antonio corbillón
Lunes, 26 de enero 2015, 11:08
Humildes campesinos asiáticos y recolectores de café colombianos se mezclan en el vídeo oficial de la Cumbre de Davos con los rostros de la política y la economía mundiales. O con los de aquellos que han cambiado la forma de entender el mundo, como el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, o su predecesor en la revolución informática, Bill Gates (presidente de Microsoft y primera fortuna planetaria). "Era escéptico a estas reuniones pero ahora sé que definen los cambios que vienen y marcan las diferencias", afirma Gates, un clásico que repite en la estación turística helvética. Son ya 45 años de reuniones que han convertido a este lugar de postal navideña en lo más parecido a la verdadera capital de la política y la economía mundial. Las decisiones tal vez se toman después en Londres, París o, sobre todo, Pekín y Washington, pero las líneas maestras se dibujan en las 280 sesiones formales y los cientos de encuentros informales que se establecen en los pasillos de Davos.
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La cita reunió hace unos días a 40 jefes de Estado y 2.500 grandes dirigentes de empresas y entidades sociales. Es una cifra similar a la del año pasado, o al anterior, pero que la sitúan una vez más por encima de cualquier cumbre de los países más ricos como el G-7 o el G-20 (el dígito indica la cifra de países invitados). Una asistencia que demuestra su poder creciente en un mundo cada vez más multipolar y dividido, y con más preguntas que respuestas a los interrogantes sobre sus grandes problemas y conflictos. Dudas y miedos que su fundador y único presidente a lo largo de la historia, el economista alemán Karl Schwab, sabe explotar para que los centros de poder esperen cada año los diagnósticos del faro económico de Davos. Otra cosa es que sus destellos logren alejar las tormentas de la economía mundial. O resuelvan los problemas sociales y ambientales.
"Al menos 100.000 líderes del mundo van a analizar y a tener presentes los mensajes. Lo que dejará Davos no es tanto liderazgo como una guía para entender los cambios del futuro", resume el consultor y director de Multimedia Capital, Antxon Sarasqueta, que lleva un cuarto de siglo midiendo los impactos de esta convocatoria. Si el año pasado el lema era Remodelar el mundo, este 2015 su equipo de marketing apuesta por El nuevo contexto global. Siempre juega a la indefinición para alimentar el protagonismo de este gran templo de la política y economía y despertar interés general.
La convocatoria de este año reflejaba un clima de ansiedad colectivo. "Los pilares de la modernidad se enfrentan a una crisis existencial. Aquí reside la gran paradoja de nuestro tiempo: estamos experimentando simultáneamente la globalización de la modernidad y una crisis de confianza en sus fundamentos", indica en su presentación el director del Equipo de Desarrollo de Davos, el economista suizo Sebastian Buckup.
Los problemas crecen. El año pasado fue el más cálido desde que hay registros. Las mayores 80 fortunas del mundo tienen más riqueza que los 3.500 millones de pobres de la Tierra juntos. China se ha estancado. El petróleo se desploma. La ciberseguridad es cada vez más compleja. El virus del ébola se ha llevado ya 8.400 vidas. Ucrania sigue en guerra interna. Y, por si faltaba algo, el yihadismo ataca el corazón de Europa y extiende el temor al islamismo radical. En resumen, cambio climático, inestabilidad política, pandemias médicas, la tecnología y sus límites, la desigualdad y el futuro de las fuentes energéticas. Demasiados peligros en la ruleta del futuro están en juego en el casino de Davos. Porque a estos seis grandes riesgos globales, los cerebros que han preparado esta cita añaden otros 22 capítulos.
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Muy lejos del ambiente del pasado año. En aquella ocasión, Bono, cantante de U2, reunió a su corte habitual en un chalé de lujo de estos Alpes suizos e invitó al mejor de los vinos que encontró a Bill Gates y otros nombres de relumbrón, mientras discutían de las disputas por unos islotes entre Japón y China o el futuro del ciberdelator Edward Snowden. La estrella de la cita fue el estreno del nuevo presidente iraní, el aperturista Hassan Rouhaní.
Se ha perdido intimidad
Este año se ha hablado, y mucho, de tecnología y democracia, y sobre por qué la primera avanza más rápido que la segunda. "El mundo de hoy es muy diferente al de hace tres años y reclama una gobernanza global. La economía y las empresas van más rápido que los gobiernos. Hace falta un mecanismo de regulación internacional", resume José Carlos Díez, broker de éxito, profesor de Perspectivas Económicas Globales en la Universidad de Alcalá y creador del Foro Global Sur, cuya primera edición se celebró hace 4 meses en Lanzarote.
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La necesidad de que una mano global regule la gestión del planeta va mucho más allá del miedo de los más poderosos. Por primera vez, los organizadores han sentado a su mesa a los que defienden a los más pobres. La ONG Oxfam Intermon copreside este año el foro porque sus gestores han entendido que "siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad no deja de crecer", explican los informes oficiales. "El mantra del crecimiento no es suficiente si no viene acompañado de un reparto más justo de la riqueza -reflexiona la directora de Justicia Social de Oxfam en España, Susana Ruiz-. Y la desigualdad siempre será un factor de inseguridad".
Algunas de las decisiones más importantes se tomaron lejos de las 280 reuniones oficiales. Los pasillos bullen incluso de madrugada frente a la quietud de un paisaje exterior helado. "Hay mucho de show y se ha perdido intimidad. Al principio apenas había prensa. Ahora hasta las paredes oyen. Se impone la puesta en escena", lamenta el gestor de foros económicos, José Carlos Díez. 3.000 policías (tocan a uno por invitado) se encargaron de que nada se moviera en Davos.
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