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Rania de Jordania abraza a la esposa del piloto Muaz al-Kasaesbeh, quemado vivo en una jaula por el Estado Islámico.
El dolor de Rania

El dolor de Rania

La reina de Jordania ha guardado en el armario los bolsos de Louis Vuitton y los trajes de Channel para plantar cara a los asesinos del Estado Islámico

irma cuesta

Martes, 17 de febrero 2015, 11:41

Cuando el grito de su padre exigiendo venganza aún resonaba, Jordania despedía a Muaz al-Kasaesbeh, el piloto quemado vivo dentro de una jaula por los yihadistas del Estado Islámico. Esa misma mañana, justo después de la oración musulmana del mediodía, la reina Rania sumó su voz a la de los miles de compatriotas que ocupaban las calles gritando de ira. Una imagen que está muy lejos de la que durante décadas se ha encargado de engordar el papel couché.

Con el pañuelo aún empapado en las lágrimas de la inconsolable viuda, la esposa de Abdalá II escenificaba entre la multitud el fin de meses de reclusión: volvía a presentarse ante el mundo sin rastro de sus trajes Chanel y los bolsos de Prada o Louis Vuitton. "Estoy aquí como cualquier otro jordano, unidos ante el horror y unidos por el dolor. Creen que nos asustan pero, al contrario, nos unen para deshacernos del mal", declaró mientras caminaba entre la gente envuelta en una palestina y recordando que un día su marido le colgó los galones de coronel honorífico de las Fuerzas Armadas que tan mal encajan con los modelos de alta costura.

"Se ha fundido con los suyos. La monarquía ha aglutinado ese sentimiento de unidad que hoy está en la calle. Es una fase muy diferente a la que le llevó a conectar con Occidente para mostrarse como icono de un país abierto y capaz; ahora toca cerrar la brecha que esa imagen ha ido abriendo con su pueblo y que los grupos islamistas han aprovechado para avanzar", asegura Mikel Ayestaran, corresponsal de este periódico en Oriente Próximo. Testigo de excepción durante los últimos años, Ayestaran asegura que después del atentado contra Charlie Hebdo y del despiadado asesinato del joven piloto, los monarcas jordanos vuelven a enganchar con su pueblo.

Rania Al Abdulá, la palestina que nació en Kuwait como Rania al Yassin hace 44 años, nunca sospechó que el destino le tenía reservado un trono por más que su vida transcurriera en tierras de las mil y una noches. Fue una sucesión de acontecimientos lo que provocó que, en su lecho de muerte, el rey Hussein aparcara de un plumazo las aspiraciones del hasta entonces príncipe heredero, Hassan, y nombrara sucesor al joven Abdalá. Como en los cuentos de Sherezade, obligado a coger las riendas, el flamante rey arrastró con él a la guapa princesa que, según los analistas, siempre encarnó a la perfección las contradicciones del país que representa; esa suerte de difícil equilibrio entre Oriente y Occidente que mantiene en pie un Estado creado después de la primera gran guerra por expreso deseo de los colonialistas europeos.

Pero, mientras Europa veneraba a Rania por su belleza y su elegancia, en esa misma pose de muñeca vestida de Dior muchos de sus súbditos han visto siempre a una mujer extravagante, con una trayectoria sembrada de sospechas de corrupción y abonada al lujo cuando en su tierra las cosas no van todo lo bien que les gustaría. Y es que Jordania, espoleada estos días por la muerte de su piloto, es un país pequeño (del tamaño de Castilla-La Mancha), con 6,5 millones de habitantes que llevan demasiado tiempo sufriendo la subida del precio de los combustibles - no solo de la gasolina, también del gas que en las casas jornadas se utiliza para cocinar- y una casi insoportable escasez de agua. Al tiempo, sus fronteras se pueblan de refugiados sirios provenientes de esa zona endemoniada en la que están instalados; un escenario difícil de recorrer sobre unos tacones de Jimmy Choo.

Aunque los problemas llegaron casi al mismo tiempo que la corona -a los transjornados, que ostentan el monopolio del ejército y las administraciones públicas, nunca les gustó su ropa occidental ni que deslumbrara al mundo con la cabeza descubierta-, fueron los aires de la primavera árabe los que consiguieron despeinar a la glamurosa esposa del rey de los hachemitas. A las puertas de una larga lista de rebeliones, poco ayudó a templar los ánimos el cuarenta cumpleaños de la soberana: 600 invitados trasladados al mítico valle Wadi Rum. Aquellos farallones iluminados y las botellas de champán corriendo de mano en mano probablemente animaron a más de un turista a conocer el país, pero también enfadaron a un pueblo empobrecido, acostumbrado a sobrevivir en medio de un campo de minas. Luego llegarían las filtraciones de Wikileaks para confirmar a una sociedad eminentemente machista que su reina ejercía no solo de amante esposa y madre: también dictaba leyes y determinaba de algún modo parte de la política internacional de su país.

Aquel año de 2010 se despidió sembrando el mundo de escándalos y revelaciones de la mano de la organización que lideró Julian Paul Assange, con Rania entrando en la década de los 40 bajo la sombra de Los Siete Pilares de la Sabiduría -la formación rocosa más famosa de Wadi Rum- y la mecha de la primavera árabe prendiendo en Túnez. Sus vecinos, hartos de no tener que llevarse a la boca y de una Policía empeñada en molerles a palos, se levantaron en armas. El resto es historia: la caída de los gobiernos de Túnez y Egipto, la guerra de Libia, el levantamiento de Siria... y, en medio de ese polvorín, los representantes de las tribus cisjordanas denunciando ante su rey que Rania hacía lo imposible para enriquecer a su familia palestina.

Todo apunta a que aquel fue el detonante; lo que obligó a la elegante reina a replegarse en su castillo del que durante casi dos años solo ha salido en ocasiones puntuales y siempre con aspecto recatado y austero, muy lejos de aquel que durante décadas le garantizaba un hueco en cualquier revista del corazón. Fue entonces, al ver ante su ventana pasar los cadáveres de más de una primera dama vecina, cuando la mujer diplomada en Administración por la American University en El Cairo decidió no seguir alimentando la ira de sus súbditos.

Libertad religiosa

Una de las pocas apariciones de Rania más allá de visitas de Estado y actos de caridad, se produjo hace pocas semanas en París en otra gran manifestación, esta vez para denunciar la masacre de Charlie Hebdo. Días después, la reina volvía a aparcar los zapatos de tacón para encaramarse a la tribuna del semanario francés L Express y lanzar un alegato en favor de la libertad religiosa y censurar cualquier ofensa al islam y a los musulmanes. "Estoy dolida por la falta de respeto hacia nuestras creencias. La mayoría de los dibujos de este tipo incitan al prejuicio en un momento en el que deberíamos promover la tolerancia y el entendimiento. Equiparar toda una religión y a sus seguidores con las acciones de una minoría es simplemente incorrecto; culpar al islam por los actos de esa minoría es prejuzgar".

En la entrevista, la renovada reina aseguraba que Jordania siempre será un santuario para quienes huyen de la inseguridad y del peligro. No es un comentario sin más. Haizam Amirah Fernández, investigador y analista del Real Instituto Elcano, especialista en los procesos de transición hacia la democracia en el mundo árabe, opina que hay un riesgo real de que este país caiga arrastrado por la sucesión de acontecimientos que convulsionan esa parte del mundo. "Jordania está en un vecindario altamente complejo, con crecientes conflictos que se conectan entre sí y que están afectando a la seguridad de un país con grandes dificultades socioeconómicas de por sí". Ese es el escenario en el que, según el investigador, el rey Abdalá se presenta como garante de estabilidad, de ley y orden; y también en el que la reina se convierte en el foco de las iras cuando llegan tiempos complicados. "Es la señal de algo que está ocurriendo: sus súbditos le piden a la monarquía que reaccione".

Definitivamente, Rania tene cosas más importantes que hacer.

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