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Mercedes NAVARRETE
Granada
Lunes, 24 de octubre 2022, 11:43
La aparición de un brote de viruela ovina y caprina, una enfermedad que llevaba erradicada en España desde 1968, se ha convertido en una auténtica pesadilla y ruina económica para los ganaderos de la comarca de Baza, donde se han sacrificado a 2.800 animales ... hasta el momento y 14.260 ovejas permanecen confinadas en las 240 explotaciones que están en el radio de seguridad de diez kilómetros establecido por la Junta para tratar de frenar la expansión del virus.
La viruela aparecía en Benamaurel el pasado 19 de septiembre, en una explotación de 314 ovejas y once cabras. Desde entonces se ha extendido a nueve focos, en Baza y Benamaurel, el último esta misma semana.
Las autoridades europeas están preocupadas por los brotes de la zona norte de Granada y de Cuenca, que han hecho a España perder el estatus de país libre de viruela ovina y caprina ante la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), lo que supone un golpe para las exportaciones. Además, a pesar de que autoridades sanitarias insisten en que se trata de una enfermedad no zoonótica, que en ningún caso se transmite al ser humano, los productores de ovino temen un desplome de las ventas. La preocupación de cara a la campaña de navidad, es máxima.
Desde la confirmación del primer foco, la consejería de Agricultura, Pesca, Agua y Desarrollo Rural de la Junta actuó «con rapidez y diligencia» activando el protocolo de prevención y control contempladas en el Reglamento delegado (UE) 2020/687 con medidas como el sacrificio de los animales, la eliminación de los cadáveres en plantas de transformación, la limpieza y desinfección oficial de las explotaciones y el establecimiento de zonas de protección, con refuerzo de medidas de bioseguridad y vigilancia en las explotaciones.
El ganado, en un perímetro de diez kilómetros desde los focos, debía estar inmovilizado desde el primer día. Sin embargo, si algo ha dejado claro la pandemia de la covid, es que la insolidaridad o inconsciencia de una sola persona puede agravar de manera exponencial la situación. Y en este caso la clave de la expansión del virus es que el ganado ha seguido saliendo a pastar en un contexto en el que el precio de los piensos y forrajes se ha disparado y los ganaderos veían imposible asumir los costes económicos de la alimentación. El mero hecho de transitar los mismos caminos ha extendido los focos.
Por eso, la semana pasada ha marcado un punto de inflexión. Los responsables de la consejería de Agricultura de la Junta, encabezados por el director general de la Producción Agrícola y Ganadera, Manuel Gómez Galera y la delegada en Granada, Celia Santiago, se reunieron en Baza para insistir en la necesidad de inmovilización absoluta del ganado sano en el perímetro de seguridad de cada foco, hasta 30 días después de la desinfección.
La advertencia de que el Seprona de la Guardia Civil será inflexible en la vigilancia del ganado que circule, con multas de hasta 30.000 euros y la toma de conciencia sobre el peligro que corre una comarca con más de 180.000 cabezas de ovino y caprino, han surtido efecto. «Se le ha visto la boca al lobo y ahora sí los animales están encerrados», explica el presidente de la Asociación de Defensa Sanitaria Ganadera, José Antonio Puntas. La asociación reclamó ayudas para que los afectados puedan asumir la alimentación del ganado inmovilizado y esta semana la consejería respondía con una línea de medio millón de euros. «Serán hasta 20.000 euros por explotación. Con estas ayudas tenemos autoridad moral para pedir a los compañeros que no salgan a pastorear», concluye Puntas, que ha agradecido la rápida reacción de la Junta, además de reclamar rapidez en los pagos y otras medidas de apoyo al sector.
Las 950 ovejas, tanto las enfermas como las sanas, tenían que ser sacrificadas y no en el matadero, sino en la propia finca, para evitar riesgos en la propagación de la infección. A Pedro se le cayó el mundo encima. El rebaño estaba valorado en más de 20.000 euros, pero el ganadero ha perdido mucho más que dinero. Se ha quedado sin su medio de vida y de un plumazo se fueron a pique los años de sacrificio que conlleva conformar un rebaño.
Aunque los animales estaban sentenciados, Pedro no dejó que ninguna de sus ovejas muriera. Las alimentó y las cuidó hasta el último minuto. «¿Qué culpa tenían ellas?», se pregunta el ganadero, mientras sus ojos vidriosos delatan el vacío que le ha dejado el sacrificio del rebaño.
Trescientas de las ovejas que fueron eutanasiadas iban embarazadas. «Para mi ha sido muy duro, había borregos que nacieron a las ocho de la mañana y a las diez llegaban a sacrificarlos», recuerda. El proceso lo llevaron a cabo los veterinarios oficiales de la Junta, con estrictos protocolos de seguridad, en las propias fincas. La mayoría de los ganaderos afectados por los brotes no han soportado verlo. Sin embargo Pedro se quedó a asistir a los profesionales de la Junta, porque nadie como él conoce a sus ovejas, porque solo él lograba atrapar al macho y porque en la cara lleva escrito que es buena gente y siempre quiere ayudar.
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