Dulce Iborra aprendió varias cosas trabajando con Pepe Remohí y Antonio Pellicer en el Instituto Valenciano de Infertilidad. La primera, que su aportación era muy ... importante en el éxito del proyecto. La segunda, que ella podía ser una emprendedora, algo que jamás hubiera imaginado. «Irme fue un duelo porque dejaba atrás una familia enorme, pero por otra parte me fui muy empoderada». Ella, que nunca se distinguió por ser una estudiante especialmente brillante con su dislexia y su TDAH. «He sido muy curiosa y sabía que estudiaría periodismo o literatura, pero no tenía ni idea de lo buena que podía ser en comunicación», explica Dulce, que después de sus años en el IVI decidió crear su propia agencia, a la que llamó La Embajadora, y que a finales de 2024 tomó la decisión de internacionalizarse, de ir en busca del sueño americano. «Veía que en EE UU, que es puntero en medicina reproductiva y en biotecnología, no trabajaban bien la comunicación, y pensé que podía tener la oportunidad de explorar el mercado».
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Sabe que sin el apoyo de su familia no hubiera sido posible ese salto atlántico, que duró en una primera toma de contacto cuarenta días en Miami. «Yo soy una persona muy independiente que me lo veo todo hecho», asegura. En el camino, se han sumado otras dos valencianas, la periodista, Susana Lluna y la informática Nuria Lloret, y las tres han creado una empresa en Estados Unidos porque ya que sueñan, lo quieren hacer a lo grande.
La comunicadora, que está a punto de volver a coger un avión camino de Las Vegas, cree que las expectativas se están cumpliendo con creces. Esta aventura es «la demostración de que sólo podemos tener éxito con la ayuda de las demás personas, porque he tenido una red de apoyo no sólo a nivel familiar», sino para triunfar en su periplo en Estados Unidos. «Cualquiera que conocía a alguien que me pudiera atender se ha volcado para que eso sucediera».
A Dulce Iborra salir afuera le ha cambiado más de lo que pensaba. «Ahora creo que soy más europea que un mercadillo». Por eso tiene claro que nunca va a desvincularse de Valencia, pero también sabe que lo más inteligente es quedarse con lo mejor de ambos mundos. «En EE UU nos dijeron que éramos más americanas de lo que pensábamos, y no sé si es un piropo o un insulto», ríe.
Todavía recuerda sus temporadas en Inglaterra y en Holanda cuando era estudiante, y la sensación de que, tras tener familia e hipoteca, era ya muy complicado explorar la posibilidad de residir fuera de España. «Vivir esta aventura ha sido de alguna manera volver a decirme a mí misma que no existen los límites, y animo a quien no se atreva a que lo haga, porque se puede. Mi marido dice que yo soy como la hormiga atómica, que cada vez que quiero hacer algo van todos detrás. Quizás sea la consecuencia de mi TDAH». Y si tiene que desear algo para sus hijos, es «la seguridad y el respeto hacia uno mismo y hacia los demás. No juzgar es más importante que ser educado, porque no te hace ser más feliz».
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