ELENA MELÉNDEZ
Valencia
Lunes, 13 de agosto 2018, 20:26
Viajar a Sudáfrica era una asignatura pendiente para Daqui Gómez y Mavi Sales, de ahí que, cuando el pasado año decidieron casarse, se decantaran por este destino. En principio pensaron hacer un viaje con una ONG, lo que le atribuiría además un componente solidario, pero por cuestión de tiempos no pudo ser. «Queríamos conocer la historia del pueblo sudafricano, un lugar que a ambos nos resulta fascinante; ver a los animales en su hábitat natural, los parajes y las selvas vírgenes. Teníamos, por ejemplo, mucho interés en colaborar con la reserva de pingüinos en peligro de extinción ubicada en Cabo de Buena Esperanza», explica este experto en elegancia y protocolo.
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Tras un largo vuelo con escala en Riyadh, llegaron a Johannesburgo. Les aguardaba un día lluvioso. Se trata de la ciudad más grande y poblada de Sudáfrica, considerada la capital financiera. Sin embargo, a ellos les pareció un lugar gris cuyo mayor atractivo es la casa donde creció Nelson Mandela. Al día siguiente partieron hacia el Parque Kruger, reserva natural de más de 350 kilómetros de extensión en la que numerosas especies campan en libertad. Levantarse a las cuatro de la mañana tuvo para ellos la recompensa de ver de cerca a los llamados 'cinco gigantes': el búfalo, el elefante, el león, el leopardo y el rinoceronte, las cinco especies que se representan en los billetes del país. «Hay que ir acompañados de guías y con la máxima precaución. Nos impresionó ver a los animales en estado de libertad, los elefantes demostrando su fuerza bruta, las jirafas caminando a sus anchas... Te sientes un poco como en Jurassic Park, traspasas una puerta y estás en otro mundo». Esa noche se hospedaron en el Hulala, hotel con aspecto de cabaña dotado de una terraza que baja directamente a un jardín y un lago. Se trata de un lugar exento de las comodidades de la era actual pero capaz de sumergirte de lleno en el estilo de vida local.
La siguiente estación de su viaje los conduciría a Pretoria, la ciudad que alberga el poder ejecutivo. Allí callejearon e hicieron algunas compras antes de continuar su trayecto hasta Ciudad del Cabo, en opinión de Daqui y Mavi un destino precioso, lleno de vida y rodeado de naturaleza. Para hacerse una idea general de lo que ofrece esta urbe subieron hasta uno de los miradores, al que se accede a través de un teleférico que da vueltas. «Desde allí vimos la costa, las montañas y los cabos. Paseamos por el barrio Bo-Kaap. Todas las casas están pintadas de colores y da mucha alegría. Comimos junto a la playa viendo la reserva de pingüinos, que es impresionante, y fuimos en barco hasta una isla donde estaban las focas sueltas», recuerda Daqui.
Guardan con especial cariño una muñeca comprada a una organización que trabaja para impulsar la inserción social de niñas sudafricanas, elaborada por ellas mismas.
Disfrutaron durante el viaje de una gastronomía influida por las culturas holandesa, inglesa y portuguesa en la que el pescado fresco y el embutido local son los ingredientes estrella. «Nos llamó la atención la calidad del pan y de los vinos. Incluso fuimos a una bodega e hicimos una cata. Hay grandes vinos sudafricanos». Para ellos la influencia extranjera está muy clara también en la arquitectura. Y es precisamente visitando diferentes barrios cuando constataron que sigue habiendo discriminación. «Todavía existen barrios de negros y barrios de blancos; no está escrito en ningún sitio, pero es algo que uno advierte enseguida». Les llamó mucho la atención la importancia que allí da la gente al tiempo por encima de las posesiones: «Conceden más valor a disfrutar de lo que tienes que al hecho de acumular. Bailan mucho, los niños juegan en las calles... Se percibe felicidad hasta en las zonas más pobres».
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