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ELENA MELÉNDEZ
Valencia
Viernes, 19 de octubre 2018, 02:02
En el verano de 2017 Arancha Pérez Pous buscaba un destino de vacaciones que cumpliera con algunos requisitos: no debía albergar demasiados turistas, querían disfrutar de la playa y la montaña y que sus tres hijos pudieran practicar francés, el segundo idioma que estudian en el colegio. La elección fue un viaje familiar de ocho días por la Provenza.
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La primera etapa en coche llegaron hasta Besalú, en Gerona, un pueblo medieval con puente fortificado, judería y un monasterio, el de Sant Pere, que data del siglo XVII. Al día siguiente partieron rumbo a Saint-Rémy, donde tenían alquilada una casa en la que pasaron la primera parte del viaje. «La casa tenía mucho encanto, la típica construcción de la zona con las ventanas pintadas en azul. En una planta estábamos nosotros y en otra una familia francesa. Los niños salían a coger frutas cada mañana», explica la arquitecta.
Allí pasearon por sus calles de cuento, comieron queso y bebieron vino en las numerosas tiendas delicatesen y visitaron el Chateau d'Estoublon, donde el protagonismo lo toma el castillo del siglo XVIII rodeado de un jardín de rosas y de varios senderos con árboles centenarios y un estanque. «También fuimos a Aviñón, que fue sede papal en el siglo XIV y donde todavía se conservan las huellas del esplendor del pasado».
Una de las sorpresas del viaje tuvo lugar en Les Baux de Provence, el pueblo medieval donde visitaron la Carrières de Lumières. Se trata de un espectáculo multimedia obra de Marc Chagall en el que se proyectan, a través de setenta cañones, miles de imágenes de obras de arte en el interior de una cantera de piedra caliza abandonada. Una proyección de diapositivas que se sincroniza con una banda sonora compuesta para acompañar la exhibición. «Cuando entras está todo oscuro y, de repente, empiezan a aparecer obras de arte por todas partes. Es hipnótico, sobrecogedor, una de las cosas más bonitas que hemos visto». Los baños en el mar tuvieron lugar en Camarge, una zona de costa con un importante centro ornitológico donde pudieron ver pelícanos.
La siguiente parada de su viaje fue Gorde, un pequeño pueblo ubicado en las colinas de Vaucluse famoso por las calles adoquinadas y las casitas de piedra blanca. Tomándolo como base visitaron diferentes enclaves como Lacoste, la tranquilla villa donde el Marqués de Sade residió en un castillo que tiempo después adquiriría el diseñador Pierre Cardin. También fueron a Roussillon, donde pudieron recorrer el Sendero de los Ocres o conocer la primitiva iglesia de San Miguel, que data del siglo XI. «Nos parecieron fascinantes los alrededores de este pueblo que está considerado como uno de los más bonitos de Francia. En el paisaje de color terracota puedes distinguir hasta cien matices de tonos amarillos, rojos, marrones y rosas».
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En l'Isle sur la Sorgue descubrieron uno de los centros de antigüedades más visitados del mundo. Allí, el día de los anticuarios, la calles son tomadas por cientos de puestos y personas de todo el mundo que acuden en busca de tesoros.
Fue en Eygalières donde repitieron paseos y aperitivo en el bar del pueblo atraídos por su fantástico mercadillo de productos típicos y su autenticidad, «allí pasan el verano franceses que van desde hace muchos años. Nuestra idea es tener la sensación de veranear en un sitio, no hacer turismo. Nos gusta involucrarnos en el día a día de los lugres a los que vamos, visitar el mismo bar, conocer a algunas personas del lugar».
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