MARÍA JOSÉ CARCHANO
Valencia
Sábado, 13 de julio 2019
Pipo Arnau levanta la persiana de la tienda con el hábito de quien lo ha hecho miles de veces durante décadas. De quien convirtió esas cuatro paredes en la calle Alicante, con esas feas vistas al muro de la estación del Norte, en un lugar mágico donde quienes tenían pasión por el deporte podían soñar en meter más goles o más mates, aunque fuera en el partido con los amigos. Qué difícil para él saber que sube la persiana como en tiempo de prórroga, con el partido ya perdido. «Mañana vienen a llevarse todo lo que queda», dice. Unos pares de zapatillas aquí y allá, muchas cajas y estanterías vacías son testigos mudos no solo del final de la mítica tienda de deportes valenciana, donde uno podía coincidir, por ejemplo, con Ayala o Pellegrino hablando de vida y milagros, sino del cierre de una época. «Ya no queda en el centro más que franquicias y restaurantes», explica con fatal resignación quien se ha definido a sí mismo como un tendero.
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-Ha cerrado. ¿Por qué? ¿Por qué ahora?
-Hemos pasado del tú a tú, del comercio de proximidad, a que ahora solo se compre por Internet, y como mucho vienen a probarse zapatillas que después pedirán online. Hemos tenido una merma bestial en los últimos años y, como además, ya tengo unos años, he decidido cerrar antes de que me cierren. Ahora mucha gente me para por la calle y me dice que no lo haga, que dónde irán a comprar. Pero yo pienso que si todas esas personas hubieran venido más a la tienda no estaría ahora bajando la persiana.
-¿Ha sido duro?
-A todo el mundo le digo lo mismo. Salgo llorado de mi casa. Estoy feliz porque tengo proyectos, porque la vida no se acaba aquí, porque aunque haya sido algo que he hecho tan a gusto, tengo que darme cuenta de que había llegado el momento de pasar página.
-¿Cómo consigue alguien, desde una modesta tienda de deportes, convertirse en un referente?
-Yo he sido muy competitivo siempre, y en todo lo que he hecho me hubiera gustado ser el mejor. Recuerdo que cuando empezamos, allá por los sesenta, habían una tienda de deportes en la calle de la Paz que se llamaba Altarriba, y un dependiente fanfarrón que había entonces me dijo: «os queda mucho para que lleguéis a ser como ellos». Para mí aquello se convirtió en un reto, ser el mejor. Y lo conseguimos.
-En su caso, ¿ha habido alguna forma de conseguirlo?
-Ser trabajador, serio, honrado, tratar muy bien a la gente, ser una persona extrovertida, el tú a tú. La tienda, además, ha sido un centro de reunión de gente del fútbol, del baloncesto. También ha valido la perseverancia, el sacrificio. Por contra, ha habido un lado negativo, y es que durante una primera parte de mi vida valoré, por este orden, la tienda, el baloncesto y la familia. Luego cambié las prioridades y la familia pasó a segunda posición. Como mucho, me he ido de vacaciones tres o cuatro días, y eso ha repercutido en el tema de la sucesión; tengo dos hijos, una es periodista, el otro es artista, poeta, traduce libros… pero ninguno ha querido saber nada de la tienda. Mi ilusión hubiera sido que hubieran seguido, pero no les podía poner una pistola en la cabeza. Sí les influí en la pasión por el deporte que vieron en mí. Mi hijo estuvo incluso en Estados Unidos jugando, mi hija compitió. Yo a todo el mundo se lo digo, que huelo a deporte, que me gusta, lo siento.
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-¿Ellos vieron ese sacrificio como algo negativo?
-Si yo lo entiendo también, hay otras vidas. De hecho, me separé de mi mujer, con quien tengo una relación bestial porque nos queremos muchísimo, y hace poco me dijo: «¿Tú sabes qué nos separó a nosotros? La tienda». Me quedé de piedra. Ahora, le digo una cosa. Creo que he sido feliz y he hecho en mi vida lo que más me ha gustado.
-Una de sus pasiones fue el deporte. El baloncesto. ¿De dónde le vino?
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-En mi casa mis padres nos empaparon de deporte desde pequeños; mi padre jugaba en un club de señores mayores que con cincuenta años lo daban todo, y yo tuve el privilegio de jugar con ellos. Él, que era una persona impuntual, cuando quedábamos a jugar, diez minutos antes ya estaba esperándome con la bolsa preparada. Se lo pasaba en grande. Y mi madre también, jugaba a baloncesto en el instituto Luis Vives.
-¿Usted no quiso intentar ser deportista profesional?
-Yo fui de los primeros en cobrar. Pero me ofrecieron irme a La Coruña y pudo más la balanza de la tienda. De hecho, mi hermano sí se fue, aunque estuvo solamente un año, porque su prioridad era estudiar Derecho y se convirtió en un abogado muy bueno. Mi sobrino, que también ha sido profesional, en su caso del fútbol, se vio influido por mi hermano, que le incitó a estudiar una carrera, costara lo que costara. Ahora es abogado también. O mi sobrina, que fue campeona de Europa con el Dorna Godella.
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-No quiso separarse de la tienda, ni de Valencia.
-En realidad me siento más mediterráneo que valenciano. El mar para mí tiene un hechizo especial, y cuando tengo un momento duro me voy a la playa. Si hay olas mejor, me aplacan muchísimo. Los valencianos no lo valoramos lo suficiente, yo creo.
-Tendrá muchas anécdotas de todos estos años.
-En Valencia, hace unos siete años, cené un día con Michael Jordan. Demostró ser una persona divertida y cercana, a pesar de ser un deportista de la talla de Rafa Nadal, Pau Gasol o Carl Lewis. También me invitaron al último partido que jugó Magic Johnson con los Lakers en París, y después, a un paseo por el Sena, y él y el resto de jugadores nos sirvieron la comida. No me lo podía creer. Soy socio fundador del Valencia Basket, he visto varias Copas de Europa, en las Olimpiadas vi jugar al 'Dream Team' en primera fila. Y esas cosas me las ha traído, simplemente, la tienda.
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-Ha podido vivir muchas cosas. ¿Se ha sentido privilegiado?
-Esas situaciones han permitido equilibrar la balanza con otras más difíciles como no vivir, por ejemplo, la infancia de mis hijos. Es que soy Libra.
-¿Le da vértigo el futuro?
-Por supuesto. Pero sé lo que no quiero. Todavía no tengo claro lo que quiero, pero ya voy descubriendo cosas. Por ejemplo, a partir de septiembre voy a hacer teatro. De alguna forma he hecho toda mi vida, en la tienda, como una manera de desenvolverse, de actuar. Además, quiero montar una escuela de básket en Torrefiel. Al gimnasio quiero seguir yendo todos los días. Eso sí, ni dominó ni comidas. Nada que crea que degrade mi cuerpo y mi mente.
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-¿Se ha cuidado?
-Sí, nunca he fumado, y beber solo de vez en cuando. El deporte me ha dado constancia. He sido una persona que si me he comprometido, a muerte. Con la tienda también he sido muy disciplinado. En otras cosas no, he sido un desastre.
-¿Siente que el paso del tiempo ha ido mermando sus capacidades?
-Con el tiempo he perdido la fuerza. Ya no puedo hacer lo que hacía antes. Por ejemplo, hubiera podido hacer una web, vender online, pero ya me planté. Para mí, las nuevas tecnologías son signo de otra época.
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-¿Cree que un proyecto tan personal tenía que nacer y morir con usted?
-De hecho, ha venido gente a intentar un traspaso y me pedían que me quedara, que la gente no iba a venir si no estaba yo. Pero no.
-A pesar de que diga que sale de casa llorado, la verdad es que parece haber pasado página sin problema.
-Tengo claro que quiero transmitir alegría y diversión. Estoy para volver a empezar, la ilusión no la he perdido nunca, por tener cosas que hacer que me gusten. No conozco lo que es soledad, estoy solo a veces porque me apetece. Y mira que mi vida no ha sido fácil, porque después de veinticinco años separado me casé con otra chica. Fue una historia preciosa porque estaba enamorada de mí desde los catorce años, pasaba por delante de la tienda y dice que yo no le hacía ni caso. Nos reencontramos en el pabellón de la Fuente de San Luis y me casé con ella.
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-Qué bonito.
-Pues esa es la gran pena de mi vida porque a los cuatro o cinco años murió de cáncer. Pero bueno, he intentado pasar página, porque ella sigue aquí -se señala el corazón-. Hace cuatro años de aquello, se fue, pero la enfermedad la pasamos los dos, porque es muy duro vivir un cáncer y ver cómo una persona se apaga a tu lado.
-¿Qué más le ha sorprendido de todo lo que le ha pasado en los últimos meses?
-Si le digo la verdad, lo que más me sorprende es la cantidad de cosas que me han surgido, quizás por lo que he sembrado en mi vida. Además, con la sensación de que no me invitan por quedar bien, sino porque veo que les hace ilusión. Me siento querido, además de verdad. Yo te digo que no es verdad eso de que la gente solo tiene tres o cuatro amigos. Yo tengo muchos y buenos, de los que nos miramos a los ojos, nos abrazamos. Me siento agradecido a la vida, que me ha dado muchas cosas.
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