![Los orígenes humildes de Rafael Tamarit, el arquitecto de las tiendas Lladró](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/06/1477019376.jpg)
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Dice Rafael Tamarit que cualquier orgullo por su genial trayectoria en el mundo de la arquitectura lo traslada a lo que ha podido hacer por los demás, sobre todo por sus hijos. Ver, por ejemplo, a su hija convertirse en arquitecta después de una carrera ... en Boston. O comprender que, aunque su padre no pudo ver a su hijo convertirse en un reconocido profesional, ¿quién sabe? Desde algún lugar puede haberlo disfrutado. Tamarit, que se llamó Rafael porque una vecina, allí en el zaguán del edificio de la calle Tomassos donde nació, le dijo a su madre que tenía «cara de Rafelet» estaba destinado a hacer cosas grandes.
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Begoña Clérigues
Primero, porque fue responsable del interiorismo de muchos comercios históricos de la ciudad, como Don Carlos o Tivoli, Nuevo Centro y de las tiendas Lladró que se abrieron por todo el mundo, desde Nueva York a Tokio. Además, se convirtió en uno de los artífices de la Escuela de Arquitectura de Valencia, y por sus aulas han pasado reconocidos profesionales, como Santiago Calatrava, a quien recuerda muy bien.
Sentado en una cafetería del barrio donde vive, en Jaume Roig, a la que acude a tomarse una copa de vino blanco, «verdejo, que es el que más me gusta», cuenta cómo a sus 85 años todavía sale a andar seis kilómetros por la mañana y seis por la tarde. Pero no se va al río, le gusta hacerlo por las calles de Benimaclet hasta llegar a Alboraya, o hacia Marxalenes, porque prefiere ver edificios y hacer fotos, con esa querencia hacia la arquitectura que le viene por defecto, y convencido de que la edad es sólo un número en el que le cuesta reconocerse.
Padre de tres hijos, sólo la mayor, Susana, heredó la vocación por la arquitectura, y en un artículo dedicado a su padre le definía como una persona «entregada a tantas cosas y de una forma muy intensa», un apasionado de Estados Unidos, que gracias a los Lladró conoció muy bien. Ahora, Rafael Tamarit se define como una persona «afectuosa y cariñosa», que le gustaría vivir unos años más para ver crecer a sus nietos.
Recuerda sus orígenes humildes, cómo en su época de estudiante en Madrid era vecino de Massiel y Conchita Piquer, realquilaba habitaciones en su piso de la Gran Vía y dibujaba en revistas de cómic para poder sobrevivir y ayudar a su familia después de que su padre muiriera en un incendio en su taller de motocarros.
Rafael Tamarit muestra el libro que Javier Domínguez dirigió sobre él, donde se le define como uno de los grandes arquitectos valencianos del siglo XX y él ríe con algo de nostalgia, pero feliz, porque ha podido disfrutar del reconocimiento de los suyos.
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