguien la tiene que ayudar. Con unas palabras de sosiego, dándoles pautas de ayuda. Hay casos muy delicados y es importante estar ahí echándoles un cable. Le pongo un ejemplo. El jueves salía de prisión después de tres años un maltratador y el niño está con su padre este fin de semana. La mujer no puede quedar desangelada, tenemos que hacerle un par de llamadas, que sepa que estamos ahí.
-¿Qué has aprendido de ellas?
-De ellas he aprendido un montón: la fortaleza que puede llegar a tener una persona, que nos podemos reinventar de cero a cien, mujeres que luchan contra viento y marea y ahora están en el sitio que querían estar. Me han enseñado que tenemos mucho dentro para dar a los demás, o cómo valoran las cosas de la vida a las que los demás no les damos importancia. Me emociono, porque este año perdimos a una de ellas.
-¿Llegas a pensar que tenía otra oportunidad? ¿Que algo más se podría haber hecho?
-Por supuesto.
-¿En qué momentos consigue desconectarse de su realidad diaria?
-Me gusta el jardín, cocinar, y al menos una vez al mes necesito regresar a mi pueblo, Teresa de Cofrentes, y conectar con la tierra. Llegar, estar con mi gente, charlar, me hace desconectar, poner la mente a cero. No podría hacer meditación o yoga, mi cabeza estaría pensando, organizando. Creo que mi hiperactividad se ha ido agudizando con los años (ríe). Y cada x tiempo necesito irme al Camino de Santiago.
-¿Crees que vale la pena para resetear?
-Es muy recomendable para todo el mundo. Me acuerdo del día que me estaba duchando y en ese momento pensé: «si el camino a mí me aporta tanto, ¿por qué no ir con ellas?». Así que lo puse en marcha, y es un proyecto muy chulo de empoderamiento y participación, donde son ellas quienes deciden qué recorrido van a hacer, qué personas participarán, recaudan fondos para ir. Y el impacto es muy elevado.
-¿Por qué Norma?
(Ríe) Mis padres fueron bastante innovadores, y yo me alegro de que tuvieran la valentía de ponerme un nombre poco común.
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