Borrar
Urgente La juez de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso
Orson Welles.
Orson Welles, un (mal) genio

Orson Welles, un (mal) genio

Richard Burton pasaba por «un payaso con una mujer famosa» y Grace Kelly se acostaba con todo el mundo. El padre de 'Ciudadano Kane' no dejaba títere con cabeza en las conversaciones con sus amigos

ester requena

Miércoles, 20 de mayo 2015, 21:58

Año 1983. En el restaurante Ma Maison de Los Ángeles se encuentran Richard Burton y Orson Welles. El actor le comenta al genio de Ciudadano Kane que le acompaña Elizabeth Taylor y le pregunta si le importa que se la presente. "Mejor que no. Como ves, estoy comiendo. Ya me acerco yo cuando termine", zanja Welles sin apenas parpadear. El intérprete se va sin despedirse... pero el joven director Henry Jaglom sí le reprocha la grosería. Welles le responde sin rodeos: "Richard Burton tenía mucho talento y lo echó todo a perder. Se ha convertido en un payaso con una mujer famosa, en un hazmerreír. Ahora solo trabaja por dinero y hace la peor mierda".

La confidencia forma parte de una de las tantas que el propio Welles le relató a Jaglom en los almuerzos semanales que mantuvieron a principios de los 80 y en los que el cineasta no dejaba títere con cabeza. Era más Welles que nunca a sus 68 años y ya defenestrado del mundillo. Ahora, tres décadas después de aquellas conversaciones y cuando se cumplen cien años del nacimiento del genio, salen a la luz gracias al libro Mis almuerzos con Orson Welles, de Peter Biskind (editorial Anagrama). El propio Jaglom grabó sus encuentros... y Welles lo sabía. Solo le puso una condición: que no viese la grabadora. De ahí surgieron 40 cintas que se guardaron en una caja de zapatos en un garaje. Un tesoro repleto de opiniones políticamente incorrectas, de un Welles sexista, racista, homófobo, vulgar... Muchas de ellas contra el Hollywood dorado, del que revela chismorreos que hoy en día acapararían cientos de titulares, como que Grace Kelly se acostaba con todo el mundo en su camerino, "pero discretamente", al contrario que Katherine Hepburn, que proclama sus encuentros sexuales sin pudor ante desconocidos. También que Charles Laughton no "soportaba" ser homosexual o que Yul Brynner no nació en Rusia, sino en un pueblecito cerca de Zúrich donde todo el mundo se apellida Brenner, pero que no podía decir nada "porque se le vendría abajo todo el tinglado".

Por supuesto, su matrimonio con Rita Hayworth, de la que cuenta la rumorología que se enamoró al ver su foto en la portada de Life, deja jugosas perlas: "Tenía que hacer esfuerzos por follar con ella. Se había convertido en alguien tan..., en un objeto de deseo. Y ella solo quería ser ama de casa". Welles confiesa que la quería, pero que se terminó la atracción. Pusieron fin a su relación, pero ella le "suplicó" protagonizar La dama de Shangai. Y él le hizo cortarse sus tirabuzones pelirrojos y teñirse de rubio, lo que entonces se consideró una pataleta del director. "¿Por qué iba yo a querer vengarme? Yo me tiraba a todo el mundo; y eso, para una mujer, es muy duro", detalla en sus almuerzos.

Aun así, Rita no olvidó fácilmente a Welles, como le cuenta a su discípulo. Cinco días antes de casarse con el príncipe Ali Khan, la protagonista de Gilda llamó a su ex, le hizo viajar urgentemente a Roma sin darle motivo alguno -de pie y en un avión de carga- y al llegar lo recibió en su suite con un salto de cama. Pero Welles la rechazó. "Ella se moría por dejar de ser una estrella de cine, por eso se casó", puntualizó el enfant terrible del cine.

Sus líos sentimentales no se quedan solo en Hayworth. Reconoce que estuvo saliendo con Marylin Monroe antes de ser conocida y que la paseaba por las fiestas para lanzar su carrera. También que le gustaba "tirarse" a las coristas en las largas noches que pasaba en los nightclubs rodeados de los mafiosos de la época. Entre ellos Mayer Lansky, "probablemente, el gángster número uno de Norteamérica". Pero Welles desmonta de un plumazo la imagen mitificada de estos criminales. "El Padrino es la glorificación de una panda de canallas que nunca existieron. El mejor de ellos tenía, como mucho, altura intelectual suficiente para conducir un camión. Y no tenían ninguna clase. Los gánsters con clase son una invención de Hollywood", remata.

«Odioso», «estúpido»...

Welles tampoco se corta un pelo para hablar de las grandes estrellas de su mundo. A Humphrey Bogart lo considera un actor de segunda fila que "no hizo una buena interpretación en su vida"; Spencer Tracy le parecía "odioso, un "irlandés malhumorado"; Ingrid Bergman "no es actriz; salva las escenas a duras penas"... Y no podía soportar físicamente a Bette Davis, "así que no me gusta como actúa". Precisamente por su aspecto no duda en cargar las tintas delante de Jaglom contra Woody Allen. "No lo aguanto, padece el síndrome de Chaplin: una particular combinación de arrogancia y timidez... Me da dentera. Es arrogante. Como les ocurre a todos los tímidos, tiene una arrogancia desmedida".

La lista de piropos continúa: Laurence Olivier era "estúpido" y las dos primeras escenas de su Rey Lear pasaban por "lo peor que he visto en toda mi vida"; Marlon Brando contaba con un cuello "como una salchicha enorme, como un zapatón de carne" y Chaplin aparecía en el ránking de las personas más "agarradas" que conocía. Con Charlot se despacha a gusto explicando que no improvisaba nunca y que todo salía de la creatividad de seis guionistas. Y desvela su punto débil: "No tenía estudios. Su vocabulario era muy escaso y eso le avergonzaba". Una enemistad que venía porque Chaplin le "robó" la autoría del guión de Monsieur Verdoux.

En el lado contrario sitúa a John Wayne -"me encantaba; he conocido a pocos actores de Hollywood más educados que él"-; a Robert Ryan -"un actor maravilloso- o a Gary Cooper: "lo veo y me convierto en mujer". Sin olvidar a John Ford, el único americano de origen irlandés que le caía bien. Y nada de que fuera un alcohólico, ya que recuerda que no probaba una gota cuando rodaba. "Luego se pasaba borracho semanas enteras. Bebía mucho, mucho. Pero lo hacía por diversión", contó a su colega de mesa y mantel.

Fan de la filmografía de Frank Capra, salvo Horizontes perdidos, Welles consideraba Qué bello es vivir "irresistible; no hay forma de que no te guste" o La fiera de mi niña como la "mejor película" de la historia. Junto a ella encumbraba a La gran ilusión, que le hacía saltarle siempre las lágrimas en la escena en que cantaban La Marsellesa. Eso sí, no entendía el entusiasmo por Alfred Hitchcock, "sobre todo las últimas películas americanas... Egotismo y desidia. Están iluminadas como las series de televisión (...). La otra noche vi una de las peores películas que jamás he visto, La ventana indiscreta; una tontería de principio a fin".

Sin embargo, Welles hablaba en sus almuerzos de muchos temas más allá del cine. Algunos incluso clasificados como alto secreto. Revela públicamente que los nazis derribaron el avión en el que murió Carole Lombard, la mujer de Clark Gable, porque iba acompañada de importantes físicos norteamericanos. Oficialmente se estrelló contra una montaña. Y su amistad con el presidente Franklin D. Roosevelt le hizo compartir veladas y confidencias en la Casa Blanca. Entre ellas que al político le pesaba no haber intervenido en la Guerra Civil española. "Fue su gran error, me confesó".

Con Joglam hablaron hasta de la muerte, como recoge la obra. "Me gustaría ser alguien que muera solo en la habitación de un hotel, simplemente desplomarme, de la forma en que la gente solía hacer...", recuerda el libro. Y casi lo cumplió. Welles falleció el 10 de octubre de 1985 en su casa de Hollywood de un ataque al corazón. Lo encontraron tirado en su dormitorio y con una máquina de escribir en su regazo.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Orson Welles, un (mal) genio