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gerardo elorriaga
Domingo, 6 de septiembre 2015, 16:23
Es muy duro ser Jacob Gedleyihlekisa Zuma y sufrir la mofa de las redes sociales, los diarios y la televisión sudafricana. El presidente del Estado más industrializado del continente africano, el mismo que comparte mesa, mantel y ambiciones con sus homólogos de China, India y Brasil, se ha convertido en público objeto de escarnio. Los humoristas y las viñetas de los periódicos locales han encontrado un filón en su bulliciosa vida sentimental (ha tenido seis mujeres, cuatro ahora, porque de una se divorció y su primera esposa murió), en un pasado salpicado de escándalos financieros o en las rijosas declaraciones sobre cuestiones tan importantes como el virus del sida, tan extendido en su país. Una finca que posee en el campo ha sido la última excusa para el sarcasmo generalizado.
La opinión pública de Sudáfrica no ha comprendido por qué el erario público se ha gastado más de 16 millones de euros en la remodelación de una residencia privada. Los portavoces del dirigente zulú, de 73 años, aducen que se trata del inevitable gasto en medidas de seguridad, pero los medios de comunicación no entienden la profusión de edificios erigidos y no creen, por ejemplo, que la piscina que ha construido sea una balsa ideada para tomar agua en el hipotético caso de que se produzca un incendio. Tampoco ha sido muy acertada la intervención de Nkosinathi Nhleko, ministro de Policía, al asegurar que el helipuerto, el anfiteatro, el establo e incluso el gallinero, construidos con fondos de la Administración, forman parte esencial de ese dispositivo para guardar las preciadas espaldas del mandatario. Curiosamente, no mencionó los búnkeres subterráneos, el campo de deportes o la clínica que también se integran en el profuso y un tanto anárquico conjunto de edificaciones. Un lujo que contrasta con la humilde infancia de quien era hijo de un policía que murió cuando él tenía 5 años y de una empleada doméstica.
El escándalo por su casa en Nkandla, al noreste del país, se inició en 2009, cuando arrancaron los trabajos de construcción, y ha crecido como una bola de nieve. Nadie se explica cómo aquella primera parcela de menos de cuatro hectáreas sumó otras cinco más en un entorno de tierras comunales, o quién decidió que la idea original de levantar un solo edificio de dos plantas se transformara en un enorme complejo de estilo rondavel, una versión occidentalizada de las choza de estilo africano con su arquitectura cónica.
La ubicación se suma a las numerosas incongruencias del proyecto. La situación en una zona remota y montañosa ha exigido la creación de costosos accesos particulares en una de las áreas más deprimidas de la provincia de Kwazulu, carente de agua y saneamientos, con escasa infraestructura sanitaria y alejada de aeropuertos. Además, está habitada por la comunidad zulú, con crecientes tensiones con la vecina xhosa.
En cualquier caso, el Nkandlagate no impidió la victoria electoral de Jacob Zuma el pasado año, cuando revalidó su mandato al frente del ejecutivo, donde se estrenó en 2009. La trayectoria del vapuleado presidente recuerda la del ave fénix, capaz de resurgir de sus cenizas y de las numerosas querellas que lo han rodeado desde que accedió a la Administración.
La instauración de la democracia supuso el comienzo de la carrera política de este veterano luchador antiapartheid, pero su gestión pronto se halló en entredicho. La mayor sombra, aquella que amenazó con hundir su carrera, provino de su implicación en el Strategic Defense Package, acuerdo firmado en 1999 para dotar de equipamiento a las fuerzas armadas, que supuso un gigantesco negocio de casi 4.400 millones de euros. Los sobornos de las empresas de armamento y las comisiones cobradas por la clase política lo convirtieron en un capítulo oscuro de la historia democrática de Sudáfrica.
La capacidad para sortear obstáculos le salvó de las acusaciones que condujeron a la cárcel a su asesor fiscal, pero en 2005 tuvo que renunciar al cargo de vicepresidente. Dos años después, cuando la Fiscalía presentó cargos por corrupción, fraude, extorsión y blanqueo de dinero, fue elegido presidente del Congreso Nacional Africano, el partido gubernamental, lo que implicó automáticamente su condición de candidato a jefe del ejecutivo. El respaldo del aparato le permitió salvar el acoso judicial y los cargos fueron retirados tras considerar que se habían producido manipulaciones durante el proceso.
Polígamo reconocido
La dimensión ética de Zuma también fue puesta en tela de juicio en 2005, cuando fue procesado por una mujer que lo denunció por violación. Aunque sus abogados probaron que la relación fue consentida, el hecho de que reconociera que mantuvo relaciones sexuales sin protección en uno de los países con mayor prevalencia del VIH perjudicó su imagen. Sus manifestaciones asegurando que se protegía del contagio con una ducha poscoital no contrarrestaron el descrédito. El complejo currículum nupcial del dirigente es, asimismo, objeto de chanza. El líder de Sudáfrica practica la poligamia, ha contraído nupcias en seis ocasiones y tiene veinte hijos, algunos nacidos de relaciones extramatrimoniales.
El hombre que sucedió a Nelson Mandela y Thabo Mbeki no ha dejado de sorprender con otras declaraciones tan sui generis como aquella en la que afirmó que su partido gobernaría el país hasta la segunda venida de Jesucristo "porque había sido bendecido en el cielo", y otras más agresivas contra la minoría blanca.
Sin embargo, su aparente posición radical no se ha traducido en medidas que contrarresten las enormes desigualdades sociales de la potencia austral. La moderación parece motivada por el interés en mantener la imagen de paz y tolerancia del país del arcoiris, hoy convertido en una potencia emergente que se ha incorporado al prestigioso G-20.
Líderes en renta
Sudáfrica alberga al 75% de las principales empresas del continente africano, pero el año pasado fue superado por Nicaragua como la economía más potente de África.
Pese a ello, Sudáfrica sigue siendo el país africano más industrializado y su renta por habitante (6.000 euros al año) supera a la de Nicaragua (unos 2.000).
La condición de nuevo rico, a pesar de que Sudáfrica padece una grave situación social y económica, impulsa ciertas ínfulas megalómanas. El presidente no solo ha ideado la extraña ciudadela con aspecto semifeudal, sino que también proyecta toda una pequeña ciudad de nueva planta a unos 3 kilómetros de su residencia, en su pueblo de origen, y que ya ha recibido el apelativo popular de Zumaville.
Pero, antes de crear su propio reino, ha de enfrentarse a nuevos contratiempos. Una delegación parlamentaria ha visitado las instalaciones en construcción y han determinado que la calidad de los trabajos realizados es pésima, los materiales no se corresponden con los precios pagados y que los gastos están sobredimensionados. El Ministerio de Obras Públicas ha rehuido responsabilidades y ha aducido que, simplemente, como siempre, se limitó a pagar las facturas.
Ahora bien, a pesar de tantos frentes abiertos, Jacob Zuma ha ganado la primera batalla en este acoso mediático a su granja. A finales de julio, la Presidencia convocó a los medios de comunicación nacionales para demostrar que aquello que llamaban inapropiadamente piscina es, en realidad, un estanque desde el que aprovisionarse de agua. Los bomberos realizaron un simulacro de incendio para probar que, como suele ocurrir, nada es l que parece, y la granja de Zuma no es el sueño desbocado de un político carente de escrúpulos. Quizás por eso Gedleyihlekisa, su segundo nombre, se traduzca como el hombre que ríe mientras machaca a sus enemigos.
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